El tema de esta tertulia de ayer era "La tibieza" y yo aporté este cuento de ciencia ficción. A ver si os gusta.-
LUCÍA.
Como todas las
madrugadas cuando, tras la claraboya, apuntan las primeras luces por el
horizonte quebrado de montañas y grandes helechos, la tibieza de su cuello en
mis labios me servía de último refugio contra la rutina inevitable. La hubiera
despertado en demanda de amor, pero dormía tan plácidamente que me pareció un
sacrilegio traerla de vuelta a este mundo terrible. Seguramente, soñaba con su
pasado, era de nuevo una niña rubia en la granja de sus abuelos, jugando con simpáticos
e inofensivos animalitos. Me alejé de su cuello tibio y me dirigí al
compartimento estanco. Luego, al volver, me ducharía y tomaría el desayuno caliente
que me habría preparado mientras me esperaba. Hoy me tocaba a mí buscar la
comida y a ella cocinarla. Mañana, si no teníamos suficientes alimentos, sería
al contrario.
Me
embutí en el pesado traje exterior, tras verificar la presión del oxígeno de
reserva. Después, me coloqué el casco, lo aseguré y abrí la espita del aire. Cogí
las armas, comprobé sus cargas de energía y, solo después de seguir todos los
protocolos de seguridad, me decidí a presurizar la cámara y abrir la compuerta.
La eterna y húmeda ventisca empañó por unos momentos el visor de mi escafandra.
Avancé despacio por entre aquella pradera de sarmientos, bajo los helechos
gigantes, y me subí al vehículo de grandes ruedas que me esperaba cerca.
Habíamos podido salvar muy pocas cosas tras el accidente, pero eran las suficientes
para sobrevivir, al menos, dos personas, mi compañera y yo, de las cincuenta
que formaron la tripulación del Prometeus.
El espectáculo
de un gigantesco Super-Saturno en lo alto, rodeado de satélites, debería
haberme maravillado pero, después de tanto tiempo, ya era un paisaje familiar. “¿Cuántos
años tardarán en venir a rescatarnos?” me pregunté, como todas las mañanas desde hacía más de ocho meses. Conduje
con prudencia por entre los rastrojos y las charcas putrefactas, en busca de
una presa: quizá un conejoide o uno de esos bichos de ocho patas de aspecto
repugnante pero carne exquisita, que bastarían para alimentarnos durante dos
días; y así ella no tendría que salir mañana… Pero lo que estaría bien sería
tropezarme con un kraken adulto, con sus veinte toneladas de carne fresca… y
sus terribles mandíbulas trífidas llenas de colmillos acerados.
Contra un
kraken de Rhea III solo puedes tener una oportunidad. Si fallas el primer
disparo justo entre los tres ojos, estás perdido. Eso es lo que le había pasado
a Taylor, el gordo, que encontró su tumba en el vientre de uno de esos gigantes.
Pobre compañero, tan torpe. Pero con la carne de un kraken, podríamos alimentarnos
durante muchos meses sin tener que jugarnos la vida saliendo al exterior.
De
pronto, un conejoide saltó entre los sarmientos. Fue todo tan rápido que no me
dio tiempo a cargar el arma. Se me había escapado el almuerzo. ¡Maldita sea!,
grité.
Y
entonces, sobre la colina, bajo la luz de la estrella doble 322 Taurus, que ya
lucía, roja y azul, en el cielo de la mañana, apareció la silueta inconfundible
del kraken más enorme con que me había tropezado en todo mi tiempo de náufrago
espacial.
La
bestia me había visto y sus tres ojos de mirada torva seguían mis movimientos
con una mezcla de ira y gula. Bajé del vehículo, afirmé los pies en la tierra y
cargué mi fusil de isótopos al máximo de potencia, esperando el ataque
inevitable.
Sus
ocho patas ya avanzaban hacia mí al galope, mientras su corpachón erizado de crestas
puntiagudas se agitaba en una inercia creciente. Había bajado la cabeza hasta mi
altura, mientras su boca trífida, muy abierta, mostrando sus dientes malignos
empapados en saliva, atronaba el bosque de
helechos con un rugido formidable.
Sujeté
el arma con firmeza y apunté con sumo cuidado entre los tres ojos de mi enemigo…
mientras evocaba la tibieza del bronceado cuello de mi compañera Lucía.
Quizá sería mi
último pensamiento…o el preludio de unos meses de abundancia.
Miguel Ángel Pérez Oca.
1 comentario:
Bueno... La "tibieza" a la que nos referíamos en la Tertulia no era, precisamente, esa acepción, o al menos yo lo entendí así, sino la que se refiere a una sensación agradable de calor. Una cosa está tibia si resulta agradable en su temperatura. Por eso yo me he referido en este escrito a la tibieza de la piel del cuello de la protagonista.
Pero tus consideraciones acerca de la tibieza de ciertos medios de comunicación me parece también muy interesante. Ten en cuenta que un periódico o una radio o una televisión no dejan de ser un negocio que necesita ingresos para sobrevivir y para dar beneficios si es privada. Y ahí surge la controversia entre lo público y lo privado. Lo privado necesita "venderse" a alguien para dar ganancias. Lo público está a merced del gobierno de turno. En definitiva, lo malo de todo esto está en el sistema capitalista, para el que no tengo ninguna fórmula alternativa. Ojalá la tuviera, pero he visto naufragar tantas ilusiones que ya no me hago ilusiones (valga la redundancia).
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