El tema de ayer en la Tertulia era "Zarcillos", aunque a mí me apetecía escribir sobre las manifestaciones feministas de la pasada semana. Conseguí unir los dos temas en este trabajo que os pongo. Espero que os guste.
ZARCILLOS DE LIBERTAD.
Fátima se sentía feliz entre
aquella marea de miles de mujeres que gritaban, cantaban, marchaban y exhibían
pancartas en demanda de igualdad. La gigantesca manifestación tenía un lema
común, por encima de ideologías y partidismos: DIGNIDAD.
-Madre mía –
pensó -, si Mohamed se enterase de que no estoy en clase de idiomas sino en una
manifestación feminista...
Las “desvergonzadas”
mujeres cristianas gritaban: “Yo no he salido de tu costilla; tú has salido de
mi coño”, y otras blasfemias similares.
Junto a ella
iba Loli, la monitora, con su pelo rubio al viento y unos hermosos zarcillos en
la orejas.
Cómo le
hubiera gustado comprar esos zarcillos en la pequeña joyería del barrio. Los
ofrecían con facilidades, y con las propinas que se ganaba en el hotel,
haciendo camas y fregando habitaciones, los hubiera podido pagar a plazos. Sus
brillos dorados habrían lucido al sol contrastando con su pelo negro como la
noche; pero el “hiyab” que ceñía su cabeza hubiera hecho inútiles e impensables
tales adornos.
Cuando una vez
le había dicho a Mohamed que quería quitarse el velo de la cabeza e ir como las
españolas, él se enfureció.
-¿Acaso
quieres avergonzarme ante mis hermanos? ¿Qué dirían de mí en la mezquita y en
el mercado si te vieran con la cabeza descubierta como una de esas “zorras”
europeas?
Y
a punto estuvo de prohibirle que siguiera yendo a la escuela.
Mohamed
se las daba de musulmán moderado y progresista. Era un hombre de izquierdas,
comprometido con la Primavera Árabe. Reconocía que sus hijas, o quizá sus
nietas, se liberarían alguna vez del velo cubrecabezas; como se habían librado
ya de taparse la cara la mayoría de las musulmanas, al menos en los países magrebíes.
Pero ahora todavía no era el momento.
Fátima
pensó que su madre, que aún se tapaba la cara en su tierra para ir al mercado,
le habría dicho lo mismo.
Pero
en medio de aquella multitud, junto a millones de mujeres pidiendo libertad, y
con los zarcillos de Loli bailando ante sus ojos y tiñendo de dorado el aire
crepuscular…
-¡Libertad!
– gritó con Loli y sus compañeras de clase. Entre ellas había algunas otras
musulmanas, como Mowlida, que ya hacía mucho tiempo que se había librado del
velo. Pero Mowlida era soltera y vivía en un piso alquilado, con varias chicas
cristianas.
Fue
como un arrebato. De pronto el “hiyab” desciñó sus cabellos y se convirtió en
un pañuelo para el cuello. Sintió como su cabellera flotaba al viento y se supo
investida de una dignidad que nunca había disfrutado. No era cuestión de llevar
o no pañuelo sobre la cabeza, sino de saberse dueña de llevarlo o no.
Mañana
se compraría los zarcillos, se pusiera Mohamed como se pusiera.
-A
lo mejor me pega una paliza – reflexionó -, pero la dignidad siempre tiene un precio…
Y no es por los zarcillos. Ellos solo son un símbolo de mi libertad.
Y
contestó al gesto de sorpresa de Loli con una ancha y maravillosa sonrisa.
Miguel Ángel Pérez Oca.
(500 palabras sin título y firma)
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