martes, 20 de febrero de 2018

POR POCO...


                                            Con mis amigos bahamaranís de Ifni en 2007

El tema de esta semana era "Qué nos espera", y yo presenté este trabajo autobiográfico. A ver qué os parece:


QUÉ NOS ESPERA.

Estaba en un restaurante de carretera, cerca de Ifni. Comíamos “tajine” de cordero, cuando algo correoso, algún inoportuno tendón, se resistió a mis dientes. Me daba vergüenza escupir el inmasticable bocado ante alguna distinguida acompañante e intenté tragármelo, y entonces ocurrió el drama. El bocado quedó atascado en mi garganta y el aire dejó de fluir hacia mis pulmones. No podía expulsar ni acabar de tragar el fatídico despojo y el agua que bebí para ayudarme acabó derramándose de mi boca. Salí corriendo a la terraza donde hice esfuerzos para librarme del fatal intruso, pero era inútil. Me estaba asfixiando.
Y entonces me sorprendí a mí mismo adoptando una actitud mental serena. Lejos de aterrarme, pensé que había gozado de una vida magnífica durante más de sesenta años. No me podía quejar de mi suerte… Y ahora se había acabado la película. “The End”. Iba a morir. Pues… ¿Qué le vamos a hacer? Solo experimentaba una especie de enfado tranquilo hacia una Naturaleza que me ocultaba el más grande de sus secretos. Porque yo iba a desaparecer, pero… ¿Qué era yo, exactamente? ¿Por qué tenemos las personas experiencias subjetivas? ¿Qué necesidad tiene una máquina biológica, como seguramente somos todos los animales, incluido el homo sapiens, de sentirse a sí misma desde dentro? Me imaginé un robot perfecto, capaz de actuar como un ser humano en todas las circunstancias de la vida. Podría velar por su supervivencia y su reproducción, por adquirir conocimientos útiles, por construir cosas prácticas o hermosas; pero no por ello tendría que vivir esas cosas subjetivamente. Le bastaría con manejar automáticamente un algoritmo que resumiera todo su comportamiento. Pero nosotros, las personas, recorremos el tiempo de nuestras vidas subjetivamente, somos un Ego. Al menos en mi caso, es una experiencia incontestable, y por lo que veo en el comportamiento ajeno, así debe ser en todos los demás. Y ese es el misterio, el maldito misterio que entonces veía esfumarse en un plazo de escasos minutos, sin haber sido resuelto. No me sentía aterrado, ni tampoco me lamentaba, más que de mi incapacidad intelectual para averiguar qué nos espera cuando el ego desaparece. Por lo visto, mi kilo y medio de masa encefálica era incapaz de descifrar ese enigma, de la misma manera que los treinta gramos del cerebro de un gato no le facultan para interpretar el Teorema de Pitágoras. Hay estudiosos de la mente que sostienen que el ego no existe, que todo lo que creemos subjetividad no es más que un espejismo. Pero yo me preguntaba: ¿Quién observa ese espejismo? Otros argumentan que toda existencia implica subjetividad; que ser y sentirse es lo mismo; y que toda la materia del Universo es subjetiva…
Fue entonces cuando alguien me abrazó por detrás y me dio un fortísimo apretón en el vientre. El bolo alimenticio atascado describió en el aire una gloriosa parábola y un caudal de vivificante aire fresco entró en mis pulmones y me devolvió la vida.
Y así seguí conviviendo con el maldito misterio.
                                              
                                                                Miguel Ángel Pérez Oca.
                                                          (500 palabras sin título y firma)

3 comentarios:

PacoM dijo...

Pregunta que nos hacemos muchos, pero... ¿Conoceremos la respuesta cuando llegue el ocaso, o simplemente se apagará la energía que nos mantiene vivos y ¡ya está!?

Miguel Ángel Pérez Oca dijo...

¿Y si no existe el tiempo después del ocaso? ¿Y si no existe el momento en que la luz esté apagada? ¿Y si el tiempo es una ficción, como el arco iris o los colores? ¿Y si siempre es ahora? ¿Y si cada momento es eterno? ¿Y si...?

Miguel Ángel Pérez Oca dijo...

Presiento una realidad que no puede concebir nuestra mente, una realidad que está más allá de los sentidos, una realidad inefable. Pero soy como un gato que no puede interpretar el Teorema de Pitágoras. Solo que el gato no lo sabe y yo apenas lo intuyo.