EL ÁRBOL EN LA SILLA.
Nació bajo
la silla desvencijada y sola, como un brote entre las baldosas rotas.
Lo alimentó
el agua encharcada de las lluvias.
Le dio vida
un oportuno rayo de sol que entraba por la ausencia de unas tejas que volaron
con el viento.
Lo acompañaban
insectos, lombrices y otros seres menudos.
Lo rodeaban
recios muros con ventanas tapiadas con piedras irregulares.
Al crecer se
tropezó con la enea del asiento de aquella silla abandonada en el centro de la
estancia.
Y su
resolución, su insistencia débil pero terca, acabó forzando las fibras del
asiento para convertirlo en sostén y guía del que sería recio tronco.
Nunca ser
más noble reinó sobre aquel destartalado trono.
Los pájaros
anidaron en sus tímidas ramas, en aquella soledad estanca, protegida de
depredadores.
Y así lo
encontré yo tras derribar la tapia intransigente y descubrirlo en su lugar
insólito.
Y allí se
quedaría tras tapiar de nuevo la ventana, no fuera a descubrirlo algún ser malvado
o insensible, dispuesto a hacer leña de él, reparar el tejado, destapiar las
ventanas y convertir la añeja casa abandonada en la guarida de otro monstruo
humano.
Se ha
quedado en su reino, remoto e impasible, raro y único, como un tesoro, como una
maravilla secreta, como esas secretas maravillas que se ocultan en tantos
corazones.
Miguel Ángel Pérez Oca.
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