martes, 26 de marzo de 2019

UN RELATO ERÓTICO CUYO TEMA ES "MIRADA".

Que conste que yo no tengo la culpa. A mí, pudoroso por naturaleza, me daba corte publicar, o tan solo presentar en la tertulia, un texto tan atrevido. Yo soy así, ¿qué le voy a hacer? Así que la culpa es de quien nos puso el tema. Que conste. Y lo que habían propuesto para escribir era: "Un relato erótico cuyo tema será MIRADA". Pues, hala, ahí va y ustedes perdonen.



LAS CUATRO DAMAS DEL REVERENDO.

            Cuando yo, entonces aspirante a pastor, asistí al Congreso de Estudios Bíblicos de Boston y me presenté al director, reverendo Patrick Armstrong, él me propuso que durante los 4 días me alojara en su casa, que compartía con su bella esposa y sus tres lindas hijas, y durmiera en una habitación de la buhardilla. Esa noche, cansado del largo viaje en diligencia, me acosté pronto.
            Acababa de cerrar los ojos, cuando mi reposo fue alterado por el leve chirriar de la puerta al dar paso a una persona que, de forma sigilosa, se acercó a mi cama. El cuerpo desnudo, suave y perfumado de una mujer se introdujo bajo las sábanas. Sus manos delicadas deshicieron hábilmente el nudo de la cinta de mis pantalones de pijama, y una boca dulce y sabia me practicó una felación que me llevó al séptimo cielo. Cuando me repuse del orgasmo, la mujer ya no estaba en la habitación.
            Por la mañana, a la hora del desayuno, mi mirada recorría los rostros de las cuatro damas. Buscaba en ellos un gesto de complicidad que no encontré. Yo me preguntaba si la consumada pericia de mi acompañante nocturna podía indicarme que  se trataba de la señora Armstrong, pero ni ella ni ninguna de sus tres hijas daban la más mínima señal que me pudiera ofrecer una pista.
            A la noche siguiente se repitió la escena, aunque esta vez la mujer fue más exigente. Me invitó a hacerle un cunnilingus que le produjo múltiples orgasmos colmados de convulsiones y contenidos gritos, apenas exhalados como ronroneos. Después me devolvió el favor, permitiéndome que la penetrara. Y tras una agitada sucesión de embestidas acompañadas de besos en su boca ávida de amor, caí en el abandonado desmayo del más profundo placer que he experimentado nunca; tras el cual, la dama había desaparecido.
            Mi mirada escudriñó sus rostros en vano, durante la jornada. Y empecé a sospechar que las dos noches había tenido distintas amantes.
            La tercera fue increíble. Yo esperaba despierto, a oscuras, cuando ella entró y me cubrió de besos. Dejó que la acariciara en los lugares más recónditos de su cuerpo, antes de colocarse a horcajadas sobre mí y cabalgarme salvajemente hasta la extenuación. El placer vino a nosotros simultáneamente; y después, como en las otras ocasiones, ella se esfumó.
            La cuarta y última noche fue una verdadera orgía de sexo desenfrenado que duró varias horas, con múltiples explosiones orgásmicas que me dejaron exhausto.
            A la mañana del quinto día, cuando me despedí de todos los miembros de la familia Armstrong, recorrí inútilmente la mirada de las cuatro hermosas mujeres, incapaz de vislumbrar cuál había sido mi cómplice; quizá la señora, quizá la más osada de sus hijas… quizá las cuatro, una por noche. Nunca lo sabré, ni siquiera si es cierta mi sospecha de que el reverendo Armstrong estaba al tanto de lo que ocurría, e incluso había dirigido las actuaciones de sus damas en un ritual secreto de quién sabe qué desconocido credo herético.  

                                                           Miguel Ángel Pérez Oca.

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