sábado, 20 de junio de 2009

IRÁN, TAL COMO YO LO VEO.



El Sha Reza Pahlavi era un tirano corrupto. Sin embargo, bajo su mandato, la civilización occidental se había abierto un camino entre los sectores más cultos y capitalinos de la sociedad persa. Jomeini llegó en olor de multitud, apoyado en principio por una juventud harta de corruptelas y traiciones a la idiosincrasia musulmana. Pero el caso es que a los ayatolás, como a todos los fanáticos religiosos a los que se les da poder, se les fue la mano. Hoy día la mujer culta en Irán se siente aplastada por las exigencias integristas de los dirigentes chiítas, y los jóvenes estudiantes no pueden expresar la más mínima objeción a la interpretación estricta del Corán por parte de los clérigos gobernantes, que les imponen un comportamiento que no les gusta. La vigilancia ahoga a los librepensadores, a los escépticos, a los tibios y sobre todo, a los que se sienten demócratas y quieren que en su país se respeten los Derechos Humanos. Ahmadineyad es un extremista enloquecido que se ha atrevido a negar el Holocausto y que va detrás de poseer la bomba atómica. Es un peligro mundial, y a ninguna persona informada de Irán se le escapa que por ese camino puede conducir a su país a un desastre irreversible. Los ejemplos los tiene Irán a sus dos costados: Iraq y Afganistán están sumidos en un lodazal de sangre, removido por los intransigentes. Pero en la cúpula de los ayatolás hay gente inteligente, que sabe muy bien el extraordinario futuro económico que le esperaría a Irán si condujera su tecnología y su política hacia una convivencia pacífica con occidente. Las nuevas tecnologías han penetrado en Irán inevitablemente; porque no se puede estar construyendo la bomba atómica y a la vez impedir que se popularice Internet. Las ciencias y técnicas modernas forman parte de un paquete único que o lo tomas o lo dejas. Así que, por muchos vigilantes de la revolución que se esfuercen en mantener al pueblo sumiso y entregado a la oración, dentro de muchas casas los medios extranjeros informan de la realidad exterior, del bienestar material que proporciona la tecnología bien dirigida, de los negocios que podrían realizarse y de lo bien que podrían pasarlo los jóvenes si las chicas y los chicos fueran más libres.

De ahí parte la revuelta de los disconformes con los resultados de las elecciones, haya habido o no pucherazo. Porque, si lo ha habido, no es porque peligrase la candidatura oficial, que iba a ganar claramente, sino para evitar una segunda vuelta en la que los discursos de los dos candidatos más votados, el integrista oficial y el reformista, hubieran dado lugar a nuevos contrastes de opinión. Porque los dirigentes integristas tienen pavor a la libertad de pensamiento, y sienten que los restos de aquella burguesía capitalina occidentalizada en tiempos del Sha y las nuevas generaciones de jóvenes con ordenador y televisión vía satélite, van a reclamar cada vez más libertades, entre las que está una interpretación más permisiva del Corán e incluso el ateísmo. Ellos saben muy bien que la información es poder y que el mayor enemigo de la religión es la cultura; y que la fuerza religiosa se basa, principalmente, en la ignorancia y la sumisión, en un país donde todavía se ahorca a los homosexuales y se ejecuta públicamente a las adúlteras. Las nuevas generaciones reclaman el despegue, más allá de lo ofrecido por Musavi, el candidato reformista. Irán podría hacerlo, si se liberase de la pesada herencia de Jomeini y la vieja y corrupta sombra del Sha, para entrar en el mundo de las democracias. Pero, me temo que para ello tendrá que haber un baño de sangre entre los capitalinos cultos y los campesinos fanatizados, con el terrorífico telón de fondo de Ahmadineyad y su bomba atómica, amparado por los más casposos de los ayatolás.

No me gustaría ser iraní en estos momentos… O sí, porque luchar por la libertad siempre es estimulante. Los que vimos caer al franquismo y al comunismo, como peras maduras, sabemos que, con el tiempo, a los férreos dictadores intransigentes se les hacen los pies de barro, y que los que están hartos de tiranías, desde abajo, y los que ven los buenos negocios que podrían hacerse sin la rémora del viejo régimen, desde arriba, terminan aliándose para derribar al gigante de un soplido.

Ojalá la sangre no llegue al río.

Miguel Ángel Pérez Oca.

20-6-2009

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