En la sala Rafael Altamira de la Sede Universitaria, casi llena pese a la lluvia, se procedió a presentar el libro "ADRIÁN Y NOSOTROS", después de dos años de espera. Presentaron José Antonio López Vizcaíno, gerente de ECU, Teresa de Nova, viuda de Adrián, con la lectura de una sentida carta dirigida a Adrián, Ángeles Cáceres, con unas palabras interrumpidas por la emoción, Manolo Alcaraz, presidente de la PIC, con unas palabras donde se mezclaron sabiamente el humor, tan propio de Adrián, y los sentimientos, y un servidor que leyó el artículo que os pongo a continuación. Nos acompañaron los otros autores del libro y conocidos alicantinos y alicantinas, como el ex senador Beviá, la concejala del PSOE Carmen Sánchez Brufal, el periodista José María Perea, el músico Bernabé Sanchís, y tantos otros...
ADRIÁN Y NOSOTROS.
Hace unos años, Mariano Sánchez Soler tuvo una idea loca: el juego literario de Terratrèmol. Nos juntamos en él un atajo de chalados que constituíamos la mayoría de los escritores alicantinos, salvo algún autor o autora de best sellers que habita en su torre de marfil. Y en aquel juego Adrián desempeñó a la perfección su papel de mosca cojonera, y se empeñó, desde su humor ácido, desde su ironía reveladora, en convertir al detective Terratrémol en un individuo contradictorio y débil, que podría acabar convirtiéndose en un vendido a las fuerzas del mal ladrillero. A algunos nos resultaba molesta esta actitud iconoclasta hacia el héroe, hasta que comprendimos - al menos yo comprendí - que hacía falta la visión de Adrián, la visión crítica del riesgo de que el bueno de Terratrémol acabara envileciéndose. Para eso, precisamente, están las moscas cojoneras.
Por allí andaba otro monstruo: La Cáceres. La rebelde y hereje contumaz digna de la hoguera de Bruno. Capaz de vivir en medio de un campo amenazado por un vertedero, cerca de una cárcel y un tigre de Bengala y no perder ni un instante el ánimo ni, por supuesto, la impoluta pureza de sus ideas insobornables.
Yo andaba por entonces en mi nave espacial, rescatando de las estrellas a personajes agredidos por la Historia, como Bruno, Galileo, Kepler… y Adrián López y Ángeles Cáceres me bajaron de las galaxias y me trajeron a casa.
Ellos me enseñaron que el dueño de una voz que oyen los otros, a través de los medios, a través de los libros, tiene sobre sus hombros una enorme responsabilidad; que un intelectual tiene la obligación de comprometerse, de ser Pepito Grillo, de ser el tábano de la realidad tangible y cotidiana, de los pueblos dormidos en su pueblo, de los políticos adocenados, de ser el niño que grita que el Rey va desnudo, como hace Ángeles, como hace Manolo Alcaraz, como toda su vida hizo Adrián…
Que nadie crea que la unanimidad da la fuerza. No es así. La fuerza de la Izquierda está en su sentido de la ética, de la autocríca, de la libre disensión. De lo contrario la Izquierda pierde sus virtudes y la unanimidad se vuelve obediencia ciega, la emulación se torna culto a la personalidad. Ya nos ha pasado otras veces y, ganando, hemos perdido.
Por eso, las personas como Adrián, el Ciudadano López, son, más que necesarias, imprescindibles. Y eso se refleja en este librito que hemos compuesto unos cuantos locos de su cuerda.
Adrián negándose a trabajar en el circo, como en el primer relato, de su puño y letra, de este trabajo; Adrián poniendo en cuestión les Fogueres de Sant Joan; contándonos desde el limbo de los ingenuos, junto al Caruso, cómo se ve Alicante desde las alturas espacio temporales… Adrián riéndose de todo y de todos, con la ironía de quien sabe que detrás de cada ocurrencia hay dramas que solo se pueden resolver en la utopía, que solo se pueden mostrar mediante la paradoja que mueve a la risa, a la risa indignada de quien llega a la clarividencia social.
El libro, por problemas técnicos de los que no vale la pena lamentarse, no pudo editarse el año pasado, y se ha salido de alguna forma de su propio tiempo. Ahora, vemos en él personajes que ya han pasado a la historia, afortunadamente, como cierto alcalde de cuyo nombre no quiero acordarme; pero también es cierto que, por desgracia, no ha perdido nada de su actualidad, porque en la derechona local cambian los personajes, pero no sus mezquinos presupuestos ideológicos. Y la PIC sigue arremetiendo, lanza en ristre, contra los molinos del Plan Rabassa, del asunto de los soterramientos, y tantas otras cosas que, con crisis o sin ella, siguen siendo el frente de batalla entre la ciudad de los seres humanos y la ciudad de los especuladores inhumanos.
Un día Adrián le propuso a Manolo Alcaraz que se me invitara a pertenecer a la PIC. Nunca recibí, ni pienso recibir jamás, una invitación más saludable. Después, Adrian se nos fue tras darnos a todos una inmensa lección de valor y consecuencia. Por eso sigue aquí, entre nosotros, sembrando sus valores, que son los nuestros, con su ejemplo y su recuerdo.
Ahora Adrián no es solo Adrián, Adrián, como Espartaco, somos todos nosotros.
Miguel Ángel Pérez Oca.
ADRIÁN Y NOSOTROS.
Hace unos años, Mariano Sánchez Soler tuvo una idea loca: el juego literario de Terratrèmol. Nos juntamos en él un atajo de chalados que constituíamos la mayoría de los escritores alicantinos, salvo algún autor o autora de best sellers que habita en su torre de marfil. Y en aquel juego Adrián desempeñó a la perfección su papel de mosca cojonera, y se empeñó, desde su humor ácido, desde su ironía reveladora, en convertir al detective Terratrémol en un individuo contradictorio y débil, que podría acabar convirtiéndose en un vendido a las fuerzas del mal ladrillero. A algunos nos resultaba molesta esta actitud iconoclasta hacia el héroe, hasta que comprendimos - al menos yo comprendí - que hacía falta la visión de Adrián, la visión crítica del riesgo de que el bueno de Terratrémol acabara envileciéndose. Para eso, precisamente, están las moscas cojoneras.
Por allí andaba otro monstruo: La Cáceres. La rebelde y hereje contumaz digna de la hoguera de Bruno. Capaz de vivir en medio de un campo amenazado por un vertedero, cerca de una cárcel y un tigre de Bengala y no perder ni un instante el ánimo ni, por supuesto, la impoluta pureza de sus ideas insobornables.
Yo andaba por entonces en mi nave espacial, rescatando de las estrellas a personajes agredidos por la Historia, como Bruno, Galileo, Kepler… y Adrián López y Ángeles Cáceres me bajaron de las galaxias y me trajeron a casa.
Ellos me enseñaron que el dueño de una voz que oyen los otros, a través de los medios, a través de los libros, tiene sobre sus hombros una enorme responsabilidad; que un intelectual tiene la obligación de comprometerse, de ser Pepito Grillo, de ser el tábano de la realidad tangible y cotidiana, de los pueblos dormidos en su pueblo, de los políticos adocenados, de ser el niño que grita que el Rey va desnudo, como hace Ángeles, como hace Manolo Alcaraz, como toda su vida hizo Adrián…
Que nadie crea que la unanimidad da la fuerza. No es así. La fuerza de la Izquierda está en su sentido de la ética, de la autocríca, de la libre disensión. De lo contrario la Izquierda pierde sus virtudes y la unanimidad se vuelve obediencia ciega, la emulación se torna culto a la personalidad. Ya nos ha pasado otras veces y, ganando, hemos perdido.
Por eso, las personas como Adrián, el Ciudadano López, son, más que necesarias, imprescindibles. Y eso se refleja en este librito que hemos compuesto unos cuantos locos de su cuerda.
Adrián negándose a trabajar en el circo, como en el primer relato, de su puño y letra, de este trabajo; Adrián poniendo en cuestión les Fogueres de Sant Joan; contándonos desde el limbo de los ingenuos, junto al Caruso, cómo se ve Alicante desde las alturas espacio temporales… Adrián riéndose de todo y de todos, con la ironía de quien sabe que detrás de cada ocurrencia hay dramas que solo se pueden resolver en la utopía, que solo se pueden mostrar mediante la paradoja que mueve a la risa, a la risa indignada de quien llega a la clarividencia social.
El libro, por problemas técnicos de los que no vale la pena lamentarse, no pudo editarse el año pasado, y se ha salido de alguna forma de su propio tiempo. Ahora, vemos en él personajes que ya han pasado a la historia, afortunadamente, como cierto alcalde de cuyo nombre no quiero acordarme; pero también es cierto que, por desgracia, no ha perdido nada de su actualidad, porque en la derechona local cambian los personajes, pero no sus mezquinos presupuestos ideológicos. Y la PIC sigue arremetiendo, lanza en ristre, contra los molinos del Plan Rabassa, del asunto de los soterramientos, y tantas otras cosas que, con crisis o sin ella, siguen siendo el frente de batalla entre la ciudad de los seres humanos y la ciudad de los especuladores inhumanos.
Un día Adrián le propuso a Manolo Alcaraz que se me invitara a pertenecer a la PIC. Nunca recibí, ni pienso recibir jamás, una invitación más saludable. Después, Adrian se nos fue tras darnos a todos una inmensa lección de valor y consecuencia. Por eso sigue aquí, entre nosotros, sembrando sus valores, que son los nuestros, con su ejemplo y su recuerdo.
Ahora Adrián no es solo Adrián, Adrián, como Espartaco, somos todos nosotros.
Miguel Ángel Pérez Oca.
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