martes, 15 de julio de 2014

CANIBALISMO LITERARIO.



El tema de la reunión de ayer en la Tertulia Literaria de la Bodega Adolfo era "Caníbal" y yo he escrito esta burrada que espero no os escandalice demasiado. El humor negro tiene esas cosas:

EL CANÍBAL CIRCUNSPECTO.
            Norberto no tenía sentido del humor, no le hacían gracia los chistes, ni sabía entender las frases de doble sentido, ni leer entre líneas, ni captar el significado de las metáforas. Su interpretación del lenguaje, tanto hablado como escrito, era siempre literal, rigurosamente literal. Tampoco admitía que su forma de entender las palabras supusiera un defecto o un síndrome, dado que estimaba que su interpretación era la más correcta, seria y exacta posible; y que las palabras, decía, significan lo que significan y no otra cosa. Alguien aventuró una vez que su riguroso y limitado carácter podía ser el producto de una grave deformación profesional, después de tantos años de ejercer de abogado especialista en Derecho Mercantil, interpretando y redactando enrevesados contratos; pero él se alegraba de ser como era, porque así  no perdía el tiempo riéndose de bobadas o buscando extraños mensajes en frases con sentido muy preciso.
            Por eso cuando la lasciva Enriqueta, desnuda y con las piernas muy abiertas, le gritó entre jadeos de lujuria “¡Cómeme!”, él se la quedó mirando un tanto sorprendido.
            -¿De verdad quieres que te coma? – le preguntó para comprobar que había oído bien.
            -¡Sí, sí, ladrón, cómeme! – repitió ella, agitándose y separando aún más las piernas.
            Norberto decidió hacer caso omiso del insulto. Él no era ningún ladrón, pensó, pero a lo mejor la palabra tenía otro significado oculto para aquella mujer tan extraña. Así que se dispuso a satisfacerla y le dio una tremenda dentellada en el cuello.
            -¡No, burro, así no…! - gritó Enriqueta antes de quedarse tiesa.
            -¿Qué habrá querido decir? - se preguntó Norberto - ¿Quizá que no le gusta que me la coma cruda? - Era posible, pero no comprobable, porque la chica ya no respiraba.
            Aquella tarde, Norberto se fue de compras. Adquirió un arcón frigorífico y un libro de cocina titulado “Las mil y una maneras de servir la carne”. Y durante una temporada estuvo degustando exquisitos platos de solomillo de Enriqueta a la jardinera, muslitos de Enriqueta con patatas gratinadas, estofado de nalgas de Enriqueta al Jerez, sopa de menudillos de Enriqueta, arroz serrano con Enriqueta, caracoles y garbanzos, paté de Enriqueta a las finas hierbas, callos de Enriqueta a la madrileña, ensalada de pasta, gulas, palitos de mar y taquitos de Enriqueta marinados, así como una excelente sobrasada de Enriqueta con pimentón de la Vera y un magnífico y sensacional Pastel de Enriqueta en hojaldre, con frutas del bosque y mermelada de arándanos.
            También se compró una trituradora con la que fabricaba abono de los huesos y otras partes no comestibles de Enriqueta; y con él nutría a las legumbres y verduras que plantaba en su huerto ecológico, para que sirvieran de guarnición a sus guisos.
            El día que vio su arcón vacío, una gran tristeza se adueñó del corazón de Norberto. Añoraba a Enriqueta. No se resignaba a su ausencia. Y, además, se había acostumbrado a su particular régimen de comidas y no deseaba volver al mercado a comprar trozos de carne anónima, procedente de cualquier ternera estúpida, cordero sin personalidad o conejo asustadizo, que jamás le dirían aquello de “¡Cómeme!”.
Nunca más caería en la desconsideración de comerse a ningún ser, que no le hubiera manifestado previamente su conformidad con servirle de alimento.
            Así que sacó su mejor corbata del armario, se puso el traje nuevo y se roció con una carísima colonia de caballero con feromonas en sus efluvios. Y se marchó a la discoteca, donde confiaba en que no le iban a faltar voluntarias.
            Solo tres horas más tarde tenía sobre su cama a la lujuriosa Pepa, abriendo las piernas y gritándole entre jadeos: “¡Cómeme, canalla…!”

            Lo que nunca entendió Norberto fue la manía que tenían todas ellas de insultarle antes de ser devoradas. La gente es muy rara.                        
                                                                                 Miguel Ángel Pérez Oca.


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