lunes, 11 de junio de 2018

PUERTAS ABIERTAS...



El tema era "Puertas abiertas", pero yo tenía ganas de contar mi operación. Todavía no pude ayer asistir a la Tertulia, pero mis compañeros tuvieron la deferencia hacia mi de leer mi trabajo. A ver qué os parece:


LAS PUERTAS ABIERTAS DEL TALLER DE CARPINTERIA.

            ¿Os habéis sentido alguna vez como un mueble viejo en un taller de carpintería? Yo me he sentido así tras cruzar las puertas abiertas de un quirófano para ser operado de la cadera y que me implantasen una de esas impresionantes prótesis de titanio. Es una sensación extraña, inolvidable…
            La cama con ruedas avanzaba a través de los pasillos, camino del quirófano. Yo no me sentía angustiado en absoluto, ni inquieto, ni medroso. No, señor. Diría, aunque no me creáis, que estaba disfrutando la experiencia. Frente a mí, empujando el vehículo yacente, veía la cara amable del celador, y a mi alrededor paredes y techos de colores suaves iban quedando atrás.
            Al fin entré en un lugar espacioso, donde varias personas me depositaron sobre la mesa del operatorio y me colocaron, a la altura del pecho, una especie de telón verde que me impediría presenciar la cruenta incursión que me iban a practicar, y una  balaustrada articulada donde descansar mi brazo izquierdo, a más de una vía intravenosa para ir inyectándome las drogas pertinentes, y otros aparatos de utilidad desconocida para mí. Lo hacían tres amables señoras de bata verde mientras charlaban de sus cosas. Una de ellas comentaba que estaba celebrando el aniversario de su boda y se sorprendió cuando yo, de excelente humor, la felicité desde el fondo de mi crisálida quirúrgica. Después debieron inyectarme alguna clase de sedación, porque no recuerdo cuándo me insertaron en la columna vertebral la anestesia raquídea. Debí quedar dormido durante un tiempo, aunque más tarde empecé a ser espectador, de oídas, de mi vivisección indolora.
            Y de pronto, unos terribles martillazos estallaron en mis oídos. Eran tan fuertes que yo podía sentir sus vibraciones a través del colchón de mi lecho. Al fondo podía oír, entre golpe y golpe, la voz profunda y tranquilizadora de mi amigo Sarceda, y eso me serenó, porque pensé que estando él presente, no consentiría que me destrozasen a golpes de mazo.
            Volví después a mi modorra inducida y acabé intentando mover los pies en la sala de reanimación.
Ya me lo habían hecho, ya me habían implantado la prótesis de cadera… Y recordé que alguno de los doctores me había dicho que ellos, más que cirujanos ortopédicos, eran carpinteros, dado que su instrumental consistía en serruchos, martillos y cosas así.
            Ahora estoy volviendo a aprender a andar, con ayuda de unos bastones de esos que se apoyan en los codos, y todavía me duele la pierna por dentro; pero sé que todo pasará… bueno, todo menos el recuerdo de aquellos tremendos martillazos.
En el fondo me siento como una vieja mesita de noche con una pata nueva, sujeta con tres tornillos y un enorme clavo a la primitiva obra de carpintería. Y se me ocurre pensar que pronto tendremos piezas de repuesto para todos nuestros órganos y habremos alcanzado la inmortalidad, con tal de ir de vez en cuando al taller del carpintero. Solo faltará sustituir el cerebro por un ordenador con muchos megas y…
                                               “consumatum est”.

                                                           Miguel Ángel Pérez Oca.

                                                           (Dedicado, con toda mi gratitud, al doctor Sanz y
                                                        su excelente equipo quirúrgico, así como a mi
                                                        amigo Miguel Sarceda, que me inyectó grandes
                                                        dosis de ánimo en vena. Gracias.)

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