miércoles, 3 de mayo de 2017

EL EXTRAVAGANTE ASESOR DE IMAGEN.

El tema de la Tertulia Literaria de ayer era "Extravagancia" y yo he presentado este trabajo que espero os guste: 





EL ASESOR DE IMAGEN.
Se llama José García López y su aspecto es anodino. No es guapo ni feo, ni alto ni bajo, viste de manera correcta, sin un detalle que pueda llamar la atención de nadie.
            -Es que mi obligación es pasar inadvertido, no resaltar de ninguna manera al lado de mis protegidos… -dice, para aclarar después- Es que soy asesor de imagen.
            Me lo recomendaron como el mejor y, cuando decidí hacer carrera en mi partido y presentarme a candidato, acudí a él.
            -Pero, bueno –me dijo- , vas vestido de manera demasiado formal, hombre. Así no llamarás la atención de los ciudadanos.
            Y me dejó sorprendido porque, cuando ingresé en el partido, me había esforzado en adoptar un atuendo discreto y elegante que agradara a mis superiores, para que contasen conmigo como colaborador.
            -Sí, sí –me corrigió- , y estaba muy bien para entonces, pero ahora ya has llegado a la cima, ya no tienes que encandilar a los viejos barones sino a los jóvenes, y no tan jóvenes, votantes. Y a esos hay que llamarles la atención. Y para ello hay que recurrir a un concepto indispensable: la extravagancia.
            -¿La extravagancia? –le pregunté, extrañado.
            -Pues, claro. ¿Tú qué quieres, impresionarles con tu corbata azul y tu traje gris, con esa cara de panoli que tienes? Así serás como todos los otros candidatos, con uniforme de político adocenado y aburrido. ¿Te crees que Adolf Hitler hubiera vuelto locos a los alemanes con un traje y una corbata, así sin más, como todos los teutones de clase media de su época? Hacía falta un bigotito ridículo y una greña  inconformista para que los de la cervecería de Múnich se fijaran en él.
            -Pero Hitler era un dictador nazi… -me atreví a responder.
            -¿Y qué? Por eso mismo, iba detrás del poder absoluto y no lo hubiera conseguido sin llamar la atención –y prosiguió- . Napoleón sin el flequillo no era nadie. Ni lo  sería Trump sin su tortilla a la francesa sobre la cabeza y la punta de la corbata roja abanicándole la bragueta. Ni De Gaulle tampoco, ni no llega a ser un gigantón desgarbado con cara de pájarraco. Ni los ingleses hubieran escuchado a Gandhi si no hubieran visto en él a un indio pintoresco medio en pelotas. Y nada digamos del draculesco infante gordito que gobierna Corea del Norte. O de aquel enorme Amín Dadá que mandaba en Uganda con mano de hierro y presumía de haberse comido a unos cuantos ministros. Y también Gadafi, Kennedy, Lincoln, Castro, todos ellos con característicos complementos pilosos… Si quieres tener poder, debes llamar la atención.
            Se quedó pensando un rato.
            -Mira, llamar la atención no solo sirve para la política, también es necesario en el arte, en la literatura y en toda aquella actividad que requiera consenso. ¿O es que Dalí no se hacía el loco y lucía sus bigotes puntiagudos para llamar la atención y vender cuadros? Y Cela, presumiendo en la tele, todo serio, de ser capaz de absorber dos litros de agua con el culo. O Pérez Reverte, armándola con sus denuestos a todo bicho viviente, en busca del escándalo que lo populariza, a él y a sus libros… Aunque muchas veces tiene más  razón que un santo, pero esa es otra historia.
            -Sí, pero hay líderes que no han necesitado ser extravagantes para lograr el poder: Roosevelt, Mandela, la Thatcher, Azaña, Eva Perón, Olof Palme… -protesté.
            -Pero esos tenían personalidad –me replicó, mirándome a los ojos.
            -Y yo no, ¿verdad? – reconocí, bajando la cabeza.
            -Ni tú ni ningún otro político actual – y se encogió de hombros-. Vivimos en un tiempo de mediocres.
            Le hice caso. Me presenté a la campaña con una cresta de indio iroqués, de color malva, y una bufanda verde… Y gané las elecciones.