El tema para esta Tertulia era "Reina" y yo he relatado en mi trabajo lo que le ha ocurrido a mi gatita Kenia. Espero que os guste:
LA REINA DE LA CASA.
Siempre
había estado en segundo lugar. Cuando, por las mañanas, les ponía el pienso,
ella se sentaba a una distancia prudencial del comedero hasta que Kepler, el
grandullón de 8 kilos, terminaba su pitanza. Después se acercaba poquito a poco
y comía a pequeños y crujientes bocaditos. Kepler, el grandote, me ha tomado como
su trono y en cuanto me siento en el sofá a ver la tele, él salta a mi regazo y
se repantinga en espera de mis caricias en el lomo rotundo de color canela.
Kenia, la pequeña y prudente Kenia, jamás osaría usurparle el puesto al jefe de
la pareja felina. Ella se conforma con acercarse por el reposabrazos y darme un
masaje gatuno en el hombro, mientras ronronea. Entre los gatos también hay
machismo.
Kenia
es una gatita preciosa, de raza siamesa impura, con el lomo gris perla y la
cabeza y las patas negras. La encontramos hace diez años a la puerta de un
garaje, expuesta a ser aplastada por los coches de entraban y salían. Tenía un
acusado estrabismo en el ojo izquierdo y seis dedos en la mano derecha.
Seguramente era el desperdicio desahuciado de una camada perfecta. La acogimos
y la llevamos al veterinario, que le amputó el dedo sobrante y le recetó unas
vitaminas que, al fortalecerla, le corrigieron el defecto ocular. Es muy
habladora; se pone delante de mi y maúlla, esperando que le conteste, y así
entablamos largas conversaciones de maullidos.
Pero
recientemente, Kenia se nos puso mala. Empezó a adelgazar y el pelo se le volvió
crespo y extraño. Se pasaba el día en mi butaca del estudio con la cabeza
gacha, pero con los ojos muy abiertos. Una mañana descubrí que había orinado
sangre y apenas se movía. La llevamos al veterinario, que le puso inyecciones
de cortisona.
-Si
no reacciona – nos dijo – esta gata se os muere.
Al
regreso a casa, la puse en mi regazo bajo la mirada ofendida del grandullón
Kepler. La acaricié en el lomo crespo y oscuro y ella me miró a los ojos, le
costaba levantar la cabeza, pero se puso a ronronear. Dicen que el ronroneo es
la forma de expresar gratitud que tienen los gatos, tan parcos en expresiones.
Y yo, incapaz de hacer nada más por ella, seguí acariciándola mientras dos
silenciosas lágrimas humedecían mis mejillas y se ocultaban en mi barba. Lloré
un rato y me prometí que si Kenia se salvaba sería en adelante la reina de la
casa. Por mucho que Kepler protestara.
Esta
mañana la he visto avanzar por el pasillo, con sus andares ondulantes de
siempre. Kepler estaba devorando su pienso y ella, arrogante por vez primera en
su vida, lo ha apartado con indiferencia y se ha puesto a comer con ansia. Y
Kepler no se ha atrevido a impedirlo. He observado que está engordando de nuevo
y sé que se pondrá bien.
Ahora
sí, ahora es la reina de la casa.
Miguel Ángel Pérez Oca
(500
palabras)
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