Lo han matado como a un perro. Y no es que no lo mereciera, es que los que lo han hecho no merecían mancharse las manos y la conciencia de ese modo brutal. Yo hubiera preferido que lo juzgaran, escuchar cómo respondía a los fiscales, saber cuántos de sus hoy enemigos "demócratas" habían sido hasta hace muy poco cómplices de sus atrocidades. Quizá por eso tenía que morir, para que su silencio de cadáver violentado ocultase para siempre la calaña de alguno de sus sucesores. Y para que no pudiera denunciar a voz en grito cuáles han sido los verdaderos intereses de los paladines internacionales del pueblo libio, que con sus aviones y cohetes han defendido cuidadosamente los campos petrolíferos que fueron su baza y su perdición. No es la primera vez que ocurre. Así murieron Nerón, Calígula, Cómodo, Hitler, Mussolini... Reinar sobre la sangre y la arbitrariedad tiene esas cosas, aunque algún tirano se muere en la cama y ahora reposa bajo la cruz más grande del mundo. Y es que un sabio oriental dijo una vez que si no hubiera injusticias no sabríamos apreciar la justicia verdadera. El terrible reportaje de su muerte violenta pone los pelos de punta. Después, ya en el suelo de un almacén de carne, con la sien agujereada, casi desnudo, lo podemos ver rodeado de libios dichosos, armados con teléfonos móviles con los que lo fotografían para su posteridad doméstica. Esos aparatitos versátiles han sido las armas que de verdad lo han matado. Porque ahora, con la informática y la comunicación instantánea a disposición de todo el mundo, ser un tirano va a resultar todavía más difícil. Aunque cuando digo "tirano" me refiero a esos histriones que oprimen a sus pueblos a la manera antigua, como sátrapas, como viejos emperadores romanos. No solo lo tienen muy difícil en estos tiempos, es que están completamente obsoletos. Ahora los tiranos permanecen en el anonimato y reinan en las bolsas, las multinacionales y los mercados. Nadie sabe cómo se llaman, mientras disponen de vidas y haciendas, porque no requieren pompas ni ceremonias. Nos los podríamos cruzar tranquilamente por la calle, en vaqueros y camiseta de marca, mientras pasean distraídamente hacia el puerto, camino del yate. A ésos ningún pueblo los va a masacrar, aunque en el fondo sean más peligrosos que Gadafi. Porque nadie debería nunca ser masacrado, ni siquiera el coronel libio, ni mucho menos sus víctimas.
Miguel Ángel Pérez Oca.
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