Ella les da su trabajo y sus conocimientos, y recibe de ellos la satisfacción y la sonrisa. ¿Quién gana más?
Mis amigos médicos en África. ¡Sois grandes!
¿Hay algo más valioso que la sonrisa de un niño?
Hay que ayudarlos, por lo menos para que nos sintamos menos culpables.
MARÍA Y
JOSÉ VINIERON DE ÁFRICA.
María y
José llegaron a Tenerife en un cayuco. Varios de sus compañeros de
viaje habían muerto de sed y de frío cuando la lancha de la Guardia
Civil les echó un cabo para remolcarlos a la costa.
-¿Tú
crees que encontraremos refugio en esas tierras? - preguntaba María
a su esposo, angustiada por su situación. Estaba embarazada, de
hecho, a punto de dar a luz, y no sabía lo que les esperaba, sobre
todo a su hijito, que ya pugnaba por salir al mundo. Habían
sobrevivido de milagro, después de una espantosa marcha por el
desierto y una travesía en cayuco desde Senegal, sobre las olas
agitadas por un viento traidor que se había empeñado en alejar de
su destino a aquella frágil embarcación, pintarrajeada con ídolos
africanos que se suponía deberían haberlos amparado.
María y
José venían huyendo de la miseria y de la tiranía. Su país era
uno de esos cuyo nombre, en lenguaje nativo, no nos dice nada a los
que en la escuela nos aprendimos las naciones africanas por su
denominación colonial. Y como en otros países del entorno, allí
también el poder político, cruel y corrupto, era ostentado por un
sangriento dictador, Herodes Mandanga, al que no le preocupaba lo más
mínimo matar inocentes, siempre que no fueran de su propia tribu.
Al llegar a
puerto, les sorprendió la limpieza que reinaba por todas partes,
desde los edificios a la ropa de la gente que los recibió, dándoles
mantas y bebidas calientes. Los llevaron en ambulancias a un
hospital, donde se ocuparon de las quemaduras, deshidrataciones e
hipotermias que sufrían muchos de los viajeros, y, sobre todo, de
María y de otra chica embarazada que también viajaba con ellos.
Angelita, la trabajadora social de la ONG que los atendía, acompañó
a María a dar a luz cuando, pocas horas después de la arribada, se
puso de parto, y se asombraba de que no se quejase, como por lo visto
hacen las mujeres blancas de Europa cuando paren.
El niño
era precioso y Angelita les preguntó qué nombre querían ponerle.
Ellos, como no conocían los nombres usuales en Europa, se encogieron
de hombros, y Angelita decidió por los dos.
-Lo
llamaremos Jesús.
A los pocos
días llegaron al centro de acogida unos hombres muy distinguidos, de
los que José no sabía si pensar que eran reyes o magos poderosos;
porque traían regalos para todos.
-Son
políticos - les dijo, con gesto desdeñoso, un refugiado guineano
que llevaba retenido allí varios meses, sin poder salir de las islas
camino de la Península.
Melchor
García, del P. S. O. E., Gaspar del Castillo, del P. P., y Baltasar
Peraza, de Coalición Canaria, les entregaron sus obsequios: un reloj
dorado para José, un frasco de perfume para María y un bonito oso
de peluche para Jesús.
- No os
fiéis de esta gente – les advirtió el veterano refugiado -, que
los blancos sólo son buenos y generosos en Navidad.
-¿Qué es
Navidad? – preguntó José a Angelita.
-Es cuando
celebramos el nacimiento del Niño Jesús.
-¿Ves,
María, como esta gente es buena? - exclamó José - ¡Están todos
celebrando el nacimiento de nuestro hijo!
Y se
imaginó al niño creciendo en aquella tierra y estudiando en la Gran
Escuela de los blancos. Cuando fuera un hombre, Jesús volvería a
África para guiar a su pueblo y darle cultura y libertad. Entonces
sería derrocado el tirano Herodes Mandanga…
¿Era ese
el destino glorioso de Jesús? José y María estaban seguros de
ello. Pero los europeos, que somos muy escépticos porque tenemos una
historia vieja, llena de traiciones, injusticias y fracasos, sabemos
por experiencia que algún tiempo después de la Navidad viene
siempre la Semana Santa.
Miguel Ángel Pérez Oca.
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