sábado, 31 de diciembre de 2016

¡ADIÓS, 2016!



Adiós, 2016, vete para siempre...
¡Y NO VUELVAS!

jueves, 29 de diciembre de 2016

¡CULPABLE!

Monumento a Giordano Bruno en Campo di Fiori (Roma)

La tumba de su verdugo, San (?) Roberto Belarmino en el Gesú (Roma)


En la Tertulia de ayer el tema era "Culpable" y yo presenté esta narración que espero os guste. Aunque en el texto no se mencionan nombres, está claro que los dos personajes son Giordano Bruno y San Roberto Belarmino, Consultor Apostólico (Juez Instructor del proceso), canonizado en 1930.

EL CULPABLE.
            El fraile herético había sido declarado culpable del peor delito que la Iglesia de entonces castigaba, no con la muerte, puesto que hipócritamente sostenía que “la Iglesia aborrece la sangre”, sino con su entrega al brazo secular, que era el encargado de castigarlo de la manera más conveniente, que, por cierto, siempre era la muerte en la hoguera; porque la hoguera tiene, como cantaría siglos después el genial Javier Krahe “un qué sé yo, que solo lo tiene la hoguera”. Y es que el espectáculo edificante formaba entonces una parte fundamental de la institución religiosa. Sin embargo, el acusado, cuando oyó la sentencia del Santo Tribunal, había respondido insolente: “Maiori forsam cum timore sententiam in me fertis, quam ego accipiam”, o sea: “Pronunciáis vuestra sentencia con más miedo del que yo siento al escucharla”. Así… con dos cojones.
            Y es que el fraile herético no era cualquier infeliz. Lo de menos, para el Cardenal Juez Instructor, eran sus afirmaciones de que las estrellas son soles como el nuestro, rodeados de planetas habitados por gente como nosotros. No, eso podía ser calificado como craso y absurdo error filosófico, pero no como herejía peligrosa. En cambio, su concepto panteísta de un Universo infinito y eterno que es el cuerpo de Dios; y de Dios, como alma de ese Universo; del átomo, como unidad mínima e indivisible de alma y cuerpo; de la identidad de los seres según las formas en que se organiza la materia atómica; de la eternidad del Espíritu Universal al que todos pertenecemos en una realidad grandiosa, donde la muerte no es más que una anécdota; todos esos postulados eran los que irritaban a los teólogos del Santo Oficio, porque presentaban un Dios infinitamente más grande y maravilloso que el limitado, celoso y cruel Señor al que ellos decían representar. Y les resultaba intolerable que el reo pretendiese superar la religión oficial con una idea tan por encima y tan fuera del control de los administradores morales del castigo y el perdón. No lo podían consentir. Por eso lo habían declarado culpable de ser, a más de un repugnante hereje, un temible heresiarca.
            Ahora, el Cardenal se sentía necesitado de confirmar la culpabilidad del filósofo con cualquier señal significativa, y espiaba su martirio desde una discreta ventana de la torre más alta de su palacio. A esas horas de la madrugada, cuando las llamas iban a contrastar con un cielo todavía cuajado de estrellas invernales, el condenado, desnudo, era atado al poste, sobre la pira. No podría manifestar al pueblo sus perniciosas teorías, dado que una escarpia sujeta a su boca le atravesaba la lengua, no fuera a convencer a algún ingenuo, o a algún pecador en potencia, de unos argumentos que, de creerse ciertos, se resolverían en una inversión de la culpa. Porque entonces, alguien podría pensar en él como la víctima de unos jueces prevaricadores.
            -¡Besa, besa la cruz, maldito arrogante! – gritaba el Cardenal para sí, cuando vio que el hereje rechazaba el crucifijo que le ofrecía un sacerdote; mientras el verdugo se acercaba ya, indiferente, con una antorcha encendida en la mano. Porque besar la cruz hubiera sido un gesto de arrepentimiento que confirmaría su culpabilidad. Entonces, generosos, los clérigos presentes hubieran autorizado al ejecutor a que lo estrangulara antes de que padeciese los dolores terribles de la cremación. Pero aceptar la culpabilidad significaba absolver a los jueces; y eso era algo que el condenado no les concedería. No había llegado hasta allí para perder la integridad por miedo al dolor.
            Entre el público expectante había una bellísima mujer atormentada por la pena de ver consumirse en el fuego a su amado. El fraile la vio desde lo alto de la pira y, desgarrando definitivamente su lengua, gritó por encima de todas las cabezas:
            -¡Giulia! ¡Giulia! ¡Amore mío…! – y después recuperó la serenidad y esa enorme dignidad con la que murió desafiante, firme y silente entre las llamas.

            Y el Cardenal, aunque nunca lo confesaría, ni siquiera a sí mismo, se vio culpable; y se sintió pequeño y asqueroso como un gusano.   
                                                                                               Miguel Ángel Pérez Oca.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

¡ÚLTIMAS NOTICIAS! ¡LOS AMERICANOS NO FUERON LOS PRIMEROS EN PISAR LA LUNA!

Por fin se ha desvelado el misterio. Neil Amstrong no fue el primer humano en pisar la Luna. Fuentes fidedignas han publicado al fin la auténtica fotografía del primer hombre en nuestro satélite. Se llamaba Nelo Fortbrás y pronunció la famosa frase: "Este es un pas xicotet per a un home, pero un salt de xagant per a Catalunya". En 1969, Franco prohibió su publicación y la censura manipuló la foto, sustituyendo la Senyera por la bandera norteamericana y traduciendo la frase al inglés. La NASA consintió dicha manipulación informativa por miedo a que España declarase la guerra a Estados Unidos y recuperara Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Texas, Nuevo México, Montana, Florida y California. Los soviéticos, cuyo servicio de espionaje conocía la verdad, también la consintieron para evitar que Franco les mandase de nuevo a la División Azul. 
La base de lanzamiento del cohete Monturiol V, que llevó a la Luna a la nave Perdigot, estaba instalada en las afueras de Vilanova i la Geltrú, administrada por la Pirotécnica del Vallés, de los hermanos Capdevila, que a cambio de su silencio recibió el Primer Premio de Mascletás en las Fallas de Valencia de 1970 y de Fuegos Artificiales de las Fogueres de Sant Joan de Alicante del mismo año.
Los compañeros de Fortbrás eran los astronautas Collóns y Pujol, que posteriormente se dedicaría a la política. Y según algunos rumores no confirmados, Nelo Fortbrás llevaba en un bolsillo una pequeña estelada que hoy conserva el señor Rufián.


¡INOCENTES, INOCENTES...!

PUTO 2016



Vaya año estúpido y desgraciado. Como ha dicho una famosa cantante "A ver cuando 2016 se va a la mierda". Se han muerto Leonard Cohen, Fidel Castro, la princesa Leya de la Guerra de las Galaxias, George Michael, cantantes, famosos astros del cine, científicos... Y menos mal que Kirk Douglas ha cumplido cien gloriosos otoños; es la excepción que confirma la regla. Porque en España, a pesar de las alegrías que nos dan Carmena y Ada Colau, la Historia se ha detenido durante todo un año con repetición de elecciones en las que este desgraciado pueblo con Síndrome de Estokolmo Franquista ha ido eligiendo al PP de forma creciente... En el seno de los partidos de izquierda (Podemos) y de centro izquierda (?) (PSOE) hay mar de fondo y luchas intestinas. Las nuevas políticas se revelan tan viejas como las intrigas venecianas o de tiempos de Calígula y Claudio. La tontaina de Susanita alardea de aspirante a la Secretaria General del "partido aternativa" que va a gobernar sin necesidad de coaligarse con los podemitas, por los que siente repeluznos de señorita andaluza. El mesiánico Pablo Iglesias II pide perdón ahora por la vergüenza que nos ha hecho pasar a todos con sus enfrentamientos incómodos con el posibilista Errejón, pero más que pedir perdón parecía que estaba amenazando con aquello de "O yo o el caos", del viejo general Degaulle. Y los izquierdosos irredentos lloramos la puñetera tendencia cainita de nuestras formaciones de izquierdas, plagados de puros y virginales profetas de lo imposible. Y Rajoy se frota las manos y se cisca con la Ley de la Memoria del genocidio franquista, que promulgó el tímido Zapatero, mientras a su ministro de las pelas, el ínclito Montoro, le entra la risa cuando nos dice que no va a hacer más recortes y que va a bajar los impuestos. Y los independentistas catalanes y los patriotas españolistas retroalimentándose y hartándose de mutuos rechazos y líneas rojas, mientras la democracia se viste de lagarterana y la general corrupción se esconde detrás de las sagradas banderas... Y mientras, en la Europa del Brexit, los enemigos xenófobos y criptofascistas de los refugiados celebran cada atentado de los integristas islámicos; porque cada litro de sangre europea vale muchos votos de extrema derecha en futuras elecciones... Y Rusia probando armas de última moda en Siria... Y para colmo, los idiotas estadounidenses, esos de la Biblia, la escopeta, el sombrero vaquero y la música country, van y votan al mamarracho Trump, el de la tortilla francesa en la cabeza y el boñigo intracraneal. Y siguen las guerras, el hambre, el capitalismo salvaje, los economistas amaestrados y tontos del culo, las religiones excluyentes, los patriotismos egoístas, en un Mundo donde debería haber de todo para todos...  ¿Qué nos traerá 2017? Pues con el material que le ha dejado 2016, nada bueno...
¡Puto año! 

UNA TRIPULACIÓN HEROICA




El 19 de noviembre de 1939, un submarino nazi, el U57 comandado por el capitán Claus Korth, cometió una de sus muchas felonías al torpedear un buque mercante desarmado en el Mar del Norte. El buque de matrícula de Londres "Stanbrook" con sus 20 tripulantes al mando de "master" (capitán) Archibald Dickson, se hundió en pocos segundos arrastrado con él a todos los avezados marinos que lo servían. Todos murieron.
Unos meses antes, en la noche del 28 de marzo de 1939, el capitán Dickson y sus hombres habían protagonizado la más hermosa gesta de nuestra Guerra Civil. Despreciando las ganancias que les iba a reportar el transporte de un importante cargamento de azafrán y tabaco, el capitán y sus hombres se apiadaron de los miles de personas desesperadas que se apelotonaban en los muelles alicantinos en una vana espera de barcos que los llevaran a un exilio doloroso, pero menos trágico que su captura por los franquistas que querían exterminarlos.
El Stanbrook navegó con grandes riesgos y una sobrecarga de nada menos que 2638 refugiados, combatientes, mujeres, niños y heridos, hasta Orán, donde las autoridades francesas los recibirían con muchas reticiencias y un trato inhumano. 
Mese más tarde, cuando llegó al norte de África la triste noticia de la muerte de Dickson y sus hombres, los españoles confinados en campos de trabajo de Argelia y Sahara guardaron un respetuoso minuto de silencio.
Hoy día, en el Memorial Tower de Londres, hay un monumento recordatorio de todos los marinos mercantes británicos muertos en la II guerra Mundial. Entre los homenajeados figuran los 20 tripulantes del heroico buque Stanbrook, que mi sobrino Arturo fotografió en un reciente viaje.
Son los siguientes, a los que debemos el respeto y la admiración que despiertan los héroes:

TRIPULACIÓN DEL BUQUE STANBROOK.
(Hundido el 19 de noviembre de 1939 en el Mar del Norte)

Capitán (Master).- Archibald Dickson.
Abdullah Ahmed
Ahmed Ahmed
Ali Ahmed
A. Andi
F. Atkinson
V. J. Begas
M. Bey
R. Briggs
R. Charlin
W. Clark
C. L. Francis
M. García
D. W. Hughes
O. Johansen
H. Lillystone
M. Nagi
J. Nearchou
W. Oldakoff
D. A. Tagg

Alicante debe un sentido reconocimiento a estos valientes marinos. El paseo elevado del puerto debería llamarse "Paseo del Capitán Dickson" y el muelle que ahora es la Zona Volvo "Muelle Stanbrook", así como nuestra ciudad debería hermanarse con Cardiff, ciudad natal del capitán y de alguno de sus tripulantes. Son gestiones que lleva a cabo la Comisión Cívica de Alicante para la recuperación de la Memoria Histórica, con el apoyo de todos los alicantinos de bien.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

martes, 13 de diciembre de 2016

COLILLA


En esta ocasión, el tema de la tertulia era "Burla" y yo he rescatado de mi memoria infantil un personaje que se esforzaba por mantener su dignidad herida, en plena posguerra, y que era blanco de las burlas de los niños de mi calle, entre los que, lamentablemente, me incluyo:

“COLILLA”
            A lo largo de toda mi vida he sentido pena por muchas personas, pero nunca tanta como por “Colilla”. Yo era entonces un niño travieso que militaba en la panda de golfillos de la calle Juan de Herrera, enemigos irreconciliables de los de la vecina calle del Padre Mariana. A menudo nos retábamos a batallas campales en las faldas del Tossal, a la sombra del castillo de San Fernando, donde nos liábamos a pedradas de las que, de ordinario, resultaba alguno con una brecha sangrante en la cabeza. Éramos unos salvajes, producto de la violencia, aún latente, de la Guerra Civil terminada hacía solo unos pocos años. Todavía teníamos en la cárcel a alguno de nuestros parientes, condenado por su pasado republicano. Y entre los chicos mayores del barrio, había varios huérfanos con padre fusilado o muerto en combate. Así que, en nuestros juegos, reproducíamos los enfrentamientos que habían arruinado a nuestras familias y a nuestro país. Pero, en una cosa siempre nos poníamos de acuerdo: en hacer burla de “Colilla”.
            “Colilla” era un hombre alto, de ademanes distinguidos y léxico culto, que arrastraba su desgracia bajo unas ropas raídas que antaño fueron de calidad. Antes de la guerra debió ser todo un personaje. Yo me lo imaginaba como alto funcionario, abogado, catedrático o político vencido, humillado y abandonado a su suerte en la calle hostil. Llevaba la ropa andrajosa, sí, pero muy limpia; y su rostro demacrado se escondía bajo una gran cabellera blanca, bien peinada. Los zapatos, un día elegantes, iban reforzados en las suelas con cartones de los que asomaban unos calcetines granate llenos de agujeros. Un amplio gabán muy desgastado ocultaba el viejísimo traje gris con remiendos en codos y rodillas, y bajo él, un chaleco destrozado y una camisa deshilachada, con corbata muy bien anudada pero tan vieja y descolorida como todo lo demás. Su andar, que antes debió ser majestuoso, era ahora el de un hombre encorvado por una vejez temprana y avergonzado de sí mismo. Vivía de la caridad de algunos vecinos que debían conocerle de otros tiempos y lo trataban con respeto: el señor Pascual, de la tienda de ultramarinos, que le preparaba algunas mañanas un bocadillo de sobras de caballa; López, de la mercería, que le daba monedas de perra gorda a escondidas de su mujer; don José, el relojero tullido, que a veces, en la tarde, lo convidaba a una taza de malta con paparajotes. Porque él no era capaz de pedir limosna abiertamente, pregonando a voces su miseria, como hacían otros por las calles y plazas.
            Cuando veía una colilla en el suelo, miraba a ambos lados, con miedo de ser descubierto, y se inclinaba rápidamente a recogerla y guardársela; de ahí su mote: “Colilla”. Después, en la cueva donde moraba, decían los mayores que se liaba cigarrillos de segunda mano para el día siguiente. Pero no siempre lograba su propósito de no verse sorprendido en tan lamentable empeño, pues nosotros, los diablillos de Juan de Herrera y Padre Mariana, lo espiábamos desde las esquinas, y en cuanto se agachaba le gritábamos con toda la fuerza de nuestros pulmones: ¡Colilla, Colilla, Colilla…!
            Y él se alzaba de inmediato, tratando de recuperar su maltrecha dignidad, y nos recriminaba con un lenguaje trasnochado: “Son ustedes unos groseros. Sus padres deberían educarlos mejor. No tienen ustedes respeto por las personas mayores…”
            Y a mí, ya entonces, me daba una pena enorme, que disimulaba para no hacer el ridículo ante mis crueles e insensibles compañeros de trastadas.
            Un día, “Colilla” dejó de venir por el barrio. Se comentó que lo habían detenido por alguna vieja cuenta política pendiente y que estaba otra vez en prisión - quizá murió allí -, y no lo vimos más; así que nos dedicamos a hacer burla de otros desgraciados: mendigos, tontos o gente de rostro enloquecido, que tanto abundaban en esos días.
            Y pasaron los años y con ellos vinieron tiempos mejores. Nos hicimos adultos y civilizados, pero, al menos yo, nunca olvidé a “Colilla”, la estampa de la derrota.


                                                                                Miguel Ángel Pérez Oca.