Mi amigo Joaquín es muy generoso y ha elaborado esta generosa crítica a mi novela "LA CRUZ AUSENTE", que presentaré en la Sede Universitaria de Alicante, en la Avenida de Ramón y Cajal, el día 16 de junio a las 20,15 horas. La verdad es que considero a esta novela como lo mejor que he escrito en mi vida y estoy muy ilusionado con su presentación, tanto en Alicante como en fechas próximas en Caravaca, Novelda, Murcia, Cartagena... Os pongo aquí la crítica de Joaquín y ya juzgaremos al juez cuando leáis el libro y hagáis, vosotros mismos, vuetra propia crítica. ¿Vale?
CRÍTICA DE LA NOVELA “LA CRUZ AUSENTE” DE MIGUEL ÁNGEL PÉREZ OCA, POR JOAQUÍN BOTELLA.
Con un lenguaje que me trae a la memoria al poeta Eloy Sánchez Rosillo cuando dijo aquello de que la sencillez es una conquista, ha escrito mi amigo Miguel Ángel esta novela histórica que en tan sólo ciento novena y una páginas, con una letra apta para mayores de cuarenta, nos narra su historia con una redondez global.
La trama, tan interesante como bien tejida, ha sido desarrollada mediante una estructura en la que se combinan un épico relato de los Templarios con un thriller policíaco en el que el agudo inspector Fuster es el encargado de investigar el robo de la Cruz de Caravaca.
Temporalmente, la historia se inicia en el siglo XIII, continúa en la Segunda República y termina en los tiempos actuales, éstos en los que más de uno, como al autor, esperamos la resurrección de la República.
La información histórica de la Cruz contenida en la novela ha sido recabada con esmero y rigor, siendo digna de un ensayo, pero al estar tan bien novelada no causa esa sensación de inventario de bienes municipal que en demasiadas ocasiones dejan los autores cuando proporcionan este tipo de conocimientos, fruto de sus minuciosas investigaciones y no de su imaginación literaturizada.
“La Cruz ausente” es una obra llena de contrastes, como el ser humano, pues aun haciendo una dura crítica a la Iglesia y al franquismo, no oculta las barbaridades que también desde el otro bando se cometieron en nuestra última guerra civil o que haya un cura que no sea fascista y sí buena gente. De igual modo pone el dedo en la llaga de los abusos del poder policial, a la vez que talla con madera de héroe un inspector honesto.
En el terreno amoroso, me ha gustado particularmente el velado erotismo de una imagen femenina cuyas curvas se alejan de la mirada masculina que las sigue, posada en ellas. También me ha llamado la atención el amor no correspondido que siente un templario hacia otro, sobre todo en los tiempos que corren, en los que me parece muy arriesgado apostar por el amor dentro de la homosexualidad eclesiástica, aunque sea puro. Valiente también se me antoja esa despedida obligada de un amor imposible en la que él le dice: “Te recordaré siempre” y ella le contesta: “Y yo a ti, mi señor”, que revela la existencia de una posición sumisa y otra dominante en el amor, sin que ello sea obstáculo para que, una vez fuera de esa maravillosa burbuja en la que viven aisladas las pocas parejas que de verdad se quieren, impere entre ellas la igualdad, o que podamos atar el cariño arrodillándonos en un parque público ante esa cordonera que se le desató a quien amamos, sintiendo orgullo, y no vergüenza, al hacerlo.
Termino con algunos pasajes que me apartaron la vista de la lectura para despertarla en un algún rincón dormido de mi pensamiento o de mi alma:
“No soy creyente, pero algunas actitudes ante la vida merecen todo mi respeto”.
“La recompensa a nuestros esfuerzos y a nuestras buenas obras ya nos la da Dios día a día, en forma de íntimas satisfacciones.
“La amistad debería de estar siempre por encima de las ideas”.
Joaquín Botella
CRÍTICA DE LA NOVELA “LA CRUZ AUSENTE” DE MIGUEL ÁNGEL PÉREZ OCA, POR JOAQUÍN BOTELLA.
Con un lenguaje que me trae a la memoria al poeta Eloy Sánchez Rosillo cuando dijo aquello de que la sencillez es una conquista, ha escrito mi amigo Miguel Ángel esta novela histórica que en tan sólo ciento novena y una páginas, con una letra apta para mayores de cuarenta, nos narra su historia con una redondez global.
La trama, tan interesante como bien tejida, ha sido desarrollada mediante una estructura en la que se combinan un épico relato de los Templarios con un thriller policíaco en el que el agudo inspector Fuster es el encargado de investigar el robo de la Cruz de Caravaca.
Temporalmente, la historia se inicia en el siglo XIII, continúa en la Segunda República y termina en los tiempos actuales, éstos en los que más de uno, como al autor, esperamos la resurrección de la República.
La información histórica de la Cruz contenida en la novela ha sido recabada con esmero y rigor, siendo digna de un ensayo, pero al estar tan bien novelada no causa esa sensación de inventario de bienes municipal que en demasiadas ocasiones dejan los autores cuando proporcionan este tipo de conocimientos, fruto de sus minuciosas investigaciones y no de su imaginación literaturizada.
“La Cruz ausente” es una obra llena de contrastes, como el ser humano, pues aun haciendo una dura crítica a la Iglesia y al franquismo, no oculta las barbaridades que también desde el otro bando se cometieron en nuestra última guerra civil o que haya un cura que no sea fascista y sí buena gente. De igual modo pone el dedo en la llaga de los abusos del poder policial, a la vez que talla con madera de héroe un inspector honesto.
En el terreno amoroso, me ha gustado particularmente el velado erotismo de una imagen femenina cuyas curvas se alejan de la mirada masculina que las sigue, posada en ellas. También me ha llamado la atención el amor no correspondido que siente un templario hacia otro, sobre todo en los tiempos que corren, en los que me parece muy arriesgado apostar por el amor dentro de la homosexualidad eclesiástica, aunque sea puro. Valiente también se me antoja esa despedida obligada de un amor imposible en la que él le dice: “Te recordaré siempre” y ella le contesta: “Y yo a ti, mi señor”, que revela la existencia de una posición sumisa y otra dominante en el amor, sin que ello sea obstáculo para que, una vez fuera de esa maravillosa burbuja en la que viven aisladas las pocas parejas que de verdad se quieren, impere entre ellas la igualdad, o que podamos atar el cariño arrodillándonos en un parque público ante esa cordonera que se le desató a quien amamos, sintiendo orgullo, y no vergüenza, al hacerlo.
Termino con algunos pasajes que me apartaron la vista de la lectura para despertarla en un algún rincón dormido de mi pensamiento o de mi alma:
“No soy creyente, pero algunas actitudes ante la vida merecen todo mi respeto”.
“La recompensa a nuestros esfuerzos y a nuestras buenas obras ya nos la da Dios día a día, en forma de íntimas satisfacciones.
“La amistad debería de estar siempre por encima de las ideas”.
Joaquín Botella
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