El tema de ayer era LICNOBIA. Este fue mi trabajo:
Placa conmemorativa de la visita del cosmonauta Victorenco a Frombork.
LICNOBIA Y LAS ESTRELLAS.
Escondido entre
marañas de cables y condensadores, a salvo de miradas indiscretas tras un panel
de control, un pequeño recipiente lleno de algodones empapados de agua, alberga
unas semillas que empiezan a germinar a la luz de una pequeña bombilla. Es el secreto
que debe ignorar Yelena, la cosmonauta silenciosa y ofendida que evita todo
contacto con los dos hombres que comparten con ella la estación espacial.
Fuera, a 400 kilómetros sobre la superficie del planeta azul, el Sol achicharra
las paredes del habitáculo y alimenta los paneles solares, pero el interior
está refrigerado y protegido de radiaciones letales, y apenas tiene ventanas
que permitan ver el exterior y sus alucinantes paisajes. La luz que reciben los
viajeros del espacio no viene de fuera.
Las
pequeñas plantas ya han germinado y crecen fototrópicas hacia la pequeña
bombilla siempre encendida. No sé a qué especie pertenecen, no soy botánico,
así que las llamaré Licnobia Vegetalis. Licnobia es un vocablo exótico que
significa “ser que vive bajo una luz artificial”.
Yelena
duerme en su saco, cuando alguien la despierta con una suave sacudida en la
ingravidez.
El
comandante Victorenko y su compañero Valery sonríen con timidez.
-Buenos
días, Yelena. Hoy es 8 de marzo, Dia de la Mujer, que es cuando los rusos
obsequiamos flores a nuestras compañeras. Y queremos pedirte perdón por las
frases machistas que te ofendieron. Hemos pensado que deberíamos desagraviarte regalándote
flores, pero ya sabes que la floristería más cercana esta, al menos, a 400 kilómetros
de distancia, desplazándose bajo nosotros a más de 25.000 kilómetros por hora.
Por eso, decidimos cultivarlas nosotros sin que tú te enterases, para darte una
sorpresa. El resultado ha sido muy modesto, pero espero que te guste y nos
perdones. Nunca más te ofenderemos, querida amiga, te lo prometemos.
Y
le muestra un modestísimo ramo formado por tres o cuatro brotes de Licnobia Vegetalis
sobre los que empiezan a abrirse unas florecillas blancas.
Yelena
se emociona. Las lágrimas acuden a sus ojos, pero están en ingravidez y dos molestos
globos transparentes empiezan a crecer desde sus lagrimales. Yelena sacude su
cabeza y una constelación de gotitas brillantes llena el espacio cerrado del
habitáculo, colmándolo de luces titilantes.
Valery,
el simpático Valery, que había sido su ofensor cuando, ante un fallo de ella en
el atraque de la nave de suministros, había hecho alusión a su condición de
mujer, se encoge de hombros, la besa en la mejilla, saca una balalaika de
debajo de su litera y, con su preciosa voz de barítono, comienza a cantar una
vieja balada en la que se añoran los campos y los cielos de la vieja Rusia.
Rodeadas
del vacío espacial, resuenan antiguas canciones y nuevas risas en una atmósfera
de gotitas semejantes a estrellas…
Me
lo contó el coronel Victorenko mientras comíamos paella en el restaurante de la
Universidad Lucentina.
Sus
ojos se iluminaron con el recuerdo, certificando la verdad de su relato.
Aquel
día, me dijo, fue cuando realmente llegó el ser humano al espacio.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
(500 palabras sin el título y la firma)
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