El tema de la Tertulia era "Me quería mucho" y yo presenté este trabajo sobre mi abuela Carmen, que espero os guste:
IAIA CARMEN.
La iaia Carmen
me quería mucho. Probablemente fuera la persona que más me ha querido nunca.
Era alta, y también altiva, delgada, de espaldas muy rectas y cara angulosa que
imponía respeto; peinaba sus cabellos grises recogiéndolos en un moño muy alto
y vestía siempre de negro. Las demás mujeres de la familia le tenían mucho
respeto. No era dada a las efusiones de cariño ni a los espavientos propios de
la gente mediterránea. Había nacido en el Valle del Cinca y hablaba siempre en
castellano con mi abuelo Miquel - Micalet para los amigos -, que solo sabía
hablar en valenciano. Así que se pasaron la vida expresándose cada cual en su
lengua. No discutían nunca, y siempre se hacía lo que ella, con el mejor de los
criterios, disponía. Doña Carmen era así, de una pieza, pero yo fui su única debilidad.
De ella heredé mi incapacidad para relacionarme con gente de manera cordial y
mi amor por la soledad y el silencio.
Me adoraba,
admiraba mi habilidad con el dibujo y mi forma de hablar adulta y precisa.
Cuando aprendí a leer y escribir solo, a los cuatro años, me la gané para
siempre; porque ella era una devoradora de libros, en ocasiones extraños,
incluso prohibidos. Creía en cosas raras, como la homeopatía y la quiromancia.
Estoy seguro de que mandó confeccionar una carta astral para mí, aunque debió esconderla.
Y también me llevó una vez a la visita de un afamado adivino para que
interpretara el raro prodigio de que yo tuviese una línea de más en mis manos.
Debí ser para ella algo así como un pequeño talismán.
Recuerdo que
cuando a muy temprana edad pinté a la acuarela una virgen con un niño en brazos,
ella lanzó la única exclamación de asombro que nunca le escuché, y salió
escaleras arriba para enseñar mi obra a todas las vecinas.
Un día me
enteré de que, en realidad, no era mi verdadera abuela, pues se había casado
con mi abuelo tras quedar éste viudo, con un niño de corta edad, mi padre. No
sé por qué, pero esa noticia me desilusionó mucho, y en una de mis rabietas
infantiles la desautoricé diciéndole que no tenía derecho a reñirme porque no
era mi abuela auténtica. Ella dio un respingo, levantó la cabeza más que de
costumbre y se fue a su cuarto a llorar en silencio.
Nunca le pedí
perdón, pero tampoco hizo falta, pues la complicidad volvió a surgir de
inmediato entre nosotros al comprender que la sangre no tiene nada que ver con
el cariño; y que a veces basta una fugaz mirada de inteligencia para que la
otra persona comprenda que le estás diciendo que la quieres.
Antes de morir
dejó escrita una larga carta dirigida a mi abuelo, con las instrucciones
precisas para que, de nuevo viudo, no perdiese jamás la dignidad.
Nunca me lo
dijo; pero fue la persona que más me ha querido.
¡Iaia Carmen!
Miguel Ángel Pérez Oca.
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