Cuando regresó a Castrillo del
Duero para dedicarse de nuevo a las faenas del campo, Juan el “Callao” no
respondió a las muchas preguntas que le hacían sus vecinos sobre los motivos que
le habían llevado a abandonar la honrosa profesión de carabinero. “Me cansé de
llevar uniforme”, fue toda su explicación. Con el tiempo, su carácter taciturno
había ido empeorando. Fue, quizá, a partir de la fecha en la que, jubilado por
motivos de salud, también volvió al pueblo el prestigioso comandante don Juan
Manuel Martín Arranz, alias “Empecinado”, según unos, por ser sobrino carnal
del famoso guerrillero que luchó contra los franceses, o el “Manco”, según
otros, por una vieja lesión sufrida en acto de servicio, que le impedía algunos
movimientos del brazo izquierdo.
Una tarde estaba el “Callao”, tan
silencioso como siempre, en un rincón de la taberna, cuando escuchó a los
hermanos “Tejuela”, hijos de un sargento de carabineros fusilado en 1844,
lamentarse del deshonor que sufrían por la deslealtad del padre, y lo
comparaban con los honores merecidos del comandante “Empecinado”. Juan los agarró
del brazo y se los llevó a la calle, donde nadie los pudiera oír.
-Malditos críos – increpó a los
dos mocetones - . Vuestro padre fue un hombre honrado y leal, que murió por
defender la Constitución. El
“Manco” sí que es un canalla…
Y, haciendo gala de una
locuacidad desconocida en él, les contó la historia de la rebelión del coronel
Pantaleón Boné en 1844, en Alicante. Y de cómo fue traicionado por su mejor
amigo, el capitán “Empecinado”, quien, a cambió del perdón, entregó el castillo
de Santa Bárbara al general Roncali, que había venido a sofocar la sublevación.
-Vuestro padre se opuso a la
entrega del castillo y gritó desde las almenas “¡Afuera el Manco!”, para poner
en aviso a los liberales que ocupaban la ciudad. Pero fue apresado con más de
veinte compañeros. Los fusilaron de rodillas, con las manos atadas a la
espalda, como traidores. Y aún tuvieron el valor de gritar con su jefe, el
coronel insurrecto, “¡Viva la
Libertad !”, antes de morir todos juntos. En cambio, el “Manco”
salvó la vida y se ganó un ascenso. Ese criminal hizo la lista de los que había
que fusilar, y puso en ella a vuestro padre que, como yo, era su paisano. Y a
mí me obligó a formar parte del pelotón de fusilamiento. Por eso me fui del
cuerpo de Carabineros…
Algunas noches más tarde, un enorme
griterío se escuchaba hacia la Plaza Mayor.
Dos grupos de jóvenes, unos de Castrillo y otros de un pueblo vecino, se
enfrentaban con palos, piedras y navajas, por una disputa política entre
liberales y carlistas.
-¡Llamad al “Empecinado”! – demandaba
la gente de orden, con la esperanza de que el militar supiera poner un fin razonable
a la pelea que ya había producido varios heridos.
Y, enseguida, un grupo de
ciudadanos encabezados por el comandante retirado se dirigió hacia la plaza
para imponer la paz en aquella absurda batalla campal.
El “Callao” vio entonces la
ocasión de vengarse impunemente. Descolgó su viejo trabuco, lo cargó con
metralla, se metió una pistola en la faja y se apostó en un portal a oscuras,
en medio de la noche sin luna, esperando a que el “Manco” regresara a su casa.
Le pegaría un tiro en el vientre para que muriera rabiando, por traidor y
canalla; y todos creerían que había caído en una trampa tendida por los
muchachos de fuera.
Pero cuando pasó ante él, ufano
por el éxito de su gestión pacificadora, vio que iba en compañía de su cuñado Eugenio
Arranz y no tuvo valor para apretar el gatillo; pues habría tenido que matar
también al pariente que no tenía la culpa de nada.
Sin embargo, al cabo de la calle,
dos embozados se plantaron ante ellos y dos secos disparos de trabuco acabaron
con sus vidas. El “Callao” supo que los asesinos eran los hijos del sargento
“Tejuela”; pero se dispuso a ser más callado que nunca.
Se retiró a su casa, volvió a
colgar el trabuco y a esconder la pistola, y se arrodilló ante el tosco
crucifijo que presidía el comedor, para dar gracias a Dios por no haber
permitido que se manchase su conciencia con la sangre del traidor.
M. A.
Pérez Oca.
LUZ.
Luz te doy, me das y
quiero.
Luz espero de tu
amor.
Luz que viene desde
el cielo.
Luz que tiene tu
candor.
Luz que abrigo en mi
esperanza.
Luz que quiero al
despertar.
Luz que tiene la
fragancia,
Luz, de rosas en la
mar.
Luz quisiera darme al
viento.
Luz que espero
redimir.
Luz que expresa lo
que siento.
Luz que no quiere
morir.
Luz que requiere un
futuro.
Luz que indica el
caminar.
Luz sin recuerdos oscuros.
Luz que vence en el
final.
Luz que aprende la enseñanza.
Luz que atañe a la
razón.
Luz que veo en
lontananza.
Luz que intuye el
corazón.
Luz que soy, que
somos todos.
Luz que el Cosmos nos
la dio.
Luz que ilumina los
fondos.
Luz sin sombra, luz
de amor.
¿Luz…?
¡Luz!
Miguel Ángel Pérez Oca.
1 comentario:
Un catorce de abril tuvo su Sanmartin. (San Martín 11 de noviembre). Cosas de la vida.
Eusebiet el que no olvida.
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