
Hoy os ofrezco un trabajo que acabo de escribir. ¿Es la derecha política malvada por naturaleza? Esa es la cuestión. Dedico este artículo a un opinante anónimo que en este mismo blog me acusaba de no ser equitativo. Nunca he pretendido ser equitativo y, mucho menos, neutral entre la derecha y la izquierda. Si soy de izquierdas es por razones éticas de mucho peso, como intento explicar en este artículo. Yo le recomiendo a mi anónimo crítico que lea el poema de Benedetti titulado "Soy un caso perdido".
LA INEVITABLE PERFIDIA DE LA DERECHA.
No me gusta nada lo que voy a escribir, porque no me gusta descalificar a nadie, y menos todavía a un colectivo entero. Pero no me queda más remedio que hacerlo, entre otras cosas, para clarificar mis propias ideas al respecto. Decía Disraeli que cuando no entendía una cuestión escribía un libro sobre ella, precisamente, para aclarar sus ideas; yo no necesitaré tanto, seguramente me bastará con este artículo. En primer lugar, habría que reflexionar sobre lo que significa ser de izquierdas o de derechas y sobre el carácter de los que así se definen. En mi opinión, es fácil; bastaría con hacerles un test de una sola pregunta: “Dígame usted, por favor, qué querría legar a sus hijos y seres queridos el día que se muera: 1) Una inmensa fortuna para que vivan mejor que los demás. 2) Un Estado democrático y respetuoso con los derechos humanos que asegure el bienestar de todos los ciudadanos.” Si ha escogido usted la primera opción, es sin duda de derechas. Si ha escogido la segunda, es de izquierdas. Algunos de los que escogieron la primera respuesta lo habrán hecho por puro egoísmo, incluso por desprecio a todo aquel que no pertenezca a su entorno íntimo o su clase social; aunque también habrá quien prefiera la garantía de una gran fortuna por desconfianza en los políticos o por miedo a las veleidades propias del ser humano, al que supone malo por naturaleza. En cuanto al Estado Protector, la mayoría de los que optan por él lo hace tras una profunda reflexión solidaria e idealista, incluso utópica; aunque también habrá quienes lo hagan por mero rencor, desconfianza y deseos de revancha hacia los ricos, lo que, dadas las circunstancias, hasta podría estar justificado; o por una inconfesable intención de medrar en una formación política de izquierdas, lo que no tendría justificación alguna. Las motivaciones pueden ser muy variadas y, algunas veces, decepcionantes, pero está claro que la diferencia entre derecha e izquierda consiste en optar por el bien particular o por el bien colectivo. Naturalmente, aquellos que se sienten beneficiados respecto de la mayoría, o pretenden llegar a serlo, son conservadores; no quieren que la situación general cambie. Y aquellos que se sienten perjudicados desean cambiar la sociedad, son revolucionarios radicales o, más probablemente, progresistas, partidarios de un cambio más o menos paulatino, moderado y razonable de las condiciones sociales.
Las posiciones, pues, están claras. Aunque no podemos ni debemos clasificar a todo el mundo en dos casillas puras, absolutas y arquetípicas de la derecha o la izquierda. Nadie es absolutamente conservador o progresista, de la misma manera que nadie es absolutamente bueno o malo. Todos tenemos algo de ángel y algo de diablo, todos somos inconformistas en algunos aspectos y tradicionales en otros. Lo deseable es que lo bueno prevalezca sobre lo malo. Del mismo modo, no toda la política que preconiza un partido, cualquier partido, es puramente de derechas o de izquierdas. Y menos aún en una democracia parlamentaria donde hay que ganarse la voluntad y la confianza de los votantes. Y ahí está el quid de la inevitable perfidia de la derecha.
El diccionario define “perfidia” como una forma específica de maldad. El pérfido es un ser “desleal, traidor y que falta a su palabra”. En la actualidad, en una democracia parlamentaria donde es necesario alcanzar la mayoría de los votos para gobernar, la derecha lo tiene, en principio, más difícil que la izquierda; por una sencilla razón: La derecha defiende los intereses de los privilegiados, de los ricos, de los beneficiados por el sistema, que, naturalmente, son una minoría. La izquierda, por el contrario, defiende los intereses de los explotados, de los marginados y de los que se sienten perjudicados por el sistema, que, en principio, son la mayoría. Porque el sistema capitalista es, en su propia esencia, injusto y prima la aportación de capital sobre la aportación de trabajo de los individuos que se dedican a una actividad productiva. De donde se ve que unos pocos, a fuerza de beneficiarse de la plusvalía obtenida del trabajo de otros muchos, se enriquecen indebidamente desde el punto de vista ético, aunque desde el punto de vista legal no constituya delito. Y, ¿cómo puede una minoría alcanzar la mayoría de votos para gobernar, como de hecho la alcanza tan a menudo? Pues utilizando los poderosos y carísimos medios de que disponen para influir en las masas mediante la propaganda y la creación de opiniones. Pero si, en sus frases de campaña electoral, la derecha política desvelara abiertamente sus objetivos – preservar los beneficios de los privilegiados – alejaría de sí a sus presuntos votantes de las clases bajas y medias. Necesariamente, inevitablemente, tiene que recurrir a la mentira, a la manipulación de la verdad, a la perfidia, a la deslealtad con sus propios votantes, si quiere gobernar. No puede hacer otra cosa, puesto que si realmente defendiera los intereses de TODOS sus votantes, ya no haría política de derechas y su gestión de gobierno no interesaría a los poderosos que la patrocinan. De hecho, la derecha, en el pasado, ha gobernado de manera mucho más autoritaria y abiertamente despectiva, cuando el voto censitario, el analfabetismo de los pobres y el negro papel de los sacerdotes desde el púlpito dejaba fuera de juego a las clases inferiores. Con el tiempo, conforme el pueblo ha ido alcanzando mayores cotas de democracia y de cultura, la derecha ha tenido que ceder en la defensa de los más escandalosos de sus privilegios. Eso hace que se haga cada vez más sutil, más sofisticada y más pérfida en sus presuntos objetivos políticos. Y no debemos olvidar que hay muchos individuos que se identifican con los ricos, porque quisieran serlo ellos también, aunque jamás vayan a tener esa oportunidad. Son los que si obtuvieran ciertos privilegios, aunque solo fueran las migajas de la mesa de los señores, serían, y ya lo son a cuenta, abiertamente de derechas. Son los serviles, los abyectos, los que albergan la esperanza de ser algún día privilegiados en un mundo tan insolidario como ellos mismos. También están los mezquinos, los temerosos de que los pobres les quiten lo poco que tienen, cuando apenas tienen nada; y los ignorantes, dispuestos a creérselo todo, con tal de que salga en televisión, junto a la telebasura. Y los cómodos, sobre todo los cómodos, los que se sienten bien como están, en su soportable pobreza postmoderna, y prefieren que nada cambie, aunque a su alrededor, por todo el mundo, haya quien se muera de hambre. Como alguien dijo una vez: “No hay cosa más tonta que un pobre de derechas”. Todos esos individuos están dispuestos a dejarse engañar por la propaganda de la derecha, que así logra, mediante la perfidia, la mentira y las falsas promesas, alcanzar las mayorías de gobierno. Porque si las masas productoras se unieran y culturizasen hasta no consentir el engaño de la derecha, ésta perdería la mayoría, no podría controlar el hecho social y, a menos que pudiese quebrantar la democracia en su beneficio mediante la fuerza – no sería la primera vez que lo hace – acabaría siendo desbancada por mayorías de izquierdas que a un ritmo más o menos acelerado terminarían cambiando o controlando el sistema. Y los privilegiados verían disminuidos, si no abolidos, sus seculares privilegios.
Es por eso por lo que, por mucho que algunos políticos de derechas quieran aparecer como honestos, no tienen más remedio que recurrir a la mentira y a la perfidia si quieren gobernar. Y así vemos que los políticos de derechas mienten mejor que los de izquierdas. Y no digo que los de izquierdas no puedan mentir, que también lo hacen en ocasiones, sino que los de derechas no pueden dejar de hacerlo, a menos que estén dispuestos de dejar de ser de derechas. O sea que la supervivencia de la derecha está ligada a su capacidad de engañar a los más serviles y egoístas, y a los más desinformados e incautos, de los miembros de la clase productiva, que por si no fuera poca su generación de plusvalía, o su marginación, entregan gustosamente el poder a sus explotadores con la estrafalaria esperanza de llegar algún día a ser como ellos.
Por desgracia y como dijo una vez Galileo: “El número de los necios es infinito”. Y a consecuencia de eso, la derecha halla en la mentira a sus necios acólitos su último e inevitable caldo de cultivo para alcanzar el poder político.
Es lamentable, pero es así.
Para terminar, les voy a contar un chiste muy revelador: Dios decidió otorgar a los hombres dos virtudes, según su nacionalidad. “A los suizos los haré puntuales y ahorrativos - le decía al ángel amanuense - . A los franceses galantes y artistas. A los americanos emprendedores y valientes. A los españoles, buenos, inteligentes y de derechas…” “Pero, Señor – le corrigió el ángel –, a los españoles les habéis otorgado tres virtudes en lugar de dos” Y Dios rectificó: “Bien, pues si son buenos y de derechas no podrán ser inteligentes. Si son inteligentes y de derechas no podrán ser buenos. Y si son buenos e inteligentes no podrán ser de derechas.”
A veces un chiste puede decir más que uno de aquellos libros que escribía Disraeli.
Miguel Ángel Pérez Oca.