sábado, 9 de agosto de 2008

UCRONÍA ALICANTINA.


A petición de mi amigo Juan José de Alicante Vivo, os pongo mi artículo "Ucronía Alicantina", que figura en mi libro "El Telescopio". También os pongo un dibujo que tiene que ver con el tema.

UCRONÍA ALICANTINA.

Se dice que hacemos una ucronía cuando nos imaginamos lo que pudo haber sido y no fue. Por ejemplo: Cuando intentamos imaginar qué hubiera ocurrido si Hitler nunca hubiese nacido. O cómo habría transcurrido nuestra Historia si, en vez de ganar Franco la guerra civil, la hubiera ganado la República. Bueno, pues la otra noche soñé una ucronía alicantina.
Me desperté muy temprano, como siempre, antes de que el despertador me conectase con la S.E.R. y escuchara a Francino dándome los buenos días. Me duché y salí a la calle dispuesto a darme el habitual paseo matutino. Al salir me sorprendió el aspecto limpio y cuidado de las aceras, a la sombra de árboles frondosos, y el escaso y ordenado tráfico que transcurría por las calles anchas y soleadas. Siempre había sido así, por lo visto, pero en un rincón de mi memoria yo creía recordar que mi ciudad fue algún día mucho menos agradable. Quizá, me dije, he tenido un mal sueño. El caso es que decidí bajar al centro, y al pasar ante la antigua Fábrica de Tabacos observé que en su fachada había un rótulo que decía: Museo de las Ciencias. Vaya, estaba bien el uso que le habían dado al edificio. Algo más abajo, en el Panteón de Quijano, el monumento mostraba sus esculturas completas. De repente me paré a pensar en algo en lo que nunca había reparado: ningún edificio de la población tenía más de cuatro o cinco alturas. Lo cierto era que Alicante había sido planificada desde hacía muchos años de una forma responsable y juiciosa, para que fuese una ciudad modélica. Y así, sus grandes y frondosos paseos, sus recoletas placitas, sus parques, habían prevalecido sobre la ambición de constructores y mercaderes de terrenos. En la Plaza del Mercado la escultura de bronce de Gastón Castelló parecía recrearse en la contemplación de un esbelto monolito dedicado a las víctimas de los bombardeos de la Guerra Civil. Y bajando por la Avenida de la Constitución, pude contemplar los antiguos edificios de la Telefónica, el cine Ideal y el Gobierno Militar que constituían un grandioso complejo cultural, con sus bibliotecas y sus salas de conferencias y exposiciones. Más abajo, la graciosa Rambla de Méndez Núñez, con su paseo en realce, a la sombra de los árboles, sus acogedores bancos y su sabor decimonónico, mantenía el aspecto agradable de cien años antes. Y el Paseo de los Mártires, o Explanada, como algunos dicen, con su moderno piso de teselas, terminaba en la Plaza del Mar con el monumento reconstruido de los Mártires de la Libertad, copia fidedigna de la escultura de Bañuls. En escorzo, al final de la muralla del Arrabal Roig, se veía la silueta airosa del la Ermita de la Virgen del Socós, viejo torreón templario que había sido salvado de las obsesiones modernizadoras de mediados del siglo XX. En el Portal de Elche, el edificio de la Nueva Aduaneta había sido reconstruido piedra a piedra y a la entrada del puerto, junto a la Escalinata de la Reina, un moderno monumento, obra de Eusebio Sempere, recordaba a los últimos republicanos. El recinto amurallado de Alicante había sido derruido hacía mucho tiempo, con el fin de abrir la ciudad hacia su inevitable crecimiento, pero las puertas y sus torres se habían respetado, como ornato de la urbe, orgullosa de su pasado. Y tras el Ayuntamiento la Villa Vella se anunciaba con el impresionante edificio de la Puerta Ferrisa, con su inscripción árabe en lo alto de su arco de medio punto. Subí al castillo de Santa Bárbara por la remozada muralla de la costa, y ascendí al macho, después de admirar el Newton de Dalí y otras excepcionales esculturas al aire libre, y me extasié viendo mi “terreta” tan cuidada, tan limpia, tan bien planificada en sus viejas y nuevas perspectivas que quise reinventar nuestro himno con una improvisada letra que dijera algo así como: “¡Que encant, que este poble nou i vell es el nostre Alacant!”.
Y entonces me desperté realmente y vi que las cosas son como son y no como debieran ser. Y escuché los buenos días de Francino antes de ducharme y salir a una calle llena de ruidos y obras, con sus aceras no demasiado limpias a la sombra de las apretadas torres de apartamentos, resignado a recorrer una ciudad sin señas de identidad.
Miguel Ángel Pérez Oca.
(Leído en Radio Alicante el 23-1-2007)

1 comentario:

Juan José Amores dijo...

Gracias, compañero.
Te lo agradezco de corazón.
Leí este artículo minutos antes de que me operaran allá en junio...
Me hizo casi llorar.
Quizá eran las circustancias.
O quizá mis sentimientos por Alicante.
En cualquier caso, siempre es un lujo leer tu prosa.
Nos vemos