Ya estoy aquí otra vez. Ya he vuelto de mis vacaciones de Agosto en la Playa de San Juan, donde no tenía Internet. He estado felizmente aislado del mundo y me he dedicado a repasar y corregir mi próximo libro del que ya os hablaré. De momento os pongo lo último que he escrito para la Tertulia de la Bodega Adolfo.
El tema era "el Amor de Verano" y todavía se nota la impresión que me causó el mes asado la visita que hice al campo de exterminio de Auschwitz.
EL VERANO PASADO ME INVENTÉ TU NOMBRE.
Ayer
te vi. Estabais lejos, a más de cien metros de nuestras alambradas y, sin embargo,
tu figura delgada y elegante destacaba entre todas las prisioneras. Ni siquiera
tu cráneo rapado te ha hecho perder la enorme dignidad que transmite tu paso firme
y elástico, tu rostro alzado al viento, el movimiento armónico de tus brazos al
andar.
Y
pensar que ni siquiera me conoces, que no eres consciente de que en este campo
diabólico hay un hombre que sueña contigo y se interesa constantemente por tu
suerte. Desde que bajamos del vagón solo te he visto, o mejor adivinado en la
lejanía, cinco veces. Y ayer te vi de nuevo; marchabas en la segunda fila de la
formación, camino del trabajo agotador, flotando por encima de la crueldad de
nuestros verdugos, despertando ese respeto que nace a tu alrededor y que hace
que ni siquiera los capos y las matronas se atrevan a levantarte la voz. Te vi
y mi corazón se agitó. ¡Aún estás viva!
Recuerdo
nuestro viaje interminable en el vagón de ganado atestado de sufrimiento. Los
lamentos, los estertores, eran constantes bajo aquel olor repugnante. Y sin
embargo, tú permanecías en el rincón con la cabeza alta y tu sedosa cabellera
agitándose al viento que entraba por el ventanuco enrejado. Fue entonces cuando
me enamoré de ti y me inventé tu nombre… Te llamé Esperanza y creo que así te
llamas, o deberías llamarte.
Dos
días estuvimos cruzando nuestras miradas desde las esquinas opuestas del vagón
repleto de gente humillada y moribunda. Nunca cambiamos una sola palabra y, sin
embargo, conozco tu voz, o me la he inventado también; porque no podría ser
otra.
Cuando
llegamos, aquel doctor de dientes separados y mirada torva ordenó que nos dividiésemos
en dos grupos, uno de hombres y otro de mujeres. Después nos fue escrutando uno
a uno, hasta acabar separando de las personas de apariencia sana otra patética formación,
la más numerosa, de niños, ancianos, embarazadas y enfermos a los que el médico
declaró en voz alta que no eran aptos para el trabajo. Se los llevaron a darles
una ducha y nunca más los volvimos a ver. Se dice que los condujeron
directamente a las cámaras de gas, donde los asfixiaron sin clemencia. Y nuestras
dos agrupaciones de personas aptas fueron conducidas a distintos campos,
separados por unos cientos de metros. Nos cortaron el pelo, nos vistieron a
rayas y desde el primer día nos hicieron trabajar hasta la extenuación, sin
apenas nada que comer.
Si
me vieras no me reconocerías… Bueno, la realidad es que nunca me has conocido. Soy
un esqueleto al que le faltan varios dientes, y dos cicatrices horrorosas
cruzan mi rostro. He recibido crueles castigos y palizas de los capos, pero he
sobrevivido, y he sobrevivido por ti; porque espero que todo esto termine
cuando unos tanques rusos o americanos crucen esa odiosa puerta, en cuyo dintel
hay un letrero que dice que el trabajo nos hará libres. En estas noches de
otoño, más allá de las llanuras lejanas, se oyen remotos estampidos; vienen del
Este y son el eco de las cada vez más próximas batallas que acabarán dándonos
la libertad. Por eso tienes que sobrevivir, por eso yo sobrevivo para verte
libre y poder expresarte mi amor. En mi barracón soy el único superviviente de
los que llegaron conmigo, y a ti debe ocurrirte lo mismo, ¿verdad? Sigues siendo
una dama elegante y hermosa dentro de tu uniforme andrajoso. Porque eres un ser
excepcional, de esos que irradian dignidad y mueven al respeto.
Mi
querida Esperanza, mi amor de estos meses espantosos. Ya es otoño en Auschwitz
y aún estamos vivos. Este invierno seremos liberados, ya lo verás.
Ayer
te vi marchando con tus compañeras. Sobresalías sobre todas ellas, tan
encorvadas y vencidas, con la cadencia elegante de tus pasos indomables, con
ese rostro que adiviné sereno bajo el cráneo rapado y quizá tan sarnoso como el
mío…
Vivo
por ti, sobrevivo para ti, mi amor del verano.
Miguel Ángel Pérez Oca.
1 comentario:
Miguel, este libro me lo tengo que leer entero, pues seguro que me va encantar leerlo hasta el final. ¿Ya estáis en vuestra casa? Hogar dulce hogar..... Un abrazo.
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