El tema de la Tertulia, esta vez, era "LUZ" y a propósito de esta palabra he presentado el siguiente trabajo:
LUZ EN LA COCINA DE SALLY.
De alguna manera, yo había aprendido a
viajar por el tiempo y a volver a vivir los momentos más felices de mi vida.
Mis prácticas de Filosofía Oriental, aplicadas a mis conocimientos de Física
Relativista, me habían procurado una extraña habilidad. A veces, cuando el
recuerdo se hacía doloroso, me levantaba a media noche y encendía la luz de la
cocina, adoptando una forma de concentración mental que no os sabría explicar,
y en lugar de aparecer ante mi vieja y sucia placa de vitrocerámica y mi nevera
cubierta de imanes con notas, lo hacía en la hermosa y añorada cocina del apartamento
de Sally, en Miami Beach, donde ella y yo vivimos los días más apasionantes de
nuestra tormentosa relación. Había regresado a un pasado feliz.
Bebía un vaso de agua y me volvía a la
habitación donde me esperaba su turbador cuerpo desnudo, con su piel satinada,
con su rostro pecoso y su cabeza rubia de peinado muy corto, que dejaba a la
vista una nuca fascinante, incitadora de mis deseos más lúbricos. Su boca
carnosa, anhelante, dirigía un reproche a mi viaje a la cocina.
-Tenía
sed – me excusaba.
-Yo también tengo sed… de ti – me
contestaba a la luz de lejanos rascacielos.
Y nuestros cuerpos, febriles, rodaban
sobre las sábanas y se enredaban con ellas en audaces e inverosímiles posturas.
Sus ojos claros, de un extraño azul turquesa que siempre me había inquietado,
iluminaban sus gritos de placer. Mi boca buscaba su sexo, su boca me devoraba
entre orgasmos muy profundos, dulces desmayos y enloquecidas convulsiones, una
y otra vez, una y otra vez hasta perder la consciencia. Y después, un
cigarrillo fumado a medias en la calma satisfecha, colmada; y el sueño
reparador…
No es que hubiera vuelto a vivir esos
momentos, no. Los vivía “la misma vez” que entonces. No experimentaba “de
nuevo” instantes recordados, sino que, simplemente, los percibía en su versión
original, sin conciencia de repetición.
Y al despertar, estaba de nuevo en mi hoy de
ahora, en mi estrecha cama desierta. Y recordaba la apasionada noche vivida… o
soñada, como algo reciente y real. Como de un ayer inmediato, a pesar de los
años transcurridos desde entonces.
No
sabía si aquella escena rediviva era real y si yo podía viajar de veras por el
tiempo, pero mis experiencias de “crono-traslación” me proporcionaban sensaciones
tan firmes que me permitían abrigar la esperanza de estar regresando a la noche
mágica. Real o no, repetí la aventura muchas veces, siempre con el mismo
resultado.
Hasta que una noche de hace tres meses,
al encender la luz de mi cocina, una chispa crujió en el pulsador y un olor a
quemado inundó la estancia a oscuras. Habían saltado los fusibles y un pequeño
incendio consumió rápidamente el embellecedor de plástico. Me apresuré a
sofocar las llamas con un paño y, después, fui al cuadro de luces y volví a
levantar la palanca de contacto. Cuando regresó la luz, estaba todavía en mi
cocina, no en la del apartamento de Miami. Así que, resignado, me fui a dormir.
Al día siguiente, recibí una llamada telefónica
de mi amigo Leo, nuestro vecino de apartamento en los días dichosos.
-Hola, Edgar, ¿qué tal te va en Houston?
– y, sin esperar respuesta, prosiguió – Oye, ¿puedes llamar a José, el portero
de la urbanización, y decirle que me deje ocupar tu apartamento por unos días?
Chico, es que anoche hubo un incendio tremendo en el de Sally; y el mío, como
está al lado, se ha llenado de humo, que no se puede estar aquí hasta que lo
limpien todo. Ha sido muy extraño. Sally, como tú sabes, se marchó a Nueva York
hace años, y su apartamento ha estado cerrado desde entonces, con la luz y el
agua cortadas y, sin embargo, según los bomberos, ha habido un cortocircuito en
la cocina y ha ardido toda la vivienda. Nadie se puede explicar lo que ha
pasado.
Yo sí que hubiera podido explicar lo que
había pasado, pero nadie me habría creído.
El caso es que nunca más he podido
volver a viajar en el tiempo.
MAPérezOca.
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