Con esto del confinamiento no hay reuniones de nuestra tertulia. Unos cuantos compañeros la celebran de manera virtual, con sus móviles, aunque yo, ayer, no estaba de humor para eso. Os pongo aquí mi escrito que hubiera presentado si hubiéramos acudido a El Godo a celebrarla. Espero que la leáis con el sentido del humor que la penosa situación que atravesamos necesita para no caer en el desánimo.
UNA HISTORIA INVEROSÍMIL.
Narciso López
era un exitoso escritor de novelas de ciencia-ficción; aunque últimamente
atravesaba un bache en su creatividad. Su fértil imaginación había culminado
con la obtención del prestigioso premio Hal-2019. Pero, precisamente por eso,
Narciso se sentía obligado a mantener la altura literaria propia de una primera
figura en su género; y no encontraba el argumento apropiado para un nuevo libro.
Debía descartar las distopías, la ópera espacial, los temas de inteligencia
artificial, de viajes en el tiempo, de invasiones extraterrestres, de universos
paralelos, de… Parecía que todos los temas estaban ya muy manidos, y él
necesitaba una verdadera novedad, algo insólito, una historia que asombrase y
entusiasmara a sus lectores.
Recapacitó. Y
sin saber cómo, de algún oscuro rincón de su cerebro fue surgiendo una rara
historia: En una aldea de China alguien comía el guiso de un animal que a un
europeo le parecería repugnante. Días después, el glotón caía enfermo de una infección
que afectaba gravemente a sus pulmones. El nuevo mal era altamente contagioso,
y días después se había extendido por toda la provincia, antes de que los
médicos se percataran de la epidemia. Aquella enfermedad no mataba a todos los
contagiados, solo a algunos, pero avanzaba vertiginosamente, sin dar tiempo a
reaccionar a los políticos, que cuando trataron de aislarla ya era tarde; e
inevitablemente viajó por todo el planeta, causando desconcierto y alarma, y
llegó a Europa y América. No había vacuna ni tratamientos que pudieran frenarla
y la única opción era que cada cual se encerrase en su casa, evitando el
contacto con cualquier otra persona. Y así pasaron los meses en un mundo
silencioso por cuyas calles desiertas deambulaban las alimañas, mientras la
mortandad se extendía por hospitales y residencias de ancianos, y sanitarios y policías ofrecían al mundo su
heroico tributo de vidas y contagios. Solo se salía de casa, con protección de
mascarilla, guantes y ropa esterilizada, para adquirir lo indispensable.
La vida de confinamiento
forzaba a convivencias no siempre felices. Las reacciones eran muy variadas, entre
miedosas y mezquinas. Había políticos odiosos que antes habían recortado
presupuestos de sanidad, y ahora, en lugar de ayudar a sus gobiernos a resolver
la situación, la utilizaban para sembrar la desconfianza y sacar rédito
electoral en futuras votaciones. Había empresarios inmorales que intentaban
obtener beneficios comerciando con medicamentos y medios protectores. Había famosillos
televisivos que luchaban por obtener mayor audiencia a costa de horrorizar a su
clientela. Había maltratadores machistas que aprovechaban el aislamiento para torturar
impunemente a sus parejas. Y había gente común malhumorada, impaciente, desesperada,
cuyo único consuelo era salir al balcón a las 8 de la tarde para aplaudir,
chillar y desahogar su impotencia.
Narciso torció
el gesto. La historia le pareció inverosímil y desagradable. No le gustaba y
dudaba de que le fuera a gustar a nadie. Aquel no era el argumento que necesitaba,
porque eso no podría pasar nunca. La tecnología médica lo habría impedido y el
ser humano no podía ser tan torpe, mezquino y miserable.
Miguel
Ángel Pérez Oca.
(500 palabras)