sábado, 9 de junio de 2012

ANTE EL ESPEJO



Me miro al espejo y veo a alguien…

Que no tiene nada que reclamar a nivel personal, aunque persigue una utopia social que sabe realizable, más aún: obligada, por la que está dispuesto a luchar.

Que no desprecia la acción, pero no permite que ésta le arranque la serenidad. Y aunque en ocasiones se deja llevar justamente por la indignación, guarda siempre un pequeño refugio para la paz en lo más hondo de su espíritu.

Que no envidia a nadie ni desea ser envidiado por nadie, pues le parece una pérdida de tiempo sentir dolor ante las comparaciones.

Que no precisa de la admiración de nadie, aunque admira a los humildes, tanto más cuanto más valiosos son sus espíritus.

Que no quiere demostrar nada, ni imponer nada, ni dejar constancia de nada; ya que no padece ninguna frustración, ningún anhelo íntimo, ninguna vergüenza secreta.

Que no necesita ocultar nada a nadie, salvo que sean otros los perjudicados.

Que no desea triunfar en nada, porque piensa que competir con los otros es una estupidez. La competición es el invento de los inseguros y los que temen a la debilidad.

Que no ambiciona nada en el seno de la sociedad: ni la notoriedad, ni el dinero, ni mucho menos el poder.

Que piensa que tener demasiado, de lo que sea, es una desgracia, pues todo exceso acrecienta la responsabilidad.

Que no se siente superior ni inferior a nadie, porque ningún ser humano posee nada que esté por encima del hecho mismo de ser humano.

Que intenta pagar sus deudas y cumplir sus compromisos, pero no le preocupa demasiado que los demás hagan lo propio con él. No es una cuestión de toma y daca.

Que no conoce a nadie que pueda ofenderlo, porque es uno mismo el que se ofende, y si uno no lo hace, nadie puede hacerlo por él.

Que no considera a nadie su enemigo ni desea ser considerado enemigo por nadie; ya que el odio solo produce fatiga y distrae de lo verdaderamente importante.

Que se compadece de los malvados, porque rabian y sufren de su propio mal; y de los estúpidos porque desconocen el alcance de las molestias que ocasionan.

Que ama a todos y a todo, y querría que su amor no tuviera preferencias, aunque inevitablemente las tiene.

Que prefiere una bella puesta de sol a cualquier deslumbrante espectáculo artificial, el canto de un pájaro a la más sublime de las sinfonías, un hayku al mejor de los poemas, una pequeña y vieja iglesia románica a la más monumental de las catedrales góticas, el garabato de un niño a la mismísima Gioconda y cualquier cosa hermosa y simple a todo lo barroco y sofisticado.

Que considera cómicos, cuando no patéticos, a los prepotentes, a los que lucen vistosos uniformes y medallas, a los que hablan ex cátedra y miran a los demás por encima del hombro.

Que solo ambiciona saber cada día más de sí mismo y del mundo que le rodea, y que lo dejen tranquilo mientras piensa a la sombra de un algarrobo.

Que se siente en paz cuando no le acosa el gotear de los segundos, y cuando se permite intuir que el tiempo no existe; porque no hay mejor situación que la de saberse aquí y ahora.

Que desea para todos el equilibrio que busca para sí.

Aunque reconoce que a veces los espejos nos devuelven imágenes distorsionadas, que nos llevan a confundir reflejos con propósitos.

Benditos seáis.




Miguel Ángel Pérez Oca.

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