Nos ha dado una lección a todos, pero sobre todo a esos estúpidos partidarios de la fuerza bruta que con sus torpes acciones producen los héroes y los mártires que acabarán con ellos. Si Marruecos no le hubiera negado el pasaporte, si nunca la hubiera torturado ni recluido en cárceles espantosas, nadie hablaría ahora de Aminatu, pero, sobre todo, nadie hablaría ahora del Sahara ocupado. Claro, que si Marruecos no practicara la tortura, si Marruecos fuera una verdadera democracia, hubiera respetado la voluntad de los saharauis y no habría lugar para protestas, ni de Aminatu ni de nadie. Esa es la fragilidad de la fuerza bruta, frente a la verdadera fuerza de la fragilidad. Aminatu es una mujer de apariencia frágil, ya castigada y enferma por los anteriores padecimientos que le ha infligido la teocracia marroquí. Pero detrás de sus gafas, bajo su pañuelo musulmán, más allá de su tímida sonrisa, hay una enorme fortaleza de voluntad, una terca dignidad inexpugnable. Quien está dispuesto a morir no tiene nada que perder. ¿Queréis hacer de mí una martir? Pues, adelante, les dice a los que quisieron doblegarla, dejad que muera de hambre voluntariamente, torturadme otra vez, encerradme, y los míos tendrán en mi una bandera por la que luchar. ¿Habéis olvidado a Gandhi, habéis olvidado a Martin Luther King, habéis olvidado ya a Mandela? Pues ahí está Obama, la emergente India actual y la realidad multirracial y democrática de Sudáfrica para recordaros vuestra torpeza.
Aminatu Haidar es uno de esos ejemplos impresionantes ante los que los políticos sin carisma, los diplomáticos adocenados y los hombres serviles no saben qué hacer. El desconcierto de la fuerza bruta y de las rutinas burocráticas, de los soberanos divinizados y de los adocenados indiferentes ante una persona tan frágil como resuelta es un espectáculo reconfortante. Y las reacciones vergonzantes de seres miserables, como ese Risto de la telebasura, que ha hecho de la crítica indiscriminada y la mala leche su profesión, no hacen más que reforzar las posturas mezquinas de la gente de la derechona temperamental, a la que molesta que una mujer, debil y musulmana, les dé lecciones de moral. Que se jodan.
Aminatu nos demuestra muchas cosas, cosas que ya nos demostraron otros, pero que nunca terminamos de aprender. Nos ha demostrado que todo pueblo tiene derecho a decidir su destino. Que el Estado no es un producto de la Creación ni puede estar bendecido más que por la voluntad de los ciudadanos a formar libremente parte de él. Que ningún jefe de estado, ni Mohamed VI, ni Mao, ni Hitler, ni Franco, han tenido nunca derecho a ser sacralizados; porque el culto a la personalidad es un pecado político que denigra a los pueblos. Que no hay más camino que la libertad, la democracia, la igualdad entre hombre y mujeres, entre pueblos y creencias diferentes, entre seres que se respetan mutuamente. Que, como dijo Lao Tsé hace ya tantos siglos: "A más leyes, más delitos", "El mejor jefe no da órdenes", "El mejor luchador no mata a su enemigo".
Aminatu, ayer, sonreía casi sin fuerzas, meintras el avión la llevaba a casa. Había ganado, pero no ella que, seguramente, arrastrará toda su vida las cicatrices de este nuevo sacrificio, sino su causa, la causa de un pueblo cuyo territorio secular fue regalado por los herederos cobardes de un tirano moribundo a un rey astuto y endiosado cuya dinastía siempre ha mantenido a su pueblo en la ignorancia para que no cuestione sus designios. España, a pesar de su actual democracia, ha heredado una culpabilidad, cuyo complejo no nos abandonará mientras no procuremos al pueblo saharaui el cobro de la libertad que se le adeuda. Marruecos, dando la libertad al pueblo saharaui para que decida, estaría en el camino de conceder la libertad a su propio pueblo.
Aminatu es muy fuerte y muy grande, a pesar de su fragilidad. Si algún día llega la hora de tomar una decisión sobre el Sahara, habrá que contar con la señora Haidar.
Lo que más me duele es que para que todos aprendamos una lección tan importante, esta mujer se haya tenido que jugar la vida y la salud.
Perdónanos, Aminatu, porque es muy cómodo ser un nuevo rico de la Democracia.
Miguel Ángel Pérez Oca.
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