martes, 7 de agosto de 2018

LICNOBIA.


El tema de ayer era LICNOBIA. Este fue mi trabajo:

Placa conmemorativa de la visita del cosmonauta Victorenco a Frombork.


LICNOBIA Y LAS ESTRELLAS.

            Escondido entre marañas de cables y condensadores, a salvo de miradas indiscretas tras un panel de control, un pequeño recipiente lleno de algodones empapados de agua, alberga unas semillas que empiezan a germinar a la luz de una pequeña bombilla. Es el secreto que debe ignorar Yelena, la cosmonauta silenciosa y ofendida que evita todo contacto con los dos hombres que comparten con ella la estación espacial. Fuera, a 400 kilómetros sobre la superficie del planeta azul, el Sol achicharra las paredes del habitáculo y alimenta los paneles solares, pero el interior está refrigerado y protegido de radiaciones letales, y apenas tiene ventanas que permitan ver el exterior y sus alucinantes paisajes. La luz que reciben los viajeros del espacio no viene de fuera.
            Las pequeñas plantas ya han germinado y crecen fototrópicas hacia la pequeña bombilla siempre encendida. No sé a qué especie pertenecen, no soy botánico, así que las llamaré Licnobia Vegetalis. Licnobia es un vocablo exótico que significa “ser que vive bajo una luz artificial”.
            Yelena duerme en su saco, cuando alguien la despierta con una suave sacudida en la ingravidez.
            El comandante Victorenko y su compañero Valery sonríen con timidez.
            -Buenos días, Yelena. Hoy es 8 de marzo, Dia de la Mujer, que es cuando los rusos obsequiamos flores a nuestras compañeras. Y queremos pedirte perdón por las frases machistas que te ofendieron. Hemos pensado que deberíamos desagraviarte regalándote flores, pero ya sabes que la floristería más cercana esta, al menos, a 400 kilómetros de distancia, desplazándose bajo nosotros a más de 25.000 kilómetros por hora. Por eso, decidimos cultivarlas nosotros sin que tú te enterases, para darte una sorpresa. El resultado ha sido muy modesto, pero espero que te guste y nos perdones. Nunca más te ofenderemos, querida amiga, te lo prometemos.
            Y le muestra un modestísimo ramo formado por tres o cuatro brotes de Licnobia Vegetalis sobre los que empiezan a abrirse unas florecillas blancas.
            Yelena se emociona. Las lágrimas acuden a sus ojos, pero están en ingravidez y dos molestos globos transparentes empiezan a crecer desde sus lagrimales. Yelena sacude su cabeza y una constelación de gotitas brillantes llena el espacio cerrado del habitáculo, colmándolo de luces titilantes.
            Valery, el simpático Valery, que había sido su ofensor cuando, ante un fallo de ella en el atraque de la nave de suministros, había hecho alusión a su condición de mujer, se encoge de hombros, la besa en la mejilla, saca una balalaika de debajo de su litera y, con su preciosa voz de barítono, comienza a cantar una vieja balada en la que se añoran los campos y los cielos de la vieja Rusia.
            Rodeadas del vacío espacial, resuenan antiguas canciones y nuevas risas en una atmósfera de gotitas semejantes a estrellas…

            Me lo contó el coronel Victorenko mientras comíamos paella en el restaurante de la Universidad Lucentina.
            Sus ojos se iluminaron con el recuerdo, certificando la verdad de su relato.
            Aquel día, me dijo, fue cuando realmente llegó el ser humano al espacio.

                                                                       Miguel Ángel Pérez Oca.
                                                            (500 palabras sin el título y la firma)

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