RASCÁNDOME LAS RONCHAS EN AUSCHWITZ.
No sé si fue
alergia o repugnancia o miedo a los más recónditos impulsos del ser humano. No
lo sé, pero lo cierto es que en Auschwitz me salieron ronchas. Ahí os dejo una
parte del escrito que esta noche leo en la Tertulia de la Bodega Adolfo :
En principio tuve la tentación de no seguir
a mis compañeros de excursión en la visita al famoso campo de exterminio de
Auschwitz. Dos señoras mayores, que nos acompañaban, sintieron arcadas y
optaron por esperarnos en la cafetería después de ver la famosa entrada en cuyo
dintel la desfachatez nazi había escrito “Arbeit macht frei” (El trabajo hace
libre). Yo acabé entrando y, pese a las molestias que me ocasionó, no me
arrepiento. Porque, con la ayuda de una excelente guía local, pude reflexionar
sobre algunas cosas sumamente importantes: Comprendí que aquello no fue la
locura improvisada de ningún Calígula del siglo XX; aquello, a pesar de su
monstruosa irracionalidad, era una elaboradísima y planificada industria
dedicada a la aniquilación sistemática de millones de judíos y otros ciudadanos
de razas no arias, con una óptima y productiva explotación comercial. Para
hacer funcionar aquellos complejos de muerte hicieron falta multitud de
arquitectos, ingenieros, médicos, psicólogos, economistas y demás seres
supuestamente inteligentes. Y está claro que una empresa así no podía pasar
desapercibida para la población. Había demasiados miles de implicados en un
crimen que convertía al pueblo alemán, o al menos a grandes sectores de él, en
cómplice y encubridor. Los intereses económicos del holocausto también quedaban
patentes en la exposición que se nos hizo de montañas de cabello humano, gafas
y cacharros de todo tipo. El fabricante de los hornos crematorios debía
percibir sustanciosos beneficios de su actividad, así como el proveedor del gas
letal Zyklon B. El industrial que fabricaba moqueta con cabello humano también tuvo
que llevarse sus buenas ganancias, y el que reciclaba todos los cacharros metálicos
(ollas, orinales, palanganas, vasijas…). Lo más terrible, si es cierto lo que
nos contó la guía, es que prestigiosas empresas farmacéuticas financiaban los
terribles experimentos que el doctor Mengele realizaba con parejas de niños
gemelos y otros desgraciados prisioneros científicamente torturados.
En general, los niños
eran gaseados en cuanto llegaban a Auschwitz, ya que no servían para el
trabajo. Se les engañaba, junto a los ancianos, embarazadas y enfermos, diciéndoles
que iban a tomar una ducha. Y se les fumigaba en cámaras herméticas con el gas
que tardaba 20 minutos en matarlos. La fotografía más espantosa que he visto en
mi vida es la de un grupo de niños sonrientes que caminan, confiados y alegres,
hacia las pretendidas duchas. Fue ante esta foto cuando comencé a rascarme las
ronchas.
Lo cierto es
que siempre he padecido picores ante la gente disciplinada, obediente e incondicional,
convencida de tener toda la razón de su lado, o sea del lado del “líder
carismático” al que han entregado su lealtad.
Debo padecer
alguna clase de alergia a la irracionalidad.
Miguel Ángel Pérez Oca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario