martes, 27 de agosto de 2019

2ª PARTE DE LA TRILOGÍA "ISADORA"




EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE INVIERNO.

            Una lluvia impertinente tamborilea en los cristales del ventanal. Don Jorge se arrebuja en su cama. A su lado, aguarda la silla de ruedas.
            -Maldito Invierno, no para de llover.
            A la izquierda, la roca brilla barnizada por la lluvia. Sobre ella, la casa de Isadora estará cerrada hasta que vuelva el Verano.
Y poco a poco, se duerme…
            De pronto, don Jorge, que vuelve a llamarse George Kaplan, tiene 30 años y un cuerpo atlético y tostado por el sol, abre los ojos. Se ha despertado en medio de una noche calurosa de Verano. Se ha levantado, desnudo.
            Sale al exterior por la puerta encristalada, junto al ventanal, y a la izquierda, sobre la roca, adivina una silueta femenina que lo aguarda.
            Corre por el camino en busca de Isadora. Ella también tiene 30 años, un cuerpo magnífico y es campeona de España de natación sincronizada. En lo alto de la roca, los dos se encuentran y se abrazan.
            En el interior de la casa suena “En un mercado persa”. George se sienta en una silla de la terraza y contempla embelesado cómo su amada baila descalza y desnuda. Después, ella lo invita.
            -Ayúdame a llevar la cama a lo alto de la roca – y los dos trasladan el lecho a la cumbre, sobre la ría, bajo las estrellas.
            -Hagamos del sexo un arte – propone George.
            -Sí, un arte exquisito y maravilloso…
            Y los primeros besos y caricias son suaves, cálidos y contenidos, como las primeras pinceladas de un artista sobre su lienzo.
            Los dos amantes, allá arriba, bajo las estrellas, cuya luz incierta se refleja en las aguas metálicas de la ría, buscan la perfección del sexo, convirtiéndolo en un prodigio erótico.
            Tras varias horas de constante búsqueda gozosa, allá en lo alto de la roca, en el lecho blanco, los estertores y suspiros del amor anuncian a la ría que los dos han alcanzado al unísono el orgasmo definitivo, y quedan al fin desmadejados, ahítos sobre las sábanas brillantes que saludan a la luna menguante que se asoma tras las montañas.
            Ella se levanta del lecho, con un gesto de felicidad en el rostro, y corre al trampolín natural de roca, desde el que se lanza a las aguas en una pirueta impecable.
            Él la sigue con la mirada y recorre el camino de la nadadora desde lo alto del acantilado, hasta llegar a la calita, donde la espera ver salir del agua, como una nueva Venus de Botticelli. Se abrazan, se besan, lloran porque el paréntesis sublime toca a su fin… y se despiden. Un lejano rubor empieza a teñir el cielo. Amanece.
            George regresa a su lecho y vuelve a dormir…
            -Don Jorge, que ya son las nueve. ¿Quiere que lo levante y lo ponga en su silla para ir al cuarto de baño? – es la voz de Pepiño.
            Don Jorge asoma su malhumorado, calvo y viejísimo semblante por debajo del edredón.
            -Maldito Invierno. Todavía está lloviendo.
            Junto a él aguarda la silla de ruedas.

                                                                                  Miguel Ángel Pérez Oca.

                                                                                         (500 palabras)

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