El tema de la reunión de ayer en la Tertulia Literaria de la Bodega Adolfo era "Caníbal" y yo he escrito esta burrada que espero no os escandalice demasiado. El humor negro tiene esas cosas:
EL CANÍBAL CIRCUNSPECTO.
Norberto
no tenía sentido del humor, no le hacían gracia los chistes, ni sabía entender
las frases de doble sentido, ni leer entre líneas, ni captar el significado de
las metáforas. Su interpretación del lenguaje, tanto hablado como escrito, era
siempre literal, rigurosamente literal. Tampoco admitía que su forma de
entender las palabras supusiera un defecto o un síndrome, dado que estimaba que
su interpretación era la más correcta, seria y exacta posible; y que las
palabras, decía, significan lo que significan y no otra cosa. Alguien aventuró
una vez que su riguroso y limitado carácter podía ser el producto de una grave deformación
profesional, después de tantos años de ejercer de abogado especialista en
Derecho Mercantil, interpretando y redactando enrevesados contratos; pero él se
alegraba de ser como era, porque así no
perdía el tiempo riéndose de bobadas o buscando extraños mensajes en frases con
sentido muy preciso.
Por
eso cuando la lasciva Enriqueta, desnuda y con las piernas muy abiertas, le
gritó entre jadeos de lujuria “¡Cómeme!”, él se la quedó mirando un tanto
sorprendido.
-¿De
verdad quieres que te coma? – le preguntó para comprobar que había oído bien.
-¡Sí,
sí, ladrón, cómeme! – repitió ella, agitándose y separando aún más las piernas.
Norberto
decidió hacer caso omiso del insulto. Él no era ningún ladrón, pensó, pero a lo
mejor la palabra tenía otro significado oculto para aquella mujer tan extraña.
Así que se dispuso a satisfacerla y le dio una tremenda dentellada en el
cuello.
-¡No,
burro, así no…! - gritó Enriqueta antes de quedarse tiesa.
-¿Qué
habrá querido decir? - se preguntó Norberto - ¿Quizá que no le gusta que me la
coma cruda? - Era posible, pero no comprobable, porque la chica ya no
respiraba.
Aquella
tarde, Norberto se fue de compras. Adquirió un arcón frigorífico y un libro de
cocina titulado “Las mil y una maneras de servir la carne”. Y durante una
temporada estuvo degustando exquisitos platos de solomillo de Enriqueta a la
jardinera, muslitos de Enriqueta con patatas gratinadas, estofado de nalgas de
Enriqueta al Jerez, sopa de menudillos de Enriqueta, arroz serrano con
Enriqueta, caracoles y garbanzos, paté de Enriqueta a las finas hierbas, callos
de Enriqueta a la madrileña, ensalada de pasta, gulas, palitos de mar y taquitos
de Enriqueta marinados, así como una excelente sobrasada de Enriqueta con pimentón
de la Vera y un magnífico
y sensacional Pastel de Enriqueta en hojaldre, con frutas del bosque y
mermelada de arándanos.
También
se compró una trituradora con la que fabricaba abono de los huesos y otras
partes no comestibles de Enriqueta; y con él nutría a las legumbres y verduras
que plantaba en su huerto ecológico, para que sirvieran de guarnición a sus
guisos.
El
día que vio su arcón vacío, una gran tristeza se adueñó del corazón de
Norberto. Añoraba a Enriqueta. No se resignaba a su ausencia. Y, además, se
había acostumbrado a su particular régimen de comidas y no deseaba volver al
mercado a comprar trozos de carne anónima, procedente de cualquier ternera
estúpida, cordero sin personalidad o conejo asustadizo, que jamás le dirían
aquello de “¡Cómeme!”.
Nunca más
caería en la desconsideración de comerse a ningún ser, que no le hubiera
manifestado previamente su conformidad con servirle de alimento.
Así
que sacó su mejor corbata del armario, se puso el traje nuevo y se roció con una
carísima colonia de caballero con feromonas en sus efluvios. Y se marchó a la
discoteca, donde confiaba en que no le iban a faltar voluntarias.
Solo
tres horas más tarde tenía sobre su cama a la lujuriosa Pepa, abriendo las
piernas y gritándole entre jadeos: “¡Cómeme, canalla…!”
Lo que
nunca entendió Norberto fue la manía que tenían todas ellas de insultarle antes
de ser devoradas. La gente es muy rara.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
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