Estoy consternado. He recibido un correo de una querida amiga, a la que siempre he admirado, una de esas personas íntegras, idealistas y sumamente valiosas, coyo arte y dedicación han dado como fruto una serie de magníficas exposiciones, proyectos y premios de importancia. Es Licenciada en Bellas Artes, casi doctora, y pertenece a la vanguardia artística de este desgraciado país, donde un jugador de fútbol o un chismoso de la tele pueden hacerse millonarios mientras un artista o un escritor (también conozco algún caso), por muy buenos que sean, pueden hundirse en la miseria. El Arte (con mayúscula) es el alma de una civilización, lo único que queda de los pueblos desaparecidos cuando los arqueólogos tratan de explicarse los secretos de su vida y su muerte. El Arte es fundamental para la cultura, muy por encima de los deportes y los espectáculos frívolos, y sin embargo, mi amiga, que es una persona consecuente, con una gran sensibilidad y profundo oficio, que es vegetariana por convicción y amante de la naturaleza y la ecología, y que ha huído de las metrópolis de hormigón para refugiarse en un bucólico rincón del norte a vivir con su marido y su arte, sus convicciones y su sensibilidad, está a punto de la rendición. Se encuentran en el paro, sin encargos, y los ayuntamientos, con la excusa de la crisis, no les pagan sus trabajos; la hipoteca de su casita se come la indemnización residual de 400 € que les ha quedado, y no les sobra nada para pagar agua, luz, impuestos y demás. Comen de lo que produce en su propio huerto ecológico, pero van a perder su exigua casa de campo a manos de los bancos. Ella quería vivir en utopía, pero en esta asquerosa sociedad hasta la utopía tiene precio e hipoteca. El día de mañana, o de pasado mañana, cuando unos arqueólogos excaven en los restos podridos de este mundo despreciable, no encontrarán las maravillosas obras que mi amiga no habrá podido realizar porque unos ediles con sueldos astronómicos no quisieron pagarle los honorarios, el banco de la hipoteca se apropió de la casita de campo y dejó secar su huerto, y su sueño se rompió porque quiso vivir en una utopía inserta en una sociedad de mierda.
Cada vez me avergüenzo más de pertenecer al Género Humano.
Miguel Ángel Pérez Oca.
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