jueves, 26 de enero de 2017

LA ISLA DE AGUSTÍN CRUSOE.


El tema de la Tertulia de ayer era "El mar y la soledad" y yo presenté este trabajo que espero os guste:

LA ISLA DE AGUSTÍN.
            Agustín Crusoe tenía un primo náufrago. En realidad, ambos coincidían en esa condición, como en muchas otras cosas, y eso fue, según los astrólogos, porque además de ser parientes y compartir el ADN, habían nacido el mismo día. Dicen los cronistas de los primos Crusoe que solo ha habido otro caso de coincidencia vital tan notable como éste, el de un tal Brian, contemporáneo de Jesús de Nazaret y primo segundo de éste.
            Así que, casi en las mismas fechas en que Robinson naufragó, si bien en un océano distinto, Agustín padecía una terrible galerna, a bordo de un bergantín del que era cocinero.  El Agamenón, nave de dos palos y vela cuadrada, que desplazaba 62 toneladas de algodón y especias del Lejano Oriente, se hundió en unos minutos, arrastrando consigo a toda su tripulación, excepto al marinero Agustín, que en el momento de la desgracia supo aferrarse a un arcón que guardaba armas y utensilios, a bordo del cual llegó a las orillas de una isla desierta, donde inició una nueva vida.
            Observó con el tiempo que la isla era frecuentada por unos feroces antropófagos que iban allí para realizar sus repugnantes ceremonias. Y en una de ellas, la víctima se escapó y Agustín la escondió en su cueva, salvándola de convertirse en pic-nic canibalesco. Era una preciosa nativa de ojos grandes y profundos y voluptuosas curvas, cuyo nombre resultaba impronunciable. Así que Agustín Crusoe la rebautizó con el nombre del día de la semana en que la había conocido, feminizándolo convenientemente. Y la llamó Dominga.
            Dominga y Agustín se amaron muy pronto, aunque el destino quiso que no tuviesen descendencia, no sabemos si por causas naturales o por efecto de ciertas yerbas que ella ingería con regularidad y que el europeo bautizó como Pildoraria Antipreñata, por si acaso acertaba y se llevaba la gloria del descubrimiento. Dominga era muy ducha en el asunto de las infusiones y bebedizos, pues no en vano su abuelo había sido el hechicero de la tribu. Así que también le proporcionaba a su pareja de piel pálida otros mejunjes vegetales de efectos prodigiosos, a los que el náufrago, en su afán de descubridor botánico, dio como nombre científico Viagravegetalia Polladuris. Y así, gracias a estas ayudas, fueron muy dichosos y sus vidas transcurrían de forma placentera y distendida.
            Pero, una mañana muy tempranito, un navío de gran porte y velas blancas como la nieve se destacó del horizonte. En principio, Crusoe y Dominga, contentos como unas pascuas, encendieron una gran hoguera para llamar su atención. Y lo consiguieron. La nave ancló en una pequeña cala cercana a la cueva de Agustín y su compañera, que se presentaron a la tripulación con gran alegría por saber que estaban al fin rescatados. Sin embargo, aquellos tipos se dedicaron desde el principio a talar el precioso bosque que adornaba la isla, según decían, en busca de madera de repuesto. Después, sus pérfidas miradas hacia la inocente Dominga que iba de un lado a otro en pelotas, empezaron a inquietar a Agustín; y más cuando observó que ella le hacía ojitos al bizarro capitán del barco. Además, los marinos, una vez que acabaron con el bosque, se dedicaron a masacrar a cuantos animalitos de toda especie habían constituído el alimento de Crusoe.
            Así que cuando el barco partió, dejando la isla hecha unos zorros, Agustín vio alejarse la costa con cierto desconsuelo. Máxime cuando sorprendió a Dominga haciéndole una felación al capitán Smith. Sin pensárselo dos veces, se lanzó por la borda y regresó a nado a las playas doradas. Y allí se quedó. Confiaba en que, dado el clima del lugar, el bosque volvería a reverdecer, los animalitos supervivientes se reproducirían muy pronto y los caníbales volverían a traerle compañía, aunque esta vez no se llamase Dominga, sino Marta, por ser martes el día de su conocimiento.

De momento, y ante el salvajismo demostrado por sus paisanos, prefería quedarse solo en su isla, en medio del mar.                      
                                                            Miguel Ángel Pérez Oca.

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