El tema de la tertulia de ayer era COCODRILOS y yo presenté dos trabajos: este que os pongo aquí sobre estos bichos y un poema que os pondré a continuación.
Espero que este trabajo os haga reflexionar sobre la crueldad de nuestra especie:
EL RECINTO DE LOS COCODRILOS.
Era el lugar que
más me gustaba del Parque Zoológico; no sé si porque era el más alejado de la
civilización y uno tenía la sensación de encontrarse en el mismo corazón de la
selva. Allí, bajo la sombra de un sicomoro, solía sentarme en un rústico
banquito hecho con medio tronco de palmera y, apoyado en la corteza rugosa,
leía alguna novela de exóticas aventuras africanas.
Aquella
mañana, me llamó la atención el rumor de un motor eléctrico. Un empleado
conducía una especie de carrito de golf que tiraba de un remolque metálico. Se
acercó a la baranda junto al foso que separaba a los temibles reptiles del
público y abrió la tapa del remolque.
-¡Venid,
cabrones, a por vuestra comida! – gritaba, mientras los saurios iban acercándose
con su pesado caminar.
Extrajo
una gallina del depósito, la agarró por las patas y estrelló su cabeza contra
uno de los mojones de piedra que sujetaban la verja. Después, todavía aleteando
mientras agonizaba, echaba al pobre animal en las cercanías del saurio de
mirada aviesa al que le faltaba tiempo para tragárselo en un revuelo de plumas
y cacareos agónicos.
Invadido
por la repugnancia, pregunté al empleado por qué hacía eso.
-A
estos hijoputas les gusta comerse a sus presas vivas, pero si no las atonto
primero con un buen golpe, echarían a correr y se escaparían… Que una gallina
corre más que un cocodrilo.
Repitió
la operación varias veces, hasta que todos los cocodrilos estuvieron saciados.
Después me invitó a acompañarle a ver cómo daba de comer a los dragones de
Comodo y cómo les echaba ratones vivos a las serpientes.
-Las
bichas los seducen con su mirada hipnótica y se los tragan mientras ellos no
paran de temblar con los ojos desorbitados...
Decliné
la invitación. Aquel tipo me pareció una mala persona.
Esa
noche tuve una pesadilla horrible:
La
Tierra había sido conquistada por una raza alienígena de arañas peludas
inteligentes del tamaño de un ser humano. El Zoológico seguía existiendo tal
como yo lo conocía, salvo que habían inaugurado una nueva zona donde se podía
ver a una familia entera de homo sapiens. El nuevo empleado cuidador de los
cocodrilos era una de aquellas enormes arañas extraterrestres. Se detenía junto
a la baranda, como su predecesor, pero en lugar de sacar gallinas del remolque,
extraía niños sonrosados y llorosos a los que sujetaba por los tobillos y les
estrellaba la cabeza contra el mojón, antes de echarlos a los saurios, que los
devoraban en dos bocados, entre un revuelo de sangre y gemidos agónicos.
La
araña se volvía hacia mí y me invitaba a verla cómo alimentaba a los dragones
de Comodo, y yo declinaba la invitación. Bajaba la mirada y veía mis patas
peludas. Yo también era uno de aquellos seres.
Me
desperté sudoroso y no fui capaz de desayunar tostadas con fiambre de pollo.
Aunque debo reconocer que la araña alienígena no me pareció más cruel que el
empleado que echaba gallinas moribundas a los cocodrilos.
Miguel Ángel Pérez Oca.
(500 palabras, sin título ni firma. )
No hay comentarios:
Publicar un comentario