martes, 11 de septiembre de 2012

¡SANGRE!


Para la Tertulia de la Bodega de Adolfo de ayer, día 10, he presentado un relato que espero os ponga los pelos de punta... al menos al principio.


LA SANGRE NO MIENTE.
            Desde el momento en que aquella mujer de mirada ausente me entregó el sobre, un oscuro temor se apoderó de mí. Porque la sangre no miente, al menos no miente a los que están en el secreto de sus misteriosos indicios y pronósticos.
            Rasgué el papel de color pardusco y me encaré al texto aterrador, con las manos vacilantes y la respiración alterada. Mi mandíbula se agitaba convulsa y las rodillas me temblaban violentamente; porque del mensaje dependía mi suerte futura, mi supervivencia en este valle de lágrimas, donde los peligros mórbidos y sinuosos anidan en el interior de las arterias, en nuestros cuerpos pecadores ahítos de manjares prohibidos, de molicie insana y de prácticas nefandas y condenables.
            ¿Cuál era el augurio de la sangre? ¿Qué tremebundas premoniciones me adelantaría su escrutinio? ¿Hasta dónde mi destino iba a ser escrito por las letras rojas del líquido vital?
            Cuando perforaron mis venas en el sacrificio inicial, y pude ver mi propia sangre, tan oscura que más que roja se me había mostrado de un tono cárdeno y espeso, como de rubí sucio, un insidioso vahído se había apoderado de mí, tiñendo de un blanco enfermizo el cubil de los vampiros, como una cortina de gasa o como una niebla espesa. Pero me recuperé y me marché de allí, abrumado por la culpabilidad. Quizá no debería haber consultado a los pesquisidores hemomantes, me recriminaba, que solo vaticinan desgracias y privaciones, producto de la deserción de nuestros propios órganos.
            Tenía el papel ante mí y no me atrevía a descifrarlo. Mi capacidad lectora estaba bloqueada por el pánico y la náusea. Y sin embargo, debía hacerlo, debía enfrentarme a la realidad e interrogar a mis propios fluidos internos. ¡Qué espanto!
            Hice acopio de valor y recorrí el formulario con mirada aprensiva, fijándome en las indicaciones que, al margen de cada línea, indicaban las cifras de la normalidad.
            Leucocitos………  5,8
            Linfocitos… ……35,5
            Hematíes………     4,9
            Hemoglobina…….14,3
            Hematocrito…….. 44,3
            Plaquetas………..331
            Glucosa……….     92
            Ácido Úrico……… 6,52
            Colesterol……… 168
            Triglicéridos…… 119
            PSA………………  3,15
            ¡Vaya! Pues estaba todo normal. Ni un solo asterisco. Nada que superase los límites fijados. O sea que, al parecer, estaba sano como una manzana. Y me avergoncé de mis temores obsesivos y me sentí absolutamente ridículo. No se puede ser tan hipocondríaco, ni se le puede tener esa repugnancia enfermiza a la sangre.
            Me fui al bar de enfrente del ambulatorio, dispuesto a celebrarlo.
            -A ver, Manolo, ponme un buen vaso de vino…Pero que sea bueno, bueno.
            -¿Quiere un Rioja o un Ribera del Duero, señor Miguel?
            -No, no… Me apetece algo más exótico… y más… significativo. ¿Tienes ese vino chileno que me enseñaste el otro día? Me gustaría probarlo.
            -Sí, Sangre de Toro; pero le tengo que abrir una botella…y cobrársela entera.
            -Pues me la abres, qué coño. Y de tapa, un platito de “sangueta”. ¿Vale?
            -Muy bien. ¡Oído, cocina, una de sangre con cebolla!
Miguel Ángel Pérez Oca.

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