martes, 19 de abril de 2016

POSTGUERRA



Pese a lo que recomienda la Real Academia de la Lengua, yo escribo "Postguerra", y no "posguerra", porque es una palabra con la misma raíz que "postrero o póstumo"; de la misma manera que "septiembre" palabra que viene de "séptimo" y no "sétimo", que justificaría setiembre, como también nos recomienda la insigne institución. Yo, la verdad, desde que nos dijeron que la b y la v se pronuncian igual que les he perdido el respeto a estos señores académicos que, según mi modesto entender, se expresan en madrileño, no en castellano. La b, al menos en mi tierra, se pronuncia con los dos labios, mientras que la v se pronuncia con los dientes superiores y el labio inferior. Así que escribo como me da la gana. ¿Vale?
Bueno, el tema de la Tertulia de ayer era "Postguerra" y yo he presentado el trabajo que adjunto. Refleja fielmente hechos verídicos, vividos por mí o por personas muy allegadas de toda mi confianza. Nuestra resaca bélica, que duró 40 añitos de nada, fue así:

   POSTGUERRA.
            Los cipreses, como viejas almas en pena, pasaban a mi lado bajo las estrellas, conforme avanzaba en mi motocicleta por la polvorienta carretera del Cementerio.
En eso, se apagó el foco delantero y me quedé a oscuras.
            -Me cago en la puta - exclamé a un paso del pánico -. Ya se me ha fundido otra vez la bombilla.
            De haber estado en Luna nueva no sé qué hubiera hecho. Afortunadamente, una delgada Luna creciente hacía visible el suelo de tierra que se me mostraba como un río lechoso que me llevaba a mi destino por entre un confuso valle de oscuridades.
            Al llegar ante la entrada del camposanto, tomé el camino de la izquierda, que bordeaba las tapias. Volví a estremecerme con el pensamiento de tantas tumbas recientes y, de pronto, dos siluetas muy características, a ambos lados del camino, me conminaron a detenerme, asustado y tembloroso.
            -¡Alto a la Guardia Civil! – y sentí que me daban más miedo los vivos que los muertos – ¡Se pare, coño! A ver a dónde vas con las luces apagadas, ¿eh, jovencito?
            Y yo les expliqué que se me acababa de fundir la bombilla y que iba a casa de la señora María, a la vuelta del camino. El cabo me miró de arriba abajo, mientras observaba mi documentación a la luz de una linterna.
-Ella es mi tía, y le traigo unos papeles del abogado, que me tiene que firmar.
Al fin me dejaron pasar y di gracias a la Providencia por haber superado la situación sin llevarme una “hostia”. Y allí quedaron los dos hombres, embutidos en sus capotes, bajo los tricornios y con el fusil al hombro.
-¡Pepito! Qué alegría. Ya creíamos que no vendrías – me dijo mi tía, abrazándome con todas su fuerzas, que eran muchas. Mi prima Mercedes estaba hecha  toda una mujer, y apenas me rozó la mejilla con un beso fugaz que me llegó muy hondo.
Mi tía se puso las gafas y firmó los papeles. Eran instancias redactadas por don Alejandro que, aunque era un abogado muy bueno, no podía ejercer por haber sido depurado. En ellas se pedía a la Autoridad Competente que se dignara conceder a mi tío Román y a mi primo Leocadio el traslado desde el Penal de Ocaña al Reformatorio de Adultos de Alicante, cerca de su domicilio familiar.
-Ya ves – me decía la prima Mercedes en voz baja, con rabia contenida -, su delito es “Auxilio a la Rebelión”. Pero ellos no se rebelaron. Fueron los “fachas” los que se sublevaron y después los juzgaron y los metieron en la cárcel, por “rebeldes”.
-Cállate, no digas esas cosas, no sea que te oiga alguien – le advirtió su madre
Después de cenar algo recalentado, mi tía me invitó a que me quedase esa noche a dormir en la casa, no me fuera a tropezar otra vez con la Guardia Civil.
-El lunes, Mercedes irá a Albacete a por algún saco de legumbres del mercado negro – me explicaba -. Y cuando vuelva y el tren se esté acercando a la estación, yo la esperaré junto a la vía y ella me lo tirará y se lo venderemos a los estraperlistas…
Era aún de noche cuando me desperté con ganas de orinar. Me levanté y salí al patio, desde donde me llamaron la atención los focos de unos camiones del Ejército que estaban aparcando junto a los muros del cementerio. Al entrar vi a mi tía y a mi prima, sentadas a oscuras junto a la mesa de la cocina. Me pareció que estaban rezando.
-¿Qué hacéis levantadas tan temprano…? – y las dos me hicieron callar con el índice en los labios – ¡Shhhh...!
En eso, sonó muy cerca una descarga cerrada, como de disparos de fusilería, y después un ruido seco - pac, pac, pac, pac.- que se repitió cuatro veces.
-Les están dando el tiro de gracia. Hoy han fusilado a cuatro. Y ya llevan así dos años, casi todas las madrugadas... – dijo mi tía muy bajo, con la mirada perdida.                                
Y, tras la ventana, el cielo también empezó a teñirse de rojo.        

                                                                                                            MAPérezOca.

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