Qué solos nos hemos
quedado.
¿Verdad, Kepler?
Nos falta su gris
perla sobre los muebles blancos.
Nos faltan sus
grandes ojos azules, tan claros,
como dos luceros en el
firmamento de su negra máscara siamesa.
Y nos faltan sus dulces
e inteligentes maullidos.
La casa sin ella está
vacía.
Aquí aún somos tres,
pero estamos los tres muy lejos.
¿Verdad, Kepler?
Tú vagas por las habitaciones,
desconcertado, sin ella.
Suni y yo, tristes y
apáticos, no tenemos ánimos para hacer nada.
Porque nos falta su gris
perla sobre los muebles blancos.
Se nos murió
mirándonos - ¿verdad, Kepler? - con sus ojos más brillantes.
Se había escondido en
un rincón oscuro,
como avergonzada de
morirse delante de todos.
Tú le lamías la
cabecita.
Yo le acariciaba el
lomo sembrado de huesos.
Suni lloraba en el
pasillo.
Con sus últimos y quebrados
maullidos nos pedía ayuda.
Pero no podíamos
salvarla, ni tú, ni yo, ni nadie.
¿Verdad, Kepler?
Siempre la recordaré
tomando, obediente, la pastilla diaria;
o sufriendo,
resignada, los pinchazos
que no le sirvieron
de nada.
Y ahora, desengañados,
una vez más, de un dios ausente,
ni siquiera nos queda
el desahogo de la blasfemia.
Esta casa se ha
quedado sola y blanca,
sin su gris perla
sobre los muebles.
¿Verdad, Kepler…?
¿Verdad, Kepler?
Miguel Ángel Pérez Oca.
(A
mi gatita Kenia, muerta el 29-1-2018)
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