El tema de la Tertulia Literaria de ayer era "Extravagancia" y yo he presentado este trabajo que espero os guste:
EL ASESOR DE IMAGEN.
Se llama José García López y su
aspecto es anodino. No es guapo ni feo, ni alto ni bajo, viste de manera
correcta, sin un detalle que pueda llamar la atención de nadie.
-Es
que mi obligación es pasar inadvertido, no resaltar de ninguna manera al lado
de mis protegidos… -dice, para aclarar después- Es que soy asesor de imagen.
Me
lo recomendaron como el mejor y, cuando decidí hacer carrera en mi partido y
presentarme a candidato, acudí a él.
-Pero,
bueno –me dijo- , vas vestido de manera demasiado formal, hombre. Así no
llamarás la atención de los ciudadanos.
Y
me dejó sorprendido porque, cuando ingresé en el partido, me había esforzado en
adoptar un atuendo discreto y elegante que agradara a mis superiores, para que
contasen conmigo como colaborador.
-Sí,
sí –me corrigió- , y estaba muy bien para entonces, pero ahora ya has llegado a
la cima, ya no tienes que encandilar a los viejos barones sino a los jóvenes, y
no tan jóvenes, votantes. Y a esos hay que llamarles la atención. Y para ello
hay que recurrir a un concepto indispensable: la extravagancia.
-¿La
extravagancia? –le pregunté, extrañado.
-Pues,
claro. ¿Tú qué quieres, impresionarles con tu corbata azul y tu traje gris, con
esa cara de panoli que tienes? Así serás como todos los otros candidatos, con
uniforme de político adocenado y aburrido. ¿Te crees que Adolf Hitler hubiera
vuelto locos a los alemanes con un traje y una corbata, así sin más, como todos
los teutones de clase media de su época? Hacía falta un bigotito ridículo y una
greña inconformista para que los de la
cervecería de Múnich se fijaran en él.
-Pero
Hitler era un dictador nazi… -me atreví a responder.
-¿Y
qué? Por eso mismo, iba detrás del poder absoluto y no lo hubiera conseguido
sin llamar la atención –y prosiguió- . Napoleón sin el flequillo no era nadie.
Ni lo sería Trump sin su tortilla a la
francesa sobre la cabeza y la punta de la corbata roja abanicándole la
bragueta. Ni De Gaulle tampoco, ni no llega a ser un gigantón desgarbado con
cara de pájarraco. Ni los ingleses hubieran escuchado a Gandhi si no hubieran
visto en él a un indio pintoresco medio en pelotas. Y nada digamos del
draculesco infante gordito que gobierna Corea del Norte. O de aquel enorme Amín
Dadá que mandaba en Uganda con mano de hierro y presumía de haberse comido a
unos cuantos ministros. Y también Gadafi, Kennedy, Lincoln, Castro, todos ellos
con característicos complementos pilosos… Si quieres tener poder, debes llamar
la atención.
Se
quedó pensando un rato.
-Mira,
llamar la atención no solo sirve para la política, también es necesario en el
arte, en la literatura y en toda aquella actividad que requiera consenso. ¿O es
que Dalí no se hacía el loco y lucía sus bigotes puntiagudos para llamar la
atención y vender cuadros? Y Cela, presumiendo en la tele, todo serio, de ser
capaz de absorber dos litros de agua con el culo. O Pérez Reverte, armándola
con sus denuestos a todo bicho viviente, en busca del escándalo que lo populariza,
a él y a sus libros… Aunque muchas veces tiene más razón que un santo, pero esa es otra
historia.
-Sí,
pero hay líderes que no han necesitado ser extravagantes para lograr el poder:
Roosevelt, Mandela, la Thatcher, Azaña, Eva Perón, Olof Palme… -protesté.
-Pero
esos tenían personalidad –me replicó, mirándome a los ojos.
-Y
yo no, ¿verdad? – reconocí, bajando la cabeza.
-Ni
tú ni ningún otro político actual – y se encogió de hombros-. Vivimos en un tiempo
de mediocres.
Le
hice caso. Me presenté a la campaña con una cresta de indio iroqués, de color
malva, y una bufanda verde… Y gané las elecciones.
1 comentario:
¡Genial!
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