El tema de ayer en la Tertulia era "Matar con veneno" y yo presenté este trabajo:
INFIERNO PARA ENVENENADORES.
Llamé a la puerta, toc, toc, y me
abrió el señor Dante con cara de aburrido. “Ah, eres tú – me dijo sin mirarme a
la cara - , pasa, pasa” Y pasé. Dentro no se estaba tan mal, no había ollas de
aceite hirviendo, ni llamas ni nada de eso. Solo una estancia inmensa y
bastante oscura donde los asesinos del veneno teníamos que pasar toda la
eternidad… o no. “Hola – me dijo un individuo con aspecto de yonki desarrapado
–, tú eres el de Tabacalera, ¿verdad?” Y yo asentí con cara de pardillo.
“Bueno… tu pecado es menor; así que calculo que saldrás en 200 ó 300 años” “¿Es
que el Infierno no es eterno?” – pregunté con un gesto de esperanza. “Nooo… Bueno,
no siempre. Mira, en aquel rincón se reúnen los grandes asesinos: el papa
Alejandro Borgia, su hijo César, Adolf Hitler, Himler… Esos tienen para toda la
eternidad”. Miré a mi alrededor. Aquello estaba lleno de desgraciados, de
oficinistas y obreros de las compañías tabaqueras y las bodegas, de operarios
de máquinas con motor de explosión… “Entre todos hemos envenenado el mundo” –
me decía el yonki, encogiéndose de hombros. “Pues yo entré en Tabacalera por
oposición, en los años 60 – le aclaré -. Entonces, trabajar allí era un signo de
prestigio social, y fumar estaba muy bien visto. Todos los actores de Hollywood
fumaban como carreteros, y el vaquero de Marlboro era el ídolo de las jovencitas…”.
“Sí, pero después vino la condena del tabaco como producto cancerígeno y las
reclamaciones millonarias a las compañías tabaqueras… ¿verdad? Y tú seguiste
trabajando en tu empresa, sin que te sintieras culpable cada vez que te
enterabas de que alguien había muerto de cáncer de pulmón… Y, además, tú nunca
has fumado, hipócrita, que lo he visto en tu expediente”. Y yo noté cómo la
sangre ectoplasmática acudía a mi rostro fantasmal y el sofoco me delataba. “No
renunciaste a tu trabajo de camello de lujo…” – insistió mi interlocutor. “No
podía hacerlo – me excusé - y renunciar a mi sueldo y a mi futura pensión,
compréndeme. Además, claro que me siento culpable, claro que sé que el tabaco
es adictivo, que hay personas que no pueden dejar de fumar aunque con ello
firmen su propia sentencia de muerte, claro que sufro… pero había que comer”. Y
el yonki me miró con desprecio. “Bla, bla, bla… palabras, excusas, tú eras un
señorito y todo el mundo te respetaba, mientras que yo, que también tenía que
comer… y chutarme, acababa en el trullo cada dos por tres… y eso que las
muertes por tabaco son mucho más numerosas que las de las otras drogas. Pero,
claro, el tabaco y el alcohol son drogas legales”. “El alcohol es todavía peor
que el tabaco” – me atreví a argumentar. “Sí, pero también es más legal… y
hasta sagrado. Con decirte que los curas consumen vino durante la misa…”. Di la
espalda al yonki, no soportaba más sus argumentos acusadores que tanto daño me
hacían. Ya lo sé, coño, ya lo sé, he sido un camello legal, un privilegiado,
vale, y me merezco unos cuantos siglos de castigo.
Me topé con gente que había envenenado
a su pareja o a su vecino o a un familiar rico para heredar o, simplemente, por
odio, venganza o hastío, porque no podían soportar por más tiempo su compañía.
Los había también que habían envenenado a algún rival político por ambición.
Pero lo que más abundaba era la gente que, casi sin saberlo, había estado
envenenando a su propio planeta, sembrando la muerte y la enfermedad en su entorno
de gases venenosos y alimentos nocivos, hacia un futuro donde se extinguirían
todas las especies animales y vegetales, convirtiendo el Sistema Solar en un sumidero
de planetas muertos. De acuerdo con que los jefazos del sistema, los políticos
y los capitalistas culpables de aquel holocausto, estarían allí por toda la
eternidad; pero el resto, los pequeños envenenadores más o menos inconscientes,
tenían que pasar en la lúgubre caverna unos cuantos siglos de dolorosa culpabilidad.
Eso era lo justo.
“Entonces – me volví a preguntar al yonki -
¿Quién ha ido al Cielo?” “Pues, verás, aparte de los niños inocentes y todos
los animales, nadie más. Ya sabes: entre todos la mataron y ella sola se murió.
La humanidad entera es culpable”.
1 comentario:
Excelente artículo. Me ha encantado.
Paco
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