martes, 18 de septiembre de 2018

UN GATO QUE PODRÍA SER MI GATO KEPLER EN OTRA ÉPOCA.



El tema de la tertulia de ayer era doble: La Época Victoriana y Homo Sapiens. A mí se me ocurrió esta historia inspirada en mi gato Kepler y en una conocida anécdota. Espero que os guste.


UN GATO VICTORIANO Y SUS HOMO SAPIENS.

            Aquiles era todo un señor gato victoriano, con sus largos bigotes enhiestos, su mirada displicente, su cara y pecho blancos como la nieve y su lomo atigrado de color canela. Sus movimientos y posturas eran el colmo de la elegancia y la dignidad. Nunca se le hubiera podido sorprender en una actitud indecorosa ni se le hubiera podido escuchar maullando de forma inconveniente. Cuando acudía a su escudilla a beber, no lo hacía con los lametones vulgares propios de un felino callejero, sino que mojaba su pata izquierda, siempre la izquierda como buen británico, y la lamía después distraídamente. Se pasaba las horas aseándose con exquisito cuidado y jamás comía otra cosa que no fuera el pienso para gatos que Lady Winchester mandaba comprar en una tienda cercana a White Chapel. Eso y la pequeña porción de jamón de York que Lord Winchester le obsequiaba a la hora del desayuno. Los Winchester creían ser dueños de Aquiles, pero estaban muy equivocados. El verdadero propietario de aquella mansión de 42 chimeneas era el gato. Bien lo sabía él mientras se tendía elegantemente en el sofá principal del salón, justo enfrente del hogar encendido.
            Desde allí observaba a Lord Winchester, que había llegado a casa muy alterado.
            -¿Qué te ocurre, querido? – le interrogó la señora, después de entregar el gabán, la bufanda blanca y la chistera a la criada caribeña - Te veo inusualmente nervioso.
            Lord Winchester era flemático, como buen inglés victoriano, pero esa tarde…
            -Calla, calla, querida. Vengo de la Royal Society, de escuchar una conferencia de ese naturalista de moda, Charles Darwin, que nos ha dicho que los Homo Sapiens…
            - ¿Homo… qué?
            -Sapiens, querida. Homo Sapiens quiere decir Hombre Sabio en latín. Bueno, pues el señor Darwin sostiene que… - Lord Winchester bajó la voz, procurando que no lo oyera el servicio – descendemos… ¡Ejem, ejem! – carraspeó varias veces antes de proseguir – ¡descendemos del mono!
            - ¡Aaaaaaah…! - Lady Winchester lanzó un grito agudo que se esforzó en ahogar, se tambaleó a punto de caer sobre el sofá y aplastar a Aquiles que, por si acaso, salió bufando hacia el pasillo; después, se repuso tras beber una copita de jerez que le sirvió su esposo y empezó a hablar entrecortadamente.
            -¿Del mono…? ¿De uno de esos seres rijosos y desvergonzados que habitan en el zoológico…? Qué vergüenza… Qué baldón para nuestra familia… ¿Eso dice  Darwin?
            Y Lord Winchester asintió en silencio, con el rostro demudado.
            -Bueno, espero – dijo la señora – que no invites nunca a ese descarado a tomar el  té en esta honorable casa. Y, además, tenemos que hacer todo lo posible para que no se enteren  de esto los vecinos.
            Aquiles, desde la entrada del pasillo, cruzó una mirada de inteligencia con Sarita, la criada caribeña, y su rostro felino adoptó un rictus que debió ser precursor del que luciría habitualmente un personaje de Lewis Carroll, autor de las Aventuras de Alicia en Wonderland. Me refiero al Gato Risueño de Cheshire.
            Aquiles era todo un señor gato.

                                                           Miguel Ángel Pérez Oca.

                                         (A mi gato Kepler, que también es victoriano)
                                                               (500 palabras)

martes, 4 de septiembre de 2018

LA ÚNICA VERDAD.




LA ÚNICA VERDAD.

Así que este es el tiempo.
¿Y he de decirle que pase?
¿Para qué?, si ya pasa, si no hay quien lo detenga.
Y el espacio, esa totalidad que me rodea hasta un infinito que me
   empeño en intuir…
¿Qué es el espacio, sino lo otro, lo que no soy yo?
Todo lo que no soy yo.
Y yo, ¿qué soy?
Soy un espejo donde se refleja un desconocido.
Soy un punto donde se centra un mundo que no tiene centro ni
   límites.
Soy una ilusión de alguien que no sabe si existe.
¿O no soy nada de eso?
Pues, ¿qué mundo es este cuyas noticias imprecisas me llegan a
   través  de los sentidos?
¿Y si los sentidos se lo inventan y se burlan de mí?
¿Y si el tiempo no pasa más allá de los relojes?
¿Y si el espacio no tiene un lugar donde existir?
¿Cómo podría saberlo?
¿Qué soy? ¿Qué es todo? ¿Qué es lo que no se manifiesta?

Te vi marchar y no sabía a dónde ibas.
Veo tu ausencia y no sé nada del vacío que dejaste.
No sé si estás en algún lugar del pasado, del presente, del
 futuro…
o de otro espacio de dimensiones insólitas.

Tampoco sé por qué digo estas cosas.
La única verdad ya la dijo un griego hace algo más de dos
  milenios:
“Solo sé que no sé nada”.

                                      Miguel Ángel Pérez Oca.

EL POETA IMPOSTOR.

El tema de la Tertulia de ayer era "Cambio de piel" y yo presenté este trabajo. A ver si os gusta:


EL IMPOSTOR SAULO KIMERA.

            Crisóstomo López era muy feo. Y el nombre no le favorecía, precisamente. Así que pasó una juventud muy triste. En los guateques de su adolescencia siempre fue Crisostomito, el chaval desvalido y solitario que solía ocuparse del tocadiscos. Nunca ligaba, mientras alguno de sus amigos podía alardear de que había tenido aventurillas eróticas con chicas muy hermosas; porque era bien parecido y tenía un nombre sonoro y atractivo, como Adrián o Pablo o Andrés… Si al menos ellas le hubieran llamado Cris, pero como era tan feo y lo tenía tan asumido…
Un día Crisóstomo se miró al espejo y decidió que su vida iba a cambiar. Tenía que mudar de piel, como las serpientes. Necesitaba estar en posesión de una cualidad que resultase atractiva a las féminas; aunque no aspiraba a vivir grandes amores románticos, eso no iba con su carácter. Él se hubiera conformado con ligar y acabar echando algún polvete, como sus amigos guapos. Pensó en fingir que era torero o futbolista; pero hubiera sido descubierto muy pronto, porque para ser futbolista hay que jugar partidos y para torero hace falta matar toros. Y él no poseía la fuerza atlética ni el valor propios de tan nobles profesiones.
-Ya está – se dijo –, fingiré ser poeta.
Lo primero sería buscar un seudónimo apropiado. Y lo encontró enseguida, un nombre sonoro y un apellido exótico: Saulo Kimera. Se dotó de una nueva epidermis indumentaria: capa negra y sombrero de alas anchas que disimulasen su fealdad, ya suavizada bajo un poblado bigote y unas gafas redondas de montura negra. Y se puso a escribir versos.
Bajo esa ostentosa piel de poeta, no se le daba nada mal jugar con palabras  tiernas y grandilocuentes. Así que muy pronto publicó su primer poemario. E igual de pronto se puso a seducir admiradoras, muchas de ellas muchachas que antes no le hacían caso cuando pinchaba discos en los guateques.
E inmediatamente pasó a los hechos y se dedicó a fornicar, que era lo que le interesaba. Los versos apasionados, los lamentos de amor malherido que escribía, le hacían reír en secreto, porque él no era nada romántico y los despreciaba en lo más recóndito de su alma. Para él eran solo chorradas, burlas ocultas a las mujeres que lo habían ignorado antes de ser fascinadas por su parafernalia poética.
“Puedo escribir los versos más desesperados esta madrugada…”  escribía, y esa noche, y muchas otras, satisfacía su lujuria.
Pasaron los años, Kimera se casó varias veces mientras, sistemáticamente, ejercía de amante insaciable, sosteniendo varios romances simultáneos. Ganó gran fama de poeta, de la que se avergonzaba. Y se murió una noche, en la cama de una amante ocasional. Falleció en pleno orgasmo y nadie pudo borrarle la sonrisa de satisfacción cuando lo amortajaron. Parecía estar dirigiéndose a todas sus conquistas, para decirles: “Os he engañado a todas… y a todo el mundo”.
Pero, sin habérselo propuesto, nos dejó una magna y genial obra poética que todos admiramos.
Qué gran impostor fue Saulo Kimera.  

                                                           Miguel Ángel Pérez Oca.

                                               (500 palabras sin el título y la firma)

lunes, 3 de septiembre de 2018

NO AGUANTO A CASADO.


No lo aguanto. No aguanto a ese jovenzuelo prepotente y neo fascista. Lo siento. No lo puedo resistir, ni en su actitud ni en el mensaje de extrema derecha que transmiten sus palabras. Pero, ¿qué se ha creído ese mozalbete con lo de esa Ley de la Concordia que ha de invalidar "de facto" a la "sectaria" Ley de la Memoria Histórica? Ese tipo se cree que la Historia empezó en 1975, que la única fuente histórica legítima es la Transición. Y para eso hasta ha creado una asociación al frente de la que ha puesto al ex torero Suárez Illana, una asociación que así podrá sustituir a la Asociación Francisco Franco si la ilegalizan... Es que es para morirse. O sea que el golpe del 18 de julio no fue un crimen de lesa patria, que los fusilamientos planificados por Mola y cía. no fueron delitos contra los derechos humanos, que los tribunales militares con legislación de efectos retroactivos de la dictadura no fueron aberraciones jurídicas, que la muerte de Miguel Hernández y tatos otros por falta de atenciones en las enfermerías de las cárceles franquistas no deben recordarse. Hala, corramos un tupido velo sobre los crímenes del abuelito, olvidémonos de la Historia, que nadie recuerde nuestras vicisitudes desde Fernando VII, la Gloriosa, Alfonso XIII, la República, la Guerra Civil... ¿Para qué saber Historia? Con la versión que nos enseñaron en la escuela franquista hay suficiente, ¿verdad señor Casado?

Pues claro que en ambos bandos se perpetraron barbaridades. Pero muchas autoridades de un bando trataron de restablecer el orden democrático republicano y a partir de 1937 apenas hubo desmanes, mientras que los fascistas las planificaban y perduraron durante cuarenta años de fascismo y venganzas. Así que no es lo mismo. Pero a este tío le molesta la memoria histórica, prefiere "la concordia", o sea, el silencio de los cementerios, mientras miles de españoles siguen todavía en las cunetas.

En realidad, me temo que esto de la Concordia no es más que una pataleta inconfesable por el desahucio del viejo general.

Es que no lo aguanto. No puedo con él. Me revuelve las tripas....