"Giordano Bruno, el loco de las estrellas" fue la primera novela publicada por mí, en el año 2000. Desde entonces he hecho muchas cosas, que os ofrezco, porque la vida sin compartir no es nada.
sábado, 9 de junio de 2012
ANTE EL ESPEJO
Me miro al espejo y veo a alguien…
Que no tiene nada que reclamar a nivel personal, aunque persigue una utopia social que sabe realizable, más aún: obligada, por la que está dispuesto a luchar.
Que no desprecia la acción, pero no permite que ésta le arranque la serenidad. Y aunque en ocasiones se deja llevar justamente por la indignación, guarda siempre un pequeño refugio para la paz en lo más hondo de su espíritu.
Que no envidia a nadie ni desea ser envidiado por nadie, pues le parece una pérdida de tiempo sentir dolor ante las comparaciones.
Que no precisa de la admiración de nadie, aunque admira a los humildes, tanto más cuanto más valiosos son sus espíritus.
Que no quiere demostrar nada, ni imponer nada, ni dejar constancia de nada; ya que no padece ninguna frustración, ningún anhelo íntimo, ninguna vergüenza secreta.
Que no necesita ocultar nada a nadie, salvo que sean otros los perjudicados.
Que no desea triunfar en nada, porque piensa que competir con los otros es una estupidez. La competición es el invento de los inseguros y los que temen a la debilidad.
Que no ambiciona nada en el seno de la sociedad: ni la notoriedad, ni el dinero, ni mucho menos el poder.
Que piensa que tener demasiado, de lo que sea, es una desgracia, pues todo exceso acrecienta la responsabilidad.
Que no se siente superior ni inferior a nadie, porque ningún ser humano posee nada que esté por encima del hecho mismo de ser humano.
Que intenta pagar sus deudas y cumplir sus compromisos, pero no le preocupa demasiado que los demás hagan lo propio con él. No es una cuestión de toma y daca.
Que no conoce a nadie que pueda ofenderlo, porque es uno mismo el que se ofende, y si uno no lo hace, nadie puede hacerlo por él.
Que no considera a nadie su enemigo ni desea ser considerado enemigo por nadie; ya que el odio solo produce fatiga y distrae de lo verdaderamente importante.
Que se compadece de los malvados, porque rabian y sufren de su propio mal; y de los estúpidos porque desconocen el alcance de las molestias que ocasionan.
Que ama a todos y a todo, y querría que su amor no tuviera preferencias, aunque inevitablemente las tiene.
Que prefiere una bella puesta de sol a cualquier deslumbrante espectáculo artificial, el canto de un pájaro a la más sublime de las sinfonías, un hayku al mejor de los poemas, una pequeña y vieja iglesia románica a la más monumental de las catedrales góticas, el garabato de un niño a la mismísima Gioconda y cualquier cosa hermosa y simple a todo lo barroco y sofisticado.
Que considera cómicos, cuando no patéticos, a los prepotentes, a los que lucen vistosos uniformes y medallas, a los que hablan ex cátedra y miran a los demás por encima del hombro.
Que solo ambiciona saber cada día más de sí mismo y del mundo que le rodea, y que lo dejen tranquilo mientras piensa a la sombra de un algarrobo.
Que se siente en paz cuando no le acosa el gotear de los segundos, y cuando se permite intuir que el tiempo no existe; porque no hay mejor situación que la de saberse aquí y ahora.
Que desea para todos el equilibrio que busca para sí.
Aunque reconoce que a veces los espejos nos devuelven imágenes distorsionadas, que nos llevan a confundir reflejos con propósitos.
Benditos seáis.
Miguel Ángel Pérez Oca.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario