Me
ha dado mucha vergüenza ajena ver a los cubanos de Miami, votantes de Trump,
festejando con jolgorio la muerte de Fidel Castro. Como también me ha dado
mucha vergüenza ver cómo los voceros del PP pretenden aprovechar la muerte de
Rita Barberá para justificar su cobarde abandono a la correligionaria, echando
la culpa de su reventón a un pretendido “acoso” de los medios y los políticos
de la oposición; y hasta quieren aprovechar, una vez más, una muerte para barrer
para casa; en este caso, para ver si consiguen alterar los pactos con
Ciudadanos y salvar así de la quema a alguno de sus muchos corruptos. Como en
otras ocasiones, utilizan el dolor ajeno en su beneficio. Ya nos tienen
acostumbrados. ¿Es que no tiene vergüenza esta gente de la Derecha? Pues claro, si la tuvieran habrían dedicado algún espacio de sus medios amaestrados para
recordar la limpia trayectoria del poeta Marcos Ana, el hombre que ha muerto sin
rencor después de ser el preso político español que más años ha soportado las
torturas y la prisión bajo la bota de ese disimulado icono de la derecha más
casposa, llamado Franco.
Estos
días se nos han muerto tres personas muy notables, por muy diversas razones.
Analizar sus trayectorias sería un ejercicio muy útil con el fin de saber
valorar qué circunstancias de nuestra vida tienen verdadero valor.
La ex
alcaldesa casi perpetua de Valencia, Rita Barberá, murió de infarto, abandonada
por sus correligionarios que evitaban saludarla, no fuera a ser que alguien reparase
en ellos y tirara de la manta. Toda la prepotencia y la soberbia de la inefable
Rita se esfumó de pronto, ante los indicios de corrupción que desvelaban
policías, jueces y periodistas, amenazando una vez más la credibilidad del PP (“¿Partido
Podrido?”). Se la expulsó vergonzantemente del partido, aunque poco antes se le había dado un
puesto de senadora, aforada, para protegerla. Pero no valieron trucos legales y
al final se ha muerto “de pena”, según alguno de sus Judas. Y ahora, los mismos
que la relegaron y la evitaban pretenden sacar partido de su enojosa defunción.
Lamentable, lamentable una vez más.
Fidel
se ha muerto de viejo, jubilado por enfermedad y senectud, y la tormenta de opiniones buenas y malas se ha desatado
inevitablemente. Pero el caso de Castro hay que estudiarlo en su contexto. No
se puede comparar Cuba con Europa. Hay que verla en su lugar de la América
Latina y caribeña, con sus países subdesarrollados y violentos de dictaduras pasadas de extrema derecha, sus
desigualdades y la presión constante del Imperio Yanki del capitalismo feroz (faltaba
Trump para terminar de arreglar las cosas). El caso es que una democracia
formal, con los partidos de derecha subvencionados por las multinacionales, es
muy difícil de sostener como verdadera democracia. Pero, por otra parte, mantener durante tantos años una
dictadura voluntarista revolucionaria conduce inevitablemente a la atrofia (o a la
hipertrofia, que es peor), fácil presa para la contrapropaganda, dirigida por el capitalismo depredador y sus
agentes del exilio cubano, hacia la
izquierda en general. Así que, ¿qué decir de Castro? Pues que representó, con
Che Guevara, la dignidad de los sudamericanos que querían ser libres del colonialismo
del Norte, pero cuya lucha de resistencia demasiado larga no podía conducir más
que al anquilosamiento burocrático y policial. Como diría mi abuelo: “entre
todos la mataron y ella sola se murió”. El socialismo, como dice Cristina
Almeida, no puede desarrollarse sin libertad. Pero hay veces y lugares en que
la libertad, que siempre es frágil, no es posible si su precio es la
desigualdad, la injusticia y la dominación. Castro quiso salvar a América de América
y no pudo; pero lo intentó, pese a los que ahora, vergonzosamente, festejan su muerte.
Marcos
Ana fue un ser puro, un comunista de verdad, ferviente y honesto. Se nos ha ido también, y los
medios amaestrados de la derecha española no le han dedicado el homenaje
póstumo que se merecía. Y es que la honradez no es noticia. Nadie habla de
quien no concita odios y opiniones encontradas. Y eso es lo que le ha pasado a Marcos
Ana, de manera muy injusta, porque en este mundo desagradable que nos ha
tocado vivir, la honestidad, la integridad, la bondad y el amor a la justicia
deberían ser noticia, entre otras cosas, por su excepcionalidad. Pero se impone
el silencio, promulgado por la Derecha (otra vez la dichosa Derecha), que no
consiente que una persona de izquierdas sea considerado un ejemplo.
Afortunadamente, y pese al silencio de determinada prensa, somos muchos los que guardaremos toda la vida una enorme admiración por Marcos Ana, el mejor de los muertos de este noviembre.
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