El tema del pasado lunes era "La Agonía", y yo aporté este trabajo que espero os interese por su auténtico valor histórico:
AGONÍA MÁS ALLÁ DEL TIEMPO.
Del
cielo cae un agua mansa que llena de reflejos las grúas contrahechas y los
restos de los tinglados del puerto de Alicante. Bajo una precaria techumbre
rota por mil sitios, agoniza el viejo comandante. Nadie puede ya curar sus
terribles heridas. Su vida se apaga lentamente; aunque ya no parece sufrir. A
veces abre los ojos y mira de soslayo a su alrededor. La República entera
agoniza con él y un sopor general, un triste desánimo, encorva los cuerpos de
sus acompañantes, malolientes, sucios, harapientos, embutidos en los vestigios
de uniformes que un día fueron de color caqui. De vez en cuando, un desganado
compañero caritativo se le acerca, le dice unas palabras de consuelo y le
humedece los labios con un trapo mojado. Nadie puede hacer nada más por él. Y
él lo sabe, sabe que se muere, pero ya no le importa. Un suave sopor, una
especie de cómodo abandono se va apoderando de su cuerpo y de su mente. Agoniza
desde hace siglos, o solo un momento eterno. En realidad, el tiempo ha perdido
su significado. Su transcurso carece de sentido en esa situación eternizada. Ya
es tarde para que el viejo comandante comprenda sutilezas filosóficas como las
que un pensador familiarizado con las modernísimas teorías de Einstein o de
Böhr elaboraría acerca del tiempo como dimensión de un tetradimensional
superespacio físico… o metafísico. Aunque hace tan solo unas semanas, en el
frente, una animada conversación con el comisario político del Regimiento, un
intelectual profesor de Física, le abrió la conciencia a ideas que hoy le
resultan extrañas, pero, de alguna manera, consoladoras.
-El
tiempo no existe, camarada comandante – le decía entonces el comisario, con un
vaso de vino tinto en la mano.
Fue
capturado por los facciosos durante el combate siguiente, mientras trataba de
proteger la retirada de sus compañeros. A estas alturas, seguramente, ya lo
habrán fusilado. Los dos han quedado fuera de combate, capturado uno, herido mortal
el otro.
El
viejo comandante ha estado a punto de ser subido al vapor Stanbrook, hace dos
días, pero a última hora sus compañeros decidieron sustituir su incómoda
camilla por tres plazas de refugiados. Al fin y al cabo, él estaba ya muriéndose
sin remedio. Y no le supo mal. Prefiere morirse en paz sobre el suelo firme, bajo
la precaria techumbre del destruido tinglado, oyendo caer la lluvia mansa.
Se
oyen voces al amanecer. Hay que rendirse, dice alguno, mientras otros cargan
sus pistolas para defenderse o para suicidarse. Hay que desprenderse de gorras
e insignias, porque al oficial que capturen lo van a fusilar. En lo alto de una
maltrecha grúa todavía ondea una bandera republicana. Nadie tiene ánimos para
descolgarla y tirarla al mar, y allí queda, flotando sola al viento, con la
única compañía del viejo y moribundo comandante, mientras los demás se van
levantando y se dirigen lentamente hacia la salida del puerto, donde les
esperan los carceleros y los verdugos. Y una triste sonrisa se dibuja en la
arrugada boca del moribundo. Muchos de esos jóvenes fuertes y, hasta hace pocos
días, animosos van a morir antes que él.
Suenan
algunos disparos de arma corta. Son los suicidas que prefieren hacer mutis
antes que caer en manos de sus asesinos. Y el muelle queda abandonado a su
suerte, con la ajada bandera republicana ondeando todavía sobre la sedente
figura del viejo comandante moribundo.
Llegan
soldados con uniforme nuevo. Son los que se llaman a sí mismos nacionales, como
si los republicanos no tuvieran también una nación.
-¡Esa
bandera, hay que quitarla de ahí! – grita un sargento de voz aguardentosa. Y
varios soldados se encaraman a los hierros retorcidos y arrancan la postrera
insignia republicana, que luego quemarán con las otras capturadas entre los
restos del castigado puerto. La República ha muerto antes que el viejo
comandante, que todavía agoniza, más allá del tiempo, bajo la lluvia mansa.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario