El tema de la Tertulia de ayer era "Desconocido/a". Y yo presenté este trabajo. A ver qué os parece:
DESCONOCIDO, DESCONOCIDA.
Cuando vimos que la nave se había
posado sobre la pista, salimos al exterior para ayudar a sus tripulantes a descargar
todos los instrumentos y repuestos que portaba. El gran radiotelescopio ya estaba
montado y los habitáculos presurizados ya tenían suficiente capacidad para el
grupo de científicos que iban a compartir el aire y el espacio con nosotros.
Así que en cuanto estuvo todo dispuesto en las áreas de almacenamiento, nos
dirigimos a la zona habitable. Entre los desconocidos recién llegados tenía que
estar mi acompañante y protegido por una temporada, un geólogo de apellido
Roberts, al que pronto iba a conocer y tendría que instruir. ¿Cómo sería? Me lo
imaginaba calvo y mofletudo, con cara de enterado y gestos doctorales; uno de
esos sabihondos que tan mal sabemos sufrir los pilotos y los ingenieros, que
somos gente disciplinada y práctica y no nos andamos con pamplinas. De cómo
fuese mi futuro compañero desconocido dependía una temporada más o menos
soportable en la cara oculta de la Luna…
En
cuanto presurizamos la cámara estanca, procedimos a quitarnos los trajes y los
cascos. Miré con avidez los rótulos en los hombros de los novatos: Smith,
Galán, Kuroshava… Roberts. Ese, ese sería mi subordinado en la base. Y esperé a
que se desprendiera del casco para confirmar mis temores.
Y
se lo quitó. Y aparecieron unos enormes y femeninos ojos azules turquesa en un
rostro que a mí me pareció maravilloso. Su pelo, muy cortito, era de un negro
tan profundo como el fondo del cielo lunar, y la piel de sus mejillas tenía un
tono limpio y suave. ¿Era guapa? Más que eso, a mí me pareció magnífica,
inteligente, profunda, excepcional; y más cuando se sacó los guantes y me dio
una mano fina, elegante, delicada y fuerte a un tiempo, mientras yo terminaba
de mostrarme sin la escafandra. Y más aún, cuando vi su mirada de admiración
dirigida hacia mí.
No
cabía la menor duda: sería con ella con la que un día viajaría a las estrellas.
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Soy
una mujer práctica, serena, muy difícil de impresionar, pero en aquella ocasión
tan importante para mí, me sentía inquieta, mientras la nave descendía lentamente
sobre la pista de la Base de Mare Moscoviense, en la cara oculta de la Luna.
Tendría
que compartir varios meses de estancia en aquel remoto lugar con mi instructor,
un condenado piloto de segunda clase llamado Quiroga. Me lo imaginaba con
aspecto de bruto, mandíbula cuadrada y mirada estúpida en un rostro inexpresivo;
en fin, un astronauta típico, con dos dedos de frente y reflejos condicionados
que cuando se rompe la rutina no sirven para nada. El grupo de técnicos
residentes se acercó a la nave para ayudarnos a descargar todo el contenido de
la bodega. Yo, mientras trabajaba, escrutaba intranquila los nombres impresos en
las insignias de sus trajes de vacío: Popov, Dupont… Quiroga. Ese era el que me
había tocado. E intenté cruzar los dedos en busca de suerte, pero con los
pesados guantes de vacío, hacer eso es imposible.
Ya
en el interior, y una vez presurizada la cámara estanca, procedimos a quitarnos
los cascos y los trajes. Yo no apartaba la vista del desconocido que me habían asignado.
Y cuando se libró del casco apareció un rostro que me miraba maravillado.
Seguramente le había impresionado mi aspecto. No soy una mujer bellísima, ni
mucho menos, pero creo que tengo cierta personalidad atractiva. En cuanto a él,
era un hombre de rasgos muy agradables, pelo castaño, ojos verdes, piel
bronceada a base de rayos uva, único procedimiento posible en la Luna, donde
uno está siempre a cubierto en los habitáculos o embutido en una escafandra de
vacío. Cuando me saqué los guantes y le di la mano, supe que mi estancia en la
Luna iba a ser muy feliz. La calidez de su contacto me transmitía empatía. Supe
que íbamos a formar un buen equipo, quizá para toda la vida; quizá para un
viaje de siglos más allá de las estrellas.
1 comentario:
Esta pareja llegó muuuuy lejos :)
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