Bueno, pues ya hemos celebrado la reunión quincenal de la Tertulia de la Bodega Adolfo en su lugar habitual (Hotel Ava Centrum de Alicante), y hemos disfrutado de la opípara cena que es habitual, tras la ardua tarea de escribir sobre el tema propuesto, que no era otro que "FALO" ¡Ahí es nada!. La propuesta del tema para la reunión siguiente corresponde a los que vienen por primera vez, o después de una ausencia prolongada, y una querida amiga tuvo la idea. La verdad es que el tema da mucho de sí, pese a su aparente desvergüenza, y lo pasamos muy bien.
Ahí va mi participación (con permiso de don Desmond Morris):
DESMOND MORRIS Y EL FALO DESCAPOTABLE.
Sostiene
Desmond Morris en su obra “El Mono Desnudo” que, salvo por lo concerniente a la
superior capacidad intelectual y al delicado vello corporal que deja nuestra epidermis
al aire, las diferencias de comportamiento entre el Homo Sapiens y los demás
primates son insignificantes. Humanos, gorilas, chimpancés, gibones y
orangutanes somos igual de rijosos y promiscuos, por mucho que los sacerdotes se
hayan empeñado en llevarnos por caminos antinaturales e instituyeran el
sacrosanto matrimonio vitalicio y monogámico. La frustración sexual que ocasionan
las normas sociales impuestas es la causa de que a los seres humanos, de uno y
otro género, todo cuerpo más o menos cilíndrico, rígido, de buen tamaño y color
encendido nos parezca, subliminalmente, el símbolo de un poderoso falo erecto:
Es que estamos salidos.
Pero,
en fin, Perico no había leído a Desmond Morris; de hecho, salvo el Marca, no
leía gran cosa. Y no sabía que la vida de los machos y hembras de edad propicia
está plagada de insinuaciones fálicas. Así que ignoraba que su reluciente
automóvil descapotable rojo era, ni más ni menos, su particular tótem, su
símbolo fálico personal. Había observado, eso sí, que las hembras de la especie
se deshacían en miradas insinuantes cuando él aparecía ante ellas montando su
BMW descubierto y bermejo; pero creía, el muy ignorante, que el interés
mostrado por sus ocasionales amiguitas era debido a que les molaba darse un
paseíto en su cochazo deportivo. Tal como le hubiera aclarado Desmond Morris, si
su libro hubiera salido en fascículos en el Marca, los instintos libidinosos de
las señoras se despertaban espontáneamente ante la vista del enorme apéndice
rojo que constituía el morro del coche, que parecía surgir de su cintura, más o
menos. Perico se las prometía muy felices cada vez que una chavala accedía a
acompañarlo en una excursión asfáltica, que solía acabar en el apartamento de
soltero que poseía junto a la playa y que él hubiera querido convertir en un
picadero donde realizar las mayores proezas sexuales. Pero, inevitablemente, en
cuanto se bajaba del vehículo fálico y se mostraba en su real apariencia, se
sentía como desprovisto de un arma poderosa; y, por otro lado, la fémina implicada
parecía perder interés por él y prefería volverse a casa, en el coche, por
supuesto.
Pasó
el tiempo, y a la empresa de Perico vino a trabajar un nuevo compañero muy
intelectual, de esa gente rara que lee libros y se la bufa el fútbol. Se
llamaba Remigio y poseía el difícil arte de escuchar. Perico tuvo el acierto de
confiarle sus frustraciones amorosas y Remigio le recomendó que leyera el libro
de Desmond Morris.
Al
poco tiempo, Perico se presentó en uno de esos establecimientos donde se
realizan “tattoos & piercings”. El dueño, un tipo de mirada somnolienta,
cubierto de pies a cabeza de tatuajes horteras, se le quedó mirando con un
gesto de interrogación.
-Buenos
días. Quiero que me hagan un tatuaje muy especial…
-¿Dónde?
-En
el falo.
-¿Dónde
dice? – inquirió el artista con extrañeza. Seguramente, desconocía el
significado de la palabra.
-¡En
la polla! – contestó Perico con resolución – Verá, quiero que me tatúen unas
ruedecitas a los lados, y delante unos faros y una matrícula. Ah, y que se
quede todo, todo, de color rojo chillón, como el del coche de ahí fuera ¿vale?
Y
el tatuador se encogió de hombros.
-Bueno,
jefe, lo que usted diga. El que paga, manda.
Desde
entonces, los encuentros sexuales de Perico fueron muy satisfactorios, siempre
que la eventual pareja superase el primer ataque de risa.
Moraleja: Hay
que leer a Desmond Morris y dejarse de pamplinas.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
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