Lo que más me disgusta de los
medios de comunicación actuales es que en ellos predomina el espectáculo sobre
la información rigurosa. Estamos hartos de ver sangre, muertos y destrucción en
distintas guerras y episodios violentos, pero muy pocas veces se nos informa de
manera adecuada y fidedigna del origen de esos conflictos y las intenciones y
aspiraciones de quienes se enfrentan en ellos. Lo mismo pasa con Venezuela,
agravado por un sesgo intencionado de información tendenciosa contra la llamada
opción bolivariana, fomentado sin lugar a dudas por los intereses del
capitalismo americano y de la oligarquía local. Otra cosa es que Maduro no
despierte al cien por cien nuestra simpatía y nuestra confianza. Es un tipo
duro, quizá demasiado antipático, con una dialéctica grandilocuente e
infantiloide que no nos convence a los viejos progresistas europeos, y un
soporte ideológico, heredado del general Chávez, que se proclama “bolivariano”
de una manera que, al menos yo, no acierto a descifrar en todas sus
características político sociales (Al fin y al cabo Bolívar era un miembro liberal
de la buena sociedad colonial). Por otro lado, no le he oído nunca ninguna
mención a Marx, que yo sepa, pero, bueno, eso ya no se lleva, pese a su
permanente vigencia. Por todo ello, tengo claro quiénes son los malos en esta
historia: los oligarcas y sus secuaces; pero me encuentro desconcertado hasta
cierto punto por quienes deberían despertar mis simpatías y adhesiones.
Tomar
un café, un vino o un refresco con una persona muy bien informada del asunto
venezolano y que merece toda nuestra confianza, es un lujo que la praxis ética
de los medios de comunicación debería hacer superfluo, pero que no lo es,
desgraciadamente. Y así uno se tiene que buscar la buena información por su
cuenta, contactando con quienes se la pueden dar de verdad.
En primer
lugar, hay que analizar la composición social del pueblo venezolano. Como el de
muchos países americanos, sus clases sociales no se corresponden a las
europeas; por lo que se hacen muy difíciles las comparaciones. La clase alta
está formada por una oligarquía criolla, heredera de los antiguos colonizadores
españoles. Hoy día está alineada con los intereses capitalistas globales, y no
tiene ningún escrúpulo ni aprecio alguno por el pueblo llano, en absoluto, como
se ve en la sucesión de sus adhesiones a las distintas dictaduras de derechas y
gobiernos corruptos que jalonan la historia del país. La clase media, compuesta
por profesionales, especialistas y empresarios de mayor o menor entidad, es
relativamente pequeña, comparada con el resto de la población, y guarda una
ideología conservadora, celosa de sus más o menos importantes ventajas sobre la clase baja. En
cuanto a esta clase baja, proletaria y campesina, pobre, inculta y
desinformada, es exageradamente voluminosa y ha sufrido penurias que no
deberían darse en un país rico en materias primas como Venezuela.
En una
situación como esta, se entiende que una revolución encaminada a satisfacer a
la clase baja en sus más elementales necesidades y derechos se hace a costa de
los privilegiados, o es imposible hacerla. La oligarquía se ve perjudicada en
sus intereses, pero sobrevive holgadamente porque cuenta con enormes medios económicos.
Así que es la clase media la que se ve dañada realmente en sus hasta ahora
modestos privilegios. Ellos son los que nos cuentan la desastrosa situación del
país (desastrosa para ellos) e intentan sobrevivir y conservar su estatus viniendo
a Europa a ejercer sus profesiones. A este respecto, no podemos hablar con la
gente de la clase baja porque no vienen aquí a contarnos cómo les va. Ya
quisieran ellos poder viajar y conocer mundo. Así que la mayoría de las
informaciones que tenemos sobre Venezuela provienen de gente de la clase media,
fugitiva de la revolución, o de tendenciosas informaciones de la prensa
internacional, regida por el Capitalismo mundial.
Habría que
analizar las causas que llevaron a los proletarios venezolanos a abstenerse en
unas elecciones cruciales o a votar contra sus intereses en los comicios a un
Parlamento que resultó de mayoría derechista. ¿Desinformación? ¿Crisis
económica manipulada? ¿Errores de Maduro? El caso es que el comportamiento de
Maduro, quizá torpe y antipático, no se ha salido hasta ahora de lo razonable.
Las elecciones siempre han sido limpias en Venezuela, desde los tiempos de
Chávez, como lo atestiguan los informes de los observadores internacionales. Y
la actual pugna del Gobierno con el Parlamento de mayoría derechista o de la
oposición con la nueva Asamblea Constituyente, han alcanzado cotas de legalidad
quizá discutible y, sobre todo, negociable. Pero los intentos de Maduro de
salir de esta situación están siendo boicoteados sistemáticamente por la
violenta actitud de una tenaz oposición de derechas, apoyada con actos de
fuerza por los agentes profesionales de la reacción golpista, que ya han
intentado al menos en dos ocasiones derrocar ilegalmente al gobierno elegido en
las urnas.
El problema se
agrava por el sistema presidencialista que rige en Venezuela y en la mayoría de
los países americanos y que ya ha provocado en muchas ocasiones enfrentamientos
entre el ejecutivo y el legislativo. Este sistema dio lugar a la tragedia de
Allende en Chile y ahora al enfrentamiento entre Maduro y la Cámara Legislativa.
Si el gobierno, como en España y muchos otros países europeos, surgiera del Parlamento
por mayorías, estos enfrentamientos no se podrían dar.
Es un hecho
histórico que el acoso continuado y artero, desde fuera y desde el interior,
contra la Revolución incipiente provoca en sus dirigentes y en el mismo pueblo
revolucionario, una actitud defensiva, cada vez más fuerte, que puede acabar, y
de hecho acaba muchas veces, en totalitarismo. Ya en tiempos de la Revolución
Francesa, el caso de los jacobinos de Robespierre y el Terror es del todo
significativo. Después vendrían Stalin, Castro, Mao, etc., etc., hasta llegar a
los tragicómicos aspectos de la actual dirección de Corea del Norte y el culto
a la personalidad.
Venezuela está
en una encrucijada histórica decisiva. Si la Revolución de Maduro triunfa
limpiamente, por medios democráticos, y no cae en el autoritarismo, el ejemplo
puede cundir en el resto del mundo americano y africano. Y eso la oligarquía
capitalista mundial no lo puede consentir. Una de las armas de esa oligarquía
es la desinformación, la ahora llamada post-verdad, con la creación de tópicos
y tabúes que impidan a los pueblos desinformados hacerse cargo de la situación.
Esa, me temo, es la situación actual de Venezuela y no debemos consentirla. Ya
tenemos claro quiénes son los enemigos de todos los pueblos, quiénes son los
que están poniendo en peligro la misma supervivencia de la especie humana por
sus inconfesables intereses de capitalismo feroz e incontrolable, y quiénes son
los que mueven los hilos de la prensa para contarnos mentiras interesadas.
Exijamos pues a los revolucionarios venezolanos el respeto a la democracia y
los derechos humanos, que hasta el momento no parecen haber sido conculcados
pese a las sospechosas informaciones de la prensa sumisa, pero tengamos muy
claro que ellos, los bolivarianos, son de los nuestros y que la derecha en
general trabaja para los amos, nuestros enemigos. Maduro se esfuerza en negociar
con la oposición y quiere convocar una Comisión de la Verdad que desenmascare a
los impostores, pero la derecha venezolana se resiste y boicotea
sistemáticamente cualquier iniciativa de progreso, lo que desvelaría sus
turbias intenciones si estuviéramos todos bien informados.
Yo, al menos,
lo tengo muy claro: Maduro lo puede hacer mejor, seguramente, pero la
alternativa presuntamente liberal a Maduro es el regreso de Venezuela al redil
de la explotación y los privilegios seculares en un país que merece mejor
suerte. La gente pobre de Venezuela lo sabe muy bien y no renunciará a los
derechos conquistados. Que la presión no les lleve a reclamar un excesivo
autoritarismo que desvirtuaría a la larga a la misma revolución, como pasó en
la URSS, en China y en tantos otros sitios que, a la larga, también han caído
en manos del Capitalismo fagocitador.
La democracia
es imprescindible, porque sin libertad no hay revolución.
Lo dijo nada
menos que Rosa Luxemburgo.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
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