En la Tertulia de la Bodega Adolfo nos habíamos puesto como "deberes" escribir algo sobre el tema "MI CABEZA, NO". Y yo he presentado el trabajo que os pongo aquí. Espero que os guste, y que no os asuste ni os escandalice demasiado. Ya sabéis lo irrespetuoso que soy. Qué le vamos a hacer...
Feliz viaje a los compañeros que van a África a curar a nuestros hermanos menos afortunados que nosotros.
Adolfo Celdrán volvió el martes a estar con nosotros. Creo que se quedará. Y me alegro mucho.
Bienvenido.
MI CABEZA, NO.
Supongo
que aquella fue una ceremonia de entrega de los Premios Nobel como
cualquier otra, pero cuando el dichoso galardón se lo dan a uno todo
parece excepcional. Recuerdo que, después de la cena de gala, una
limusina negra me esperaba a la puerta del palacio para llevarme al
hotel. Soy un solitario vocacional. No tengo familia ni amigos
íntimos, así que nadie me acompañaba en este momento de gloria;
solo el conductor del coche, que me sonrió con una mueca un tanto
forzada que yo interpreté como un gesto profesional.
-¿Desea
que le lleve al hotel?
-Sí
, pero antes deme una vuelta por la ciudad, por favor... Nunca he
estado en Estocolmo.
No
sé cómo llegué a mi destino. Sin duda me había dormido, o me
habían dormido. Lo primero que pude comprobar al despertar fue que
no estaba en la habitación del hotel sino en un cubículo de
cristal, o algún otro material transparente, y que me encontraba
desnudo.
-Buenas
noches, profesor – me dijo el hombre de blanco.
Yo
conocía aquel rostro. En un principio lo asocié con el Emperador de
la Guerra de las Galaxias, pero no era él, evidentemente. Era otro
personaje muy conocido, aunque no me atreví a identificarlo con toda
seguridad. Resultaba tan increíble que fuera él...
-¿Sabe,
profesor? Hemos comprobado que es usted la persona con el índice
intelectual más alto de todos los habitantes del planeta.
-No
lo sabía – respondí, irritado -, pero dada la situación en la
que me encuentro, no me consuela en absoluto.
Aquel
hombre de aspecto malicioso y desconfiado, bajo una impostada pátina
de bondad artificiosa, se permitió emitir unas leves carcajadas.
-Necesitamos
su cabeza, profesor. Nuestros asuntos no van nada bien...
Empezaba
a sospechar que aquel hombre era quien me parecía que era.
-¿Dónde
estoy? - pregunté.
-Ah...
en un sitio a cuatro kilómetros de profundidad bajo el Coliseo de
Roma. Desde aquí hemos estado dominando el mundo durante más de dos
mil años. Fue una buena idea venir a este pequeño planeta a
colonizar a unos animalitos tan manejables como vosotros.
Estaba
seguro. Sabía quién era. Y un sudor frío empezó a descender por
mi frente.
-¿Qué
quiere usted de mí? - exigí más que pregunté.
-Ya
se lo he dicho. Quiero su cabeza. Nuestros métodos de siempre ya no
nos sirven. Necesitamos una mente moderna, que sepa ganarse la
voluntad de... nuestros... ¿súbditos?
-¡No!
- protesté - ¡Mi cabeza, no! No conseguiréis que me ponga a
vuestro servicio, jamás.
El
hombre de blanco sonrió, con esa mirada clara y desconfiada que le
había visto en la televisión tantas veces.
-No
es tu voluntad la que necesitamos, si no tu inteligencia. Así que no
utilizaremos todo tu cerebro si no solo su parte lógica. Será una
sencilla operación quirúrgica. No te dolerá. Mi personalidad
quedará implantada junto a tus magníficas circunvoluciones.
Después, yo “dimitiré” y me “retiraré”, y tú ocuparás mi
lugar, pero la voluntad que moverá tu inteligencia será la mía –
y una sucesión de carcajadas malévolas surgió de su garganta
aparentemente frágil.
-¡Noooo!
¡Mi cabeza, noooo! - terminé gritando mientras aquella aguja,
surgida de no sé dónde, se iba introduciendo en mi cerebro.
….................................................................................................................................
¡Habemus
Papam...! – recitó el androide vestido de archidiácono desde el
balcón de la Basílica de San Pedro.
Y
yo me asomé a la plaza atestada de fieles. ¿Era yo? Bueno... mi
inteligencia era mía, pero la voluntad pertenecía al melifluo y
malvado hombre de blanco. Y ahora mi cabeza iba a ser el instrumento
que idearía los cambios que necesitaba la Organización para
perpetuarse en el poder.
-Antes
de daros mi bendición, os pido que recéis por mí – dije a la
multitud con mi acento argentino de siempre, y todos se dieron cuenta
de que algo estaba cambiando en la cúspide de la Iglesia Católica.
Algo estaba cambiando para que no cambiase nada.
Miguel Ángel Pérez
Oca.
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