miércoles, 27 de marzo de 2013

UNA ALARMA REAL


No pude asistir a la Tertulia de la Bodega Adolfo del día 11 por encontrarme aquejado de una inoportuna lumbalgia. Por eso no participé de la larma que se cernió sobre mis compañeros ante la presencia en el patio de acceso a la bodega de varios bomberos y policías que nadie sabía qué hacían allí. Se decidió que para nuestra reunión de anteayer el tema a desarrollar sería, precisamente, ese, el de la alarma que se había producido. Yo no estaba allí, pero traté de imaginármelo y el resultado fue el relato que os pongo ahora en este blog. Por supuesto, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

¡ALARMA METAFÍSICA!
Con su vozarrón característico, Miguel Sarceda leía una tonta historia sobre cierto gaitero que despertaba todas las madrugadas a los habitantes de un valle de nombre absurdo. En eso, Mercedes alzó la vista hacia el ventanal que daba al patio exterior, con la sorpresa pintada en el rostro.
-Oye, ahí fuera hay unos bomberos, con manguera y todo...
Nos volvimos, pero ya no los pudimos ver. Habían desaparecido, corriendo hacia la derecha.
-Llevarían prisa – sentenció Víctor con la autoridad que le da el ser el dueño del local, aunque se le notaba un tanto alarmado, más que nada por la integridad de su negocio – Lo mismo hay un incendio por aquí cerca.
-Voy a ver – dijo Ángel, levantándose y asomándose a la puerta.
-No se ve nada... - nos informó, volviéndose cabizbajo a su sitio.
-Pues, ahora hay policías en el patio – dijo Marielli, ya un poco asustada.
-Sí, pero van de cachondeo. Mira qué jolgorio se traen – apostilló Pepe.
-Bueno, es que esa gente está acostumbrada a todo, a los robos, a los asesinatos, a las catástrofes... Lo mismo van a reconocer a un fiambre pero, como son tan duros, les da risa – opinó Salvador, mientras Yolanda asentía y maquinaba uno de sus cuentos tremebundos y sangrientos.
-Pero, bueno... - observó cariacontecida Isabel, que se había vuelto hacia el ventanal que tenía a su espalda - ¿qué hace ahí un cura con sotana?
Todos nos pusimos en pie. Estábamos realmente alarmados, porque el clero siempre impone.
Y entonces, para más INRI, pasó ante nosotros un obispo vestido de pontifical, con báculo y mitra incluidos, y la cosa empezó a acojonarnos hasta el borde de la histeria.
-¡Alto a la Guardia Civil! - oímos en el exterior - ¡Se sienten, coño! - y un tipo con un asombroso parecido con el coronel Tejero, pistola en mano y seguido de varios números de la Benemérita, irrumpió en el patio.
Obedecimos de súbito (a ver...) y todos nos volvimos a sentar; incluso hubo alguno (cuyo nombre no diré) que hizo amago de meterse debajo de la mesa.
Pero el colmo fue cuando D. Quijote y Sancho Panza pasaron impasibles ante nuestra ventana, montados, respectivamente, en un caballo esquelético y en un jumento de barriga plateada.
Nos miramos todos, bastante amoscados.
¿Habíamos caído en un agujero de gusano, tal vez? ¿Habíamos entrado en una singularidad espacio temporal? ¿De verdad era verdad de verdad lo que estábamos viendo con la vista de ver?
Y entonces cruzó el patio un tropel de personajes fabulosos, camino de algún lugar a la derecha. Allá iban Pinocho, la Pepa Maca, un patufet, Blancanieves dentro de una urna de cristal llevada por siete enanitos, Caperucita Roja y el Lobo, muy amartelados ellos, la Bella Durmiente con un despertador en la mano, el Gigante de las Habichuelas, el Sastrecillo Valiente, la Bruja Garrampona, el Puto Vell, Perico Sorrocloquico, Marcelino Pan y Vino, la Madastra de no sé quién, Pulgarcito, Garbancito de la Mancha, el Capitán Garfio y Peter Pan practicando esgrima y dos Papas cogidos del brazo. Cerraban la comitiva unos seres espeluznantes: Zapatero negando la crisis, Rajoy prometiendo bajar los impuestos y el Rey detrás de un elefante montado por Urdangarín...
Ya no pudimos aguantar más. Nos precipitamos al exterior, pisándonos unos a otros. Y hasta algún contertulio (tampoco diré su nombre) cayó al suelo, siendo arrollado por sus compañeros.
Pero cuando llegamos al patio y el gélido biruji nos azotó el rostro, nuestros mofletes quedaron tan helados como nuestro ánimo. Todo el mundo había desaparecido. Diríase que habían entrado por un conducto misterioso a quién sabe qué lugar recóndito, fuera del espacio y del tiempo.
Fue entonces cuando a Mercedes se le ocurrió mirar a lo alto de la fachada de la Bodega; dio un alarido desgarrador y se cayó de culo, entre estertores de risa, mientras señalaba con dedo trémulo hacia algo que flotaba justo encima de la entrada del local comercial contiguo al nuestro.
Allí, sobre nuestras cabezas, había una inmensa pancarta que decía:
“LA COMISIÓN DE FISTAS DEL BARRIO INVITA A TODOS LOS VECINOS AL BAILE DE DISFRACES QUE SE CELEBRARÁ ESTA NOCHE A LAS NUEVE Y MEDIA”.
Miguel Ángel Pérez Oca.

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