Allá por el
horizonte, como si flotase en el aire, se recorta contra la calima la nevada
cima del Kilimandjaro. La sabana amarillenta se extiende como un mar de yerba,
jalonado de estilizadas acacias de copa horizontal y oscura. A lo lejos, grupos
de cebras y jirafas se buscan el sustento. Y en primer término, rodeada del
respeto general, avanza la más grande maravilla de las llanuras africanas: mamá
elefante. Su porte egregio, su gran estatura, sus pasos firmes y pausados, su excepcional
morfología, con esas enormes orejas que abanican el aire, los largos y
relucientes colmillos, la hábil trompa inquieta, sus ojos inteligentes y su enorme
cabeza, llena de pensamientos amorosos y lejanos recuerdos. Es una hembra vieja
y poderosa, matriarca de la manada de hijas jóvenes y sus delicadas crías, que
siempre la acompañan. Los machos, dispersos por la llanura, van a su aire y no
se acercarán mientras el celo no lo disponga.
La gran reina
del marfil vigila incansable; vela por la seguridad de los suyos y recuerda
episodios de su vida pasada, aventuras y peligros sufridos en tiempos pretéritos
o recientes. Más de una vez ha tenido que enfrentarse a un león o a una horda
de hienas para defender a su nieto más pequeño. Cuando se enfada es terrible:
barrita furiosa mientras agita sus grandes orejas e infunde pavor en cualquier
atacante que no osaría luchar contra su masa gigantesca y amenazadora. Es la
maravilla de África, la Reina, y lo sabe.
Pero,
en eso, el idiota ha llegado a la sabana. Rodeado de una corte de serviles
subalternos, un estúpido ser erecto, descendiente de una larga saga de
soberanos endogámicos y rijosos, reinantes de opereta en algún país donde la élite
poderosa prefiera jefes tontos y manejables, pretende dar rienda suelta a sus
bajos instintos, segando la vida de un ser verdaderamente majestuoso; matando a
un rey de verdad. Los guías le señalan a la vieja abuela elefante, que ya se
revuelve inquieta. Y él, el rey de pacotilla, reclama su carísimo rifle de
último modelo, que cuesta una fortuna a sus súbditos incautos, y lo carga con
cartuchos explosivos, capaces de reventar la cabeza, llena de amor y de
recuerdos, del gran paquidermo.
La
matriarca ha visto al mequetrefe y se dispone a espantarlo con uno de sus
amenazadores movimientos de avance y retroceso. Generalmente, basta con esa
demostración de fuerza, para que el intruso emprenda la huida y no haya que
recurrir a la violencia… Pero en ese momento suena un disparo y el gran cerebro
pensante, que sin duda albergaba a un valioso ego, estalla para siempre. Se ha
cometido el regicidio y el idiota usurpador se colocará al lado del cadáver
para hacerse unas cuantas fotos estúpidas.
La
raza de los elefantes está amenazada, mientras la triunfante de los idiotas convierte
este mundo en un basurero dentro de un cementerio. Y acabará muriendo de éxito.
¿Se puede ser
más tonto?
Miguel Ángel Pérez Oca.
(Este relato contiene 500 palabras,
incluídos el título y la firma,
ni una más
ni una menos.
Doy
fe de ello.)
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