EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE INVIERNO.
Una
lluvia impertinente tamborilea en los cristales del ventanal. Don Jorge se
arrebuja en su cama. A su lado, aguarda la silla de ruedas.
-Maldito
Invierno, no para de llover.
A
la izquierda, la roca brilla barnizada por la lluvia. Sobre ella, la casa de
Isadora estará cerrada hasta que vuelva el Verano.
Y poco a poco,
se duerme…
De
pronto, don Jorge, que vuelve a llamarse George Kaplan, tiene 30 años y un
cuerpo atlético y tostado por el sol, abre los ojos. Se ha despertado en medio
de una noche calurosa de Verano. Se ha levantado, desnudo.
Sale
al exterior por la puerta encristalada, junto al ventanal, y a la izquierda,
sobre la roca, adivina una silueta femenina que lo aguarda.
Corre
por el camino en busca de Isadora. Ella también tiene 30 años, un cuerpo
magnífico y es campeona de España de natación sincronizada. En lo alto de la
roca, los dos se encuentran y se abrazan.
En
el interior de la casa suena “En un mercado persa”. George se sienta en una
silla de la terraza y contempla embelesado cómo su amada baila descalza y
desnuda. Después, ella lo invita.
-Ayúdame
a llevar la cama a lo alto de la roca – y los dos trasladan el lecho a la
cumbre, sobre la ría, bajo las estrellas.
-Hagamos
del sexo un arte – propone George.
-Sí,
un arte exquisito y maravilloso…
Y
los primeros besos y caricias son suaves, cálidos y contenidos, como las
primeras pinceladas de un artista sobre su lienzo.
Los
dos amantes, allá arriba, bajo las estrellas, cuya luz incierta se refleja en
las aguas metálicas de la ría, buscan la perfección del sexo, convirtiéndolo en
un prodigio erótico.
Tras
varias horas de constante búsqueda gozosa, allá en lo alto de la roca, en el
lecho blanco, los estertores y suspiros del amor anuncian a la ría que los dos
han alcanzado al unísono el orgasmo definitivo, y quedan al fin desmadejados,
ahítos sobre las sábanas brillantes que saludan a la luna menguante que se asoma
tras las montañas.
Ella
se levanta del lecho, con un gesto de felicidad en el rostro, y corre al
trampolín natural de roca, desde el que se lanza a las aguas en una pirueta
impecable.
Él
la sigue con la mirada y recorre el camino de la nadadora desde lo alto del
acantilado, hasta llegar a la calita, donde la espera ver salir del agua, como
una nueva Venus de Botticelli. Se abrazan, se besan, lloran porque el
paréntesis sublime toca a su fin… y se despiden. Un lejano rubor empieza a
teñir el cielo. Amanece.
George
regresa a su lecho y vuelve a dormir…
-Don
Jorge, que ya son las nueve. ¿Quiere que lo levante y lo ponga en su silla para
ir al cuarto de baño? – es la voz de Pepiño.
Don
Jorge asoma su malhumorado, calvo y viejísimo semblante por debajo del edredón.
-Maldito
Invierno. Todavía está lloviendo.
Junto
a él aguarda la silla de ruedas.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
(500 palabras)
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