jueves, 13 de junio de 2013

ÁFRICA, ÁFRICA.

 Ella les da su trabajo y sus conocimientos, y recibe de ellos la satisfacción y la sonrisa. ¿Quién gana más?
 Mis amigos médicos en África. ¡Sois grandes!
 ¿Hay algo más valioso que la sonrisa de un niño?

Hay que ayudarlos, por lo menos para que nos sintamos menos culpables.

El pasado lunes tuvimos reunión de la Tertulia Literaria de la Bodega Adolfo. El tema sobre el que escribir era "África", seguramente motivado por el regreso de nuestros amigos médicos de su anual viaje a Togo, donde se dedican al sano deporte de salvar vidas humanas o hacerlas más llevaderas en un quirófano que allí han instalado con la ayuda de los muchos amigos que tienen en este continente de nuevos ricos, asustados por una crisis que ya la quisieran los negritos tullidos, quemados o con labio leporino para los mejores tiempos de abundancia. Han hecho también un pozo del que mana abundante agua y que ahorrará a las amas de casa togueñas (¿se dice así?) de andar un montón de kilómetros para traer sobre la cabeza un cacharro con agua para beber y poco más. Cuentan con la ayuda de varios religiosos y religiosas de los de la Iglesia de verdad, de esos que se creen el Evangelio y lo practican, alejados de toda tantación burocrática o teológica de las que se practican por estos lares y por la sede central vaticana, que como todo centro de poder no sabe hacer otra cosa que mirarse el ombligo. Cada día estoy más convencido de que la dignidad consiste sencillamente en ser uno quien es; en hacer lo que creemos y creer en lo que hacemos. Y que lo demás son pamplinas. Luego, si tengo tiempo, os escribiré un artículo sobre el Altruismo y el Egoísmo como actitudes políticas. Ahora os pongo este cuento sobre África y dos inmigrantes clandestinos llamados María y José. Ya ha salido en este Blog hace algún tiempo; pero esta es una versión más corta, adaptada a las exigencias de la Tertulia: una sola página a tamaño 12 y espacio sencillo. Vale:



MARÍA Y JOSÉ VINIERON DE ÁFRICA.
María y José llegaron a Tenerife en un cayuco. Varios de sus compañeros de viaje habían muerto de sed y de frío cuando la lancha de la Guardia Civil les echó un cabo para remolcarlos a la costa.
-¿Tú crees que encontraremos refugio en esas tierras? - preguntaba María a su esposo, angustiada por su situación. Estaba embarazada, de hecho, a punto de dar a luz, y no sabía lo que les esperaba, sobre todo a su hijito, que ya pugnaba por salir al mundo. Habían sobrevivido de milagro, después de una espantosa marcha por el desierto y una travesía en cayuco desde Senegal, sobre las olas agitadas por un viento traidor que se había empeñado en alejar de su destino a aquella frágil embarcación, pintarrajeada con ídolos africanos que se suponía deberían haberlos amparado.
María y José venían huyendo de la miseria y de la tiranía. Su país era uno de esos cuyo nombre, en lenguaje nativo, no nos dice nada a los que en la escuela nos aprendimos las naciones africanas por su denominación colonial. Y como en otros países del entorno, allí también el poder político, cruel y corrupto, era ostentado por un sangriento dictador, Herodes Mandanga, al que no le preocupaba lo más mínimo matar inocentes, siempre que no fueran de su propia tribu.
Al llegar a puerto, les sorprendió la limpieza que reinaba por todas partes, desde los edificios a la ropa de la gente que los recibió, dándoles mantas y bebidas calientes. Los llevaron en ambulancias a un hospital, donde se ocuparon de las quemaduras, deshidrataciones e hipotermias que sufrían muchos de los viajeros, y, sobre todo, de María y de otra chica embarazada que también viajaba con ellos. Angelita, la trabajadora social de la ONG que los atendía, acompañó a María a dar a luz cuando, pocas horas después de la arribada, se puso de parto, y se asombraba de que no se quejase, como por lo visto hacen las mujeres blancas de Europa cuando paren.
El niño era precioso y Angelita les preguntó qué nombre querían ponerle. Ellos, como no conocían los nombres usuales en Europa, se encogieron de hombros, y Angelita decidió por los dos.
-Lo llamaremos Jesús.
A los pocos días llegaron al centro de acogida unos hombres muy distinguidos, de los que José no sabía si pensar que eran reyes o magos poderosos; porque traían regalos para todos.
-Son políticos - les dijo, con gesto desdeñoso, un refugiado guineano que llevaba retenido allí varios meses, sin poder salir de las islas camino de la Península.
Melchor García, del P. S. O. E., Gaspar del Castillo, del P. P., y Baltasar Peraza, de Coalición Canaria, les entregaron sus obsequios: un reloj dorado para José, un frasco de perfume para María y un bonito oso de peluche para Jesús.
- No os fiéis de esta gente – les advirtió el veterano refugiado -, que los blancos sólo son buenos y generosos en Navidad.
-¿Qué es Navidad? – preguntó José a Angelita.
-Es cuando celebramos el nacimiento del Niño Jesús.
-¿Ves, María, como esta gente es buena? - exclamó José - ¡Están todos celebrando el nacimiento de nuestro hijo!
Y se imaginó al niño creciendo en aquella tierra y estudiando en la Gran Escuela de los blancos. Cuando fuera un hombre, Jesús volvería a África para guiar a su pueblo y darle cultura y libertad. Entonces sería derrocado el tirano Herodes Mandanga…
¿Era ese el destino glorioso de Jesús? José y María estaban seguros de ello. Pero los europeos, que somos muy escépticos porque tenemos una historia vieja, llena de traiciones, injusticias y fracasos, sabemos por experiencia que algún tiempo después de la Navidad viene siempre la Semana Santa.
                                                                                                Miguel Ángel Pérez Oca.

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