Con mis amigos bahamaranís de Ifni en 2007
El tema de esta semana era "Qué nos espera", y yo presenté este trabajo autobiográfico. A ver qué os parece:
QUÉ NOS ESPERA.
Estaba en un
restaurante de carretera, cerca de Ifni. Comíamos “tajine” de cordero, cuando
algo correoso, algún inoportuno tendón, se resistió a mis dientes. Me daba vergüenza
escupir el inmasticable bocado ante alguna distinguida acompañante e intenté
tragármelo, y entonces ocurrió el drama. El bocado quedó atascado en mi
garganta y el aire dejó de fluir hacia mis pulmones. No podía expulsar ni
acabar de tragar el fatídico despojo y el agua que bebí para ayudarme acabó
derramándose de mi boca. Salí corriendo a la terraza donde hice esfuerzos para librarme
del fatal intruso, pero era inútil. Me estaba asfixiando.
Y entonces me
sorprendí a mí mismo adoptando una actitud mental serena. Lejos de aterrarme,
pensé que había gozado de una vida magnífica durante más de sesenta años. No me
podía quejar de mi suerte… Y ahora se había acabado la película. “The End”. Iba
a morir. Pues… ¿Qué le vamos a hacer? Solo experimentaba una especie de enfado tranquilo
hacia una Naturaleza que me ocultaba el más grande de sus secretos. Porque yo
iba a desaparecer, pero… ¿Qué era yo, exactamente? ¿Por qué tenemos las
personas experiencias subjetivas? ¿Qué necesidad tiene una máquina biológica,
como seguramente somos todos los animales, incluido el homo sapiens, de
sentirse a sí misma desde dentro? Me imaginé un robot perfecto, capaz de actuar
como un ser humano en todas las circunstancias de la vida. Podría velar por su
supervivencia y su reproducción, por adquirir conocimientos útiles, por
construir cosas prácticas o hermosas; pero no por ello tendría que vivir esas
cosas subjetivamente. Le bastaría con manejar automáticamente un algoritmo que
resumiera todo su comportamiento. Pero nosotros, las personas, recorremos el
tiempo de nuestras vidas subjetivamente, somos un Ego. Al menos en mi caso, es
una experiencia incontestable, y por lo que veo en el comportamiento ajeno, así
debe ser en todos los demás. Y ese es el misterio, el maldito misterio que
entonces veía esfumarse en un plazo de escasos minutos, sin haber sido resuelto.
No me sentía aterrado, ni tampoco me lamentaba, más que de mi incapacidad
intelectual para averiguar qué nos espera cuando el ego desaparece. Por lo
visto, mi kilo y medio de masa encefálica era incapaz de descifrar ese enigma,
de la misma manera que los treinta gramos del cerebro de un gato no le facultan
para interpretar el Teorema de Pitágoras. Hay estudiosos de la mente que sostienen
que el ego no existe, que todo lo que creemos subjetividad no es más que un
espejismo. Pero yo me preguntaba: ¿Quién observa ese espejismo? Otros
argumentan que toda existencia implica subjetividad; que ser y sentirse es lo
mismo; y que toda la materia del Universo es subjetiva…
Fue entonces
cuando alguien me abrazó por detrás y me dio un fortísimo apretón en el
vientre. El bolo alimenticio atascado describió en el aire una gloriosa
parábola y un caudal de vivificante aire fresco entró en mis pulmones y me
devolvió la vida.
Y así seguí
conviviendo con el maldito misterio.
Miguel Ángel Pérez Oca.
(500 palabras sin título y firma)
3 comentarios:
Pregunta que nos hacemos muchos, pero... ¿Conoceremos la respuesta cuando llegue el ocaso, o simplemente se apagará la energía que nos mantiene vivos y ¡ya está!?
¿Y si no existe el tiempo después del ocaso? ¿Y si no existe el momento en que la luz esté apagada? ¿Y si el tiempo es una ficción, como el arco iris o los colores? ¿Y si siempre es ahora? ¿Y si cada momento es eterno? ¿Y si...?
Presiento una realidad que no puede concebir nuestra mente, una realidad que está más allá de los sentidos, una realidad inefable. Pero soy como un gato que no puede interpretar el Teorema de Pitágoras. Solo que el gato no lo sabe y yo apenas lo intuyo.
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