Ayer
estaba terminando mi trabajo para esta tertulia. El tema a desarrollar era
“Anatema” y yo había escrito un texto sobre Venezuela. Pero en eso me
sorprendió la tremenda noticia de los atentados de Barcelona y pensé que “anatemizar”
podría ser un verbo muy grato a los terroristas muyahidines. También otros,
como “excomulgar”, “expulsar”, “aterrorizar”, “ejecutar”, “degollar” y,
últimamente, “atropellar”. La Historia está llena de anatemas, de hogueras, de
tribunales de distintas inquisiciones y de irracionalidad absurda sustentada en
una fe exacerbada en las más peregrinas afirmaciones teológicas. Y es que hay
gente a la que fatiga pensar, a la que ofende ser ecuánime y reconocer que
podrían no tener razón en lo que respecta a algunas de esas tonterías que proclaman
los “mensajeros de Dios” en ocasiones solemnes. Las elucubraciones machistas de
algunos imanes me han indignado por su misoginia absurda; pero las pastorales
de ciertos obispos católicos también me han ofendido por su cerrazón. En
general, la beatería y el sano raciocinio están bastante reñidos. Y son esos profetas
del despropósito los que se permiten, y se han permitido a lo largo de la Historia,
anatemizar a quienes no se pliegan a sus fantasías. Estamos en el siglo XXI y
esas cosas deberían estar ya superadas,
pero no lo están; no, señor. Todavía hay gente que, desde un rancio
catolicismo, se permite anatemizar a los que defienden el derecho a ejercer la
sexualidad libremente, a los que defienden el matrimonio gay, el divorcio y los
anticonceptivos. Y en el otro lado, también hay gente que se permite anatemizar
a las mujeres que no se cubren la cabeza, llevan vestidos ceñidos al cuerpo y
se perfuman para salir a la calle, y les llaman por eso fornicadoras. Y, sobre
todo, los líderes de estas religiones “reveladas”, que se proclaman “la única
verdadera”, se permiten anatemizar a los “infieles” que creen en otro Dios o,
simplemente, lo llaman con otro nombre. Y de anatemizar a exterminar van solo
unos pocos pasos, porque aniquilar infieles es un mérito a los ojos de esa
deidad cruel y celosa que siempre han predicado los ministros de la intolerancia.
¿Pero cómo se puede creer en un Dios que se complace con la muerte de inocentes,
si son de otra religión? ¿Cómo se puede creer en un Dios que premiará con un
paraíso lleno de vírgenes dispuestas a ser desfloradas, a quien sea capaz de
suicidarse llevándose por delante a todo aquel que no crea en sus dogmas?
¿Pero, qué clase de Dios sería ese, infinitamente sabio, poderoso y bueno? Pues
hay fanáticos que sí se lo creen y cometen barbaridades en nombre de esos
credos imposibles.
Jesús
fue anatemizado por el Sanedrín, Giordano Bruno por el Santo Oficio, los
barceloneses y turistas “infieles” por la Yihad; como también lo fueron Miguel
Hernández, Lorca, Salman Rushdie y los dibujantes del Charlie Hebdo. Y sin
embargo, quiero creer que la racionalidad acabará triunfando sobre los
anatemas, o no seríamos Homo Sapiens.
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