El tema para la Tertulia de ayer era La Incertidumbre. Este fue mi trabajo, basado en un hecho rigurosamente histórico:
LA INCERTIDUMBRE DEL GENERAL.-
El General se debatía en la
incertidumbre. Sobre su mesa de despacho tenía una condena a muerte por firmar.
Esa misma mañana ya había firmado treinta y seis. Pero esta, la del hijo del
Jefe del Gobierno democrático contra el que se había alzado, la dejó para la noche, porque antes tenía que
tomar una decisión muy importante.
-Fírmala,
cariño – le decía su esposa -. No seas tonto. Si la firmas, ellos se vengarán a
su vez, matando al fundador e ideólogo de nuestro partido y ya no tendrás ningún
rival político entre los sublevados. ¿No lo comprendes?
-No
la firmes, mi General – le había aconsejado su secretario personal y pariente
de confianza -. Si en vez de fusilarlo, pones al chico del Presidente en la
frontera, los del sindicato socialista sacarán de la cárcel estatal a nuestro
ideólogo y lo llevarán a la costa, donde le espera un buque extranjero. Ese es
el trato que hemos hecho con ellos, pero tienes que decidirte antes de las 12
de la noche; porque a esa hora entran de guardia los del sindicato anarquista,
y esos no quieren ni oír hablar del asunto…
-Claro,
¿qué te va a decir tu primo, que es un idealista? Tú firma y así te conviertes
en el único jefe del Movimiento. No seas bobo – le insistía la Señora.
Y
el General temía equivocarse en su decisión. Conseguir la liberación del
ideólogo de la rebelión, canjeándolo por el hijo del Presidente demócrata, le
hubiera dado muchísimo prestigio, pero también daría al levantamiento un jefe
político que le disputaría el liderazgo de los suyos; porque ese joven, guapo y
brillante, era un maldito intelectual, amigo de poetas y filósofos, y fundador
del partido totalitario cuya ideología justificaba la sublevación. Y eso le
faltaba a él: tener un politicastro por encima que lo dejase en mero jefe
militar; y que, después de ganar la guerra, le diría: “Muchas gracias, mi
General, y ya puede usted retirarse con una buena paga”. De eso nada, monada.
Así
que el General se inclinaba cada vez más por hacer caso a su esposa. Ella era
tan despiadada y ambiciosa como él… y más lista. Y provocar la venganza de los demócratas
cargándose al hijo de su jefe le parecía una jugada genial. Pero, por otro lado,
su primo el secretario aducía en defensa de sus argumentos la tradicional
nobleza y caballerosidad de los militares, su amor a la Patria, que reclamaba
un jefe de la talla del político preso en territorio enemigo y, por último, la
caridad cristiana, y más que cristiana, católica, de la que siempre había hecho
gala el General, para que no ordenase la ejecución de un muchacho inocente, por
muy hijo que fuera del jefe del Gobierno.
El
General estaba sumido en la incertidumbre, y las agujas del gran reloj de
péndulo de su despacho no esperaban. Pronto darían las doce, el barco extranjero
zarparía de vacío y el ilustre preso estaría sentenciado, aunque no ordenase
fusilar al joven demócrata, tal como le recomendaba su mujer para estar más seguros.
-Es
que mi señora es un mal bicho – se dijo en un momento de debilidad. Y reconoció
que si esta frase la hubiera pronunciado cualquier otro, incluido su primo, lo
hubiera mandado ejecutar inmediatamente; pero tenía que reconocer que era una mujer
de armas tomar. Con lo bien que vivía él en las Islas, tan tranquilo, y fue
ella la que lo convenció de que se sumase al Glorioso Movimiento ese de las
narices. Y una vez puesta en su limitada mollera la idea de convertirse en Jefe
Supremo de la rebelión, ¿quién se resistía a eliminar cualquier impedimento?
Dios, o quien fuese, no se habría llevado a todos sus competidores en vano…Y las
agujas se acercaban ya a las 12.
-¿Qué? ¿Firmas
la condena del hijo del Presidente o llamas para que lo pongan en libertad? – le
apremió la Señora – Hijo, que das grima con tanta duda.
Pero el
General no hizo nada, inaugurando así una característica muy importante de su
política de los siguientes 40 años. Dieron las 12 y los dos reos siguieron cada
uno en su cárcel. Y así fue como el General se convirtió en Generalísimo.
Miguel Ángel Pérez Oca.
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