“COLILLA”
A
lo largo de toda mi vida he sentido pena por muchas personas, pero nunca tanta
como por “Colilla”. Yo era entonces un niño travieso que militaba en la panda
de golfillos de la calle Juan de Herrera, enemigos irreconciliables de los de la
vecina calle del Padre Mariana. A menudo nos retábamos a batallas campales en
las faldas del Tossal, a la sombra del castillo de San Fernando, donde nos
liábamos a pedradas de las que, de ordinario, resultaba alguno con una brecha
sangrante en la cabeza. Éramos unos salvajes, producto de la violencia, aún
latente, de la Guerra Civil terminada hacía solo unos pocos años. Todavía teníamos
en la cárcel a alguno de nuestros parientes, condenado por su pasado republicano.
Y entre los chicos mayores del barrio, había varios huérfanos con padre
fusilado o muerto en combate. Así que, en nuestros juegos, reproducíamos los
enfrentamientos que habían arruinado a nuestras familias y a nuestro país.
Pero, en una cosa siempre nos poníamos de acuerdo: en hacer burla de “Colilla”.
“Colilla”
era un hombre alto, de ademanes distinguidos y léxico culto, que arrastraba su desgracia
bajo unas ropas raídas que antaño fueron de calidad. Antes de la guerra debió
ser todo un personaje. Yo me lo imaginaba como alto funcionario, abogado,
catedrático o político vencido, humillado y abandonado a su suerte en la calle
hostil. Llevaba la ropa andrajosa, sí, pero muy limpia; y su rostro demacrado
se escondía bajo una gran cabellera blanca, bien peinada. Los zapatos, un día
elegantes, iban reforzados en las suelas con cartones de los que asomaban unos
calcetines granate llenos de agujeros. Un amplio gabán muy desgastado ocultaba el
viejísimo traje gris con remiendos en codos y rodillas, y bajo él, un chaleco
destrozado y una camisa deshilachada, con corbata muy bien anudada pero tan vieja
y descolorida como todo lo demás. Su andar, que antes debió ser majestuoso, era
ahora el de un hombre encorvado por una vejez temprana y avergonzado de sí
mismo. Vivía de la caridad de algunos vecinos que debían conocerle de otros
tiempos y lo trataban con respeto: el señor Pascual, de la tienda de
ultramarinos, que le preparaba algunas mañanas un bocadillo de sobras de caballa;
López, de la mercería, que le daba monedas de perra gorda a escondidas de su
mujer; don José, el relojero tullido, que a veces, en la tarde, lo convidaba a una
taza de malta con paparajotes. Porque él no era capaz de pedir limosna
abiertamente, pregonando a voces su miseria, como hacían otros por las calles y
plazas.
Cuando
veía una colilla en el suelo, miraba a ambos lados, con miedo de ser descubierto,
y se inclinaba rápidamente a recogerla y guardársela; de ahí su mote:
“Colilla”. Después, en la cueva donde moraba, decían los mayores que se liaba
cigarrillos de segunda mano para el día siguiente. Pero no siempre lograba su
propósito de no verse sorprendido en tan lamentable empeño, pues nosotros, los
diablillos de Juan de Herrera y Padre Mariana, lo espiábamos desde las
esquinas, y en cuanto se agachaba le gritábamos con toda la fuerza de nuestros
pulmones: ¡Colilla, Colilla, Colilla…!
Y
él se alzaba de inmediato, tratando de recuperar su maltrecha dignidad, y nos
recriminaba con un lenguaje trasnochado: “Son ustedes unos groseros. Sus padres
deberían educarlos mejor. No tienen ustedes respeto por las personas mayores…”
Y a mí, ya entonces, me daba una pena
enorme, que disimulaba para no hacer el ridículo ante mis crueles e insensibles
compañeros de trastadas.
Un
día, “Colilla” dejó de venir por el barrio. Se comentó que lo habían detenido
por alguna vieja cuenta política pendiente y que estaba otra vez en prisión - quizá
murió allí -, y no lo vimos más; así que nos dedicamos a hacer burla de otros
desgraciados: mendigos, tontos o gente de rostro enloquecido, que tanto
abundaban en esos días.
Y
pasaron los años y con ellos vinieron tiempos mejores. Nos hicimos adultos y
civilizados, pero, al menos yo, nunca olvidé a “Colilla”, la estampa de la
derrota.
Miguel Ángel Pérez Oca.
3 comentarios:
Genial, como siempre. ¿No habría forma de saber el nombre de este personaje? Sería bueno poder trazar su historia y saber que le llevó a aquella situación.
Eusebiet.
Ni idea. Había tantos "Colillas", víctimas de la vesanía de los fascistas en esa época...
Es cierto.....y ahora, con la actitud de sus herederos PPoliticos, otra vez vuelven los "colillas". No aprendemos nada.
Eusebiet
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