martes, 27 de abril de 2010

ADIOS, SEÑOR MANOLO



Hoy, la Plaza de Manila está silenciosa y triste. Los viejecitos toman el sol mientras rumian su soledad en sus sillitas de ruedas. Falta el vozarrón irónico del señor Manolo, que también cabalgando su silla de ruedas les contaba chistes y anécdotas con su vital, inquebrantable y consustancial sentido del humor. Solo tres días antes de su fallecimiento, desde su lecho, bajo las sondas, los tubos de oxígeno y los dolores y molestias propias de quien está en las últimas, todavía bromeaba con su cuidador Favio.

Ayer lo enterramos junto a su esposa Asunción y la tata. Y la Plaza de Manila, a donde lo llevaban para conversar y tomar el sol, ha quedado silenciosa y triste.

92 años de vida intensa, de amor a la vida, que no le dejó nunca. El señor Manolo, mi suegro, no estaba en Alicante el 25 de mayo de 1938, cuando el bombardeo del Mercado. Estaba en una trinchera del frente de Madrid, jugándose la vida por todos nosotros. Asunción, su novia entonces y después su esposa y madre de Suni, mi mujer, sí estuvo allí y rescató de entre un montón de muertos a un bebé que lloraba agarrado a una teta cercenada de mujer. Asunción se llevó al niño a las faldas del Benacantil, y cuando regresó, pasado el peligro, se enteró de que la madre del bebé estaba viva, en el hospital que hoy es el Museo de Arquelogía, donde le suturaban una tremenda herida en el pecho, mientras lloraba la presunta muerte de su niño.

Ellos ya no verán un monumento en la plaza del Mercado, ni la próxima placa con la nueva denominación de la plaza que ha de llamarse "del 25 de mayo". Quedan ya muy pocos testigos de aquella atrocidad. Marina Olcina, mi madre Magdalena Oca, Juan Ortiz, Benito Pérez... y alguno más. Sería muy triste e imperdonable que ellos tampoco vayan a ver el monumento, para que se sintiesen resarcidos de las pesadillas que han arrastrado toda su vida, para que se puedan sentir solidarios con los muertos de entonces. Sin embargo, la intrensigencia absurda de una alcaldesa conservadora (llamémosla así por llamarla algo) y un astuto concejal de cultura, que más pendientes de los votos de la extrema derecha que de la decencia ciudadana, no admiten que el monumento describa a los asesisnos como "aviadores fascistas italianos", justo lo que eran, y por otro lado, los miembros de una Comisión Cívica para la recuperación de la Memoria Histórica, que no han sabido transigir y cambiar una sola palabra por un sinónimo o una leyenda aceptables, que los hay, están abortando este acto de justicia histórica. Y es que para algunas personas embebidas en la lucha política, es más importante desgastar al enemigo, encontrar argumentos para su descalificación, no concederle un solo triunfo, que honrar debidamente a los muertos. Es el caso de quien prefiere quedarse tuerto con tal de que su enemigo se quede ciego. Y yo, en nombre del señor Manolo y de la señora Asunción, en nombre de los pocos supervivientes que quedan, proclamo mi indignación y mi repulsa a ambas partes. Lo siento. A mi, que una alcaldesa derechona haga lo que está haciendo, ni me sorprende ni me indigna demasiado. Si no fuera un personaje mezquino, no sería de derechas. Pero los de mi cuerda, los que repudiamos los crímenes franquistas, los que apoyamos al juez Garzón, los que suspiramos por una Justicia democrática, los que añoramos un régimen republicano que perfeccione la actual democracia imperfecta, que tantos defectos heredó de una transición forzada y llena de componendas, esos, de ninguna manera tienen derecho a ser mezquinos. Yo les pido encarecidamente que en nombre de los muertos viejos y recientes, y de los escasos supervivientes que quedan del 25 de mayo, consientan, transijan, sean humanos y bondadosos y retiren la famosa y obsoleta palabreja y la sustituyan por una leyenda inteligente que los honraría en lugar de humillarlos. Y, para colmo, no echen más leña al fuego con la absurda polémica de si los fallecidos eran "muertos" o "asesinados". Hay que ser adultos, por favor, y anteponer la dignidad a las rabietas infantiles. Ella tiene la sarten por el mango, pero nosotros somos más listos y, además, tenemos la razón. Veamos qué se puede conseguir hoy, que mañana ya veremos pasar por delante de casa el cadáver electoral de nuestro enemigo. Porque no se puede ni se debe ser soberbio si se es de izquierdas, si se es demócrata. No se puede ni se debe anteponer la derrota del enemigo, por otro lado futura e imprevisible, a los honores que debemos a los muertos de todos.

No nos hagáis esto, por favor, porque yo, al menos yo, no os lo perdonaré nunca. Ni el señor Manolo, desde donde esté, desde la Historia, desde el pasado, desde la muerte, tampoco. Yo hablé con él de estas cosas y os aseguro que la palabra "fascista" le importaba un bledo, y era más rojo que todos vosotros, y se había jugado la vida en el frente de Madrid, en defensa de la democracia, haciendo posible, durante tres años, la consigna del "No pasarán". Pero me temo que para aprender, no solo hay que ser inteligente, hay también que saber ser generoso.

Que la Historia os lo demande, a ambos.

Yo me quedo con el recuerdo del señor Manolo.
Miguel Ángel Pérez Oca.

2 comentarios:

Gioka dijo...

Sí Miguel Ángel, sí. Fuera la soberbia y arriba el diálogo y la generosidad.
Qué más da si fueron galgos o podencos, mordieron y mucho! Que se sepa de sus mordeduras y que no pase más.

Por el recuerdo y la justicia.

Sergio.

Joaquín Botella dijo...

Más que en todos tus artículos anteriores, es en éste la razón de tu artículo un hecho incontestable, amigo Miguel Ángel. Aunque no tuve la suerte de conocer al señor Manolo, tus palabras evidencian que poseía el don más apreciado de todos: el de alegrar la vida a los demás. Lo siento de verdad por quientes lo queríais, en especial por Suni (su hija, tú mujer) y cómo no por ti, entrañable yerno y amigo.
La muerte siempre es triste, pero junto a los surcos de las lágrimas también se nos dibuja una media luna soleada en la comisura de los labios cuando el recuerdo se nos hace corazón.

¡Viva el señor Manolo!

¡Viva la República!

Joaquín Botella